PRESENTACIÓN ACTO IMPOSICIÓN NORIA DE ORO A
LOLITA MARIN-ORDÓÑEZ
(ABARAN, 16/3/07)
José S. Carrasco Molina
Queridos amigos:
José García Templado, en uno de sus maravillosos artículos costumbristas, contaba que, cuando aquellos estudiantes de entonces, allá por los años 40, iban andando a Cieza, al pasar por una de las fábricas de esparto, uno de los hilaores, gritaba a otro:
- Perico, que pasan “los del mañana”.
Pues ese mañana llegó y se ha convertido en hoy e incluso en ayer, y, gracias a aquellos viajes a Cieza, muchos abaraneros hemos conseguido alcanzar metas que entonces parecían sueños sin mucho fundamento. Y tantos kilómetros año tras año han dado como fruto estupendos médicos, extraordinarios profesores (alguno de Latín como el recordado Emiliano), prestigiosos juristas y hasta algún alcalde.
Y todo ello ha sido posible gracias a un colegio con nombre de la reina católica por excelencia, en el que nos transmitían su saber personas de gran valía académica y, sobre todo, humana. Personas que nos han marcado y cuyo recuerdo lo guardamos envuelto en el celofán del cariño entrañable.
Es verdad que muchos de aquellos seres de tan grato recuerdo se nos han ido, sin haberse llevado el agradecimiento merecido por todo lo que derramaron en nuestras mentes y en nuestros corazones.
Hoy queremos paliar esta falta y, con un símbolo tan nuestro como la noria, dar las gracias a un ejemplo de aquellos maestros, maestra en este caso, que, en aquel colegio, forjaron nuestra personalidad: la señorita Ordóñez, como siempre la hemos conocido.
Y, si estamos aquí en este Salón, símbolo de la voluntad popular, en este acto tan solemne como entrañable, es, por tres razones fundamentales:
- en primer lugar, por todas las enseñanzas que tantos abaraneros recibimos de ella y que han sido una parte muy importante de nuestra formación y una contribución muy valiosa en la forja de nuestro futuro.
- en segundo lugar, porque ella tiene lazos familiares con nuestro pueblo, pues su segundo apellido, Templado, no puede ser más nuestro y la enlaza con una gran cantidad de primos y primas cuyos lazos aún mantiene.
- en tercer lugar, porque ella siempre ha profesado y profesa un cariño muy especial por Abarán y porque tiene muy dentro de ella un rincón abaranero lleno de amistades y afectos.
Su cariño por Abarán lo detecté desde el principio y me lo confirmó cuando, con ocasión de la muerte de su madre, un día de Navidad, fuimos a darle el pésame a su casa. Teníamos apenas 12 años y, al vernos entrar en aquel salón grande, todo lleno de gente, se levantó de un sillón y con voz potente, exclamó:
- ¡Mis alumnos de Abarán!
Han pasado ya casi cuarenta años y la sonoridad con que dijo el nombre de nuestro pueblo aún no se me ha olvidado. Porque no lo pronunció como un topónimo cualquiera, sino que lo hizo desde lo más profundo de su corazón.
Y es que Lolita siempre ha querido mucho a este pueblo. En él siempre se ha sentido apreciada, arropada y valorada. Cuando alguna vez venía aquí, su hermana Eladia, que tenía un carácter menos decidido que ella, le decía:
- Pero, ¿cómo te vas sola a Abarán?
Y ella le respondía:
- Yo en Abarán nunca estoy sola.
Y era verdad, porque, al mismo llegar a la Era, eran continuos los saludos, abrazos y muestras de afecto por antiguos alumnos, conocidos o familiares, que no consentían dejarla sola.
Pero es que además, aunque muchos no lo sepáis, Lolita vivió en Abarán un tiempo, pues durante los últimos años de la vida de su madre, esta pensaba que vivían en Abarán en una casa que su tío Domingo el Seco le había hecho “igual, igual que la de Cieza”. Y, cuando llegaba alguna visita a mediodía, les decía:
- Quedaros aquí a comer, no os vayáis a Cieza.
Y, cuando sus hijas volvían de misa, les preguntaba si habían visto a alguien de Cieza, a lo que ellas, con sentido del humor, le respondían:
- Sí, mamá, todos eran de Cieza.
Estas son algunas de las anécdotas que Lolita me ha contado en los muchos ratos de convivencia y conversación que yo he mantenido con ella en cuarenta años.
Siempre he sido para ella su “secretario” y ella para mí, como una “segunda madre”, a la que debo mucho de lo poco que soy.
Gracias, Lolita, no sólo no sólo por el latín que me enseñaste, no sólo por las Coplas de Manrique que me transmitiste y que aún conservo en la memoria, sino, sobre todo, por haber inyectado en mí, casi sin darme cuenta, cosas que quedan para siempre grabadas y que no pasan ni caducan, como el amor por el mundo clásico, la sensibilidad hacia la literatura, la vocación por la enseñanza y, sobre todo, el convencimiento de que hay que ir por la vida, como tú has ido, sembrando, no sólo conocimientos, sino, sobre todo, cordialidad, afecto, cariño y alegría.
JOSE S. CARRASCO MOLINA
LOLITA MARIN-ORDÓÑEZ
(ABARAN, 16/3/07)
José S. Carrasco Molina
Queridos amigos:
José García Templado, en uno de sus maravillosos artículos costumbristas, contaba que, cuando aquellos estudiantes de entonces, allá por los años 40, iban andando a Cieza, al pasar por una de las fábricas de esparto, uno de los hilaores, gritaba a otro:
- Perico, que pasan “los del mañana”.
Pues ese mañana llegó y se ha convertido en hoy e incluso en ayer, y, gracias a aquellos viajes a Cieza, muchos abaraneros hemos conseguido alcanzar metas que entonces parecían sueños sin mucho fundamento. Y tantos kilómetros año tras año han dado como fruto estupendos médicos, extraordinarios profesores (alguno de Latín como el recordado Emiliano), prestigiosos juristas y hasta algún alcalde.
Y todo ello ha sido posible gracias a un colegio con nombre de la reina católica por excelencia, en el que nos transmitían su saber personas de gran valía académica y, sobre todo, humana. Personas que nos han marcado y cuyo recuerdo lo guardamos envuelto en el celofán del cariño entrañable.
Es verdad que muchos de aquellos seres de tan grato recuerdo se nos han ido, sin haberse llevado el agradecimiento merecido por todo lo que derramaron en nuestras mentes y en nuestros corazones.
Hoy queremos paliar esta falta y, con un símbolo tan nuestro como la noria, dar las gracias a un ejemplo de aquellos maestros, maestra en este caso, que, en aquel colegio, forjaron nuestra personalidad: la señorita Ordóñez, como siempre la hemos conocido.
Y, si estamos aquí en este Salón, símbolo de la voluntad popular, en este acto tan solemne como entrañable, es, por tres razones fundamentales:
- en primer lugar, por todas las enseñanzas que tantos abaraneros recibimos de ella y que han sido una parte muy importante de nuestra formación y una contribución muy valiosa en la forja de nuestro futuro.
- en segundo lugar, porque ella tiene lazos familiares con nuestro pueblo, pues su segundo apellido, Templado, no puede ser más nuestro y la enlaza con una gran cantidad de primos y primas cuyos lazos aún mantiene.
- en tercer lugar, porque ella siempre ha profesado y profesa un cariño muy especial por Abarán y porque tiene muy dentro de ella un rincón abaranero lleno de amistades y afectos.
Su cariño por Abarán lo detecté desde el principio y me lo confirmó cuando, con ocasión de la muerte de su madre, un día de Navidad, fuimos a darle el pésame a su casa. Teníamos apenas 12 años y, al vernos entrar en aquel salón grande, todo lleno de gente, se levantó de un sillón y con voz potente, exclamó:
- ¡Mis alumnos de Abarán!
Han pasado ya casi cuarenta años y la sonoridad con que dijo el nombre de nuestro pueblo aún no se me ha olvidado. Porque no lo pronunció como un topónimo cualquiera, sino que lo hizo desde lo más profundo de su corazón.
Y es que Lolita siempre ha querido mucho a este pueblo. En él siempre se ha sentido apreciada, arropada y valorada. Cuando alguna vez venía aquí, su hermana Eladia, que tenía un carácter menos decidido que ella, le decía:
- Pero, ¿cómo te vas sola a Abarán?
Y ella le respondía:
- Yo en Abarán nunca estoy sola.
Y era verdad, porque, al mismo llegar a la Era, eran continuos los saludos, abrazos y muestras de afecto por antiguos alumnos, conocidos o familiares, que no consentían dejarla sola.
Pero es que además, aunque muchos no lo sepáis, Lolita vivió en Abarán un tiempo, pues durante los últimos años de la vida de su madre, esta pensaba que vivían en Abarán en una casa que su tío Domingo el Seco le había hecho “igual, igual que la de Cieza”. Y, cuando llegaba alguna visita a mediodía, les decía:
- Quedaros aquí a comer, no os vayáis a Cieza.
Y, cuando sus hijas volvían de misa, les preguntaba si habían visto a alguien de Cieza, a lo que ellas, con sentido del humor, le respondían:
- Sí, mamá, todos eran de Cieza.
Estas son algunas de las anécdotas que Lolita me ha contado en los muchos ratos de convivencia y conversación que yo he mantenido con ella en cuarenta años.
Siempre he sido para ella su “secretario” y ella para mí, como una “segunda madre”, a la que debo mucho de lo poco que soy.
Gracias, Lolita, no sólo no sólo por el latín que me enseñaste, no sólo por las Coplas de Manrique que me transmitiste y que aún conservo en la memoria, sino, sobre todo, por haber inyectado en mí, casi sin darme cuenta, cosas que quedan para siempre grabadas y que no pasan ni caducan, como el amor por el mundo clásico, la sensibilidad hacia la literatura, la vocación por la enseñanza y, sobre todo, el convencimiento de que hay que ir por la vida, como tú has ido, sembrando, no sólo conocimientos, sino, sobre todo, cordialidad, afecto, cariño y alegría.
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