CONFERENCIA:
EL VALOR DE LA PALABRA
JOSE S. CARRASCO MOLINA
(Salón de Actos “Lolita Marín-Ordóñez” - 8/3/07)
1) VALOR DE LA PALABRA
- No es fácil encontrar un tema que despierte vuestra atención después de tantas horas de clase escuchándonos a los profesores de las disciplinas más diversas.
- Y, como profesor de Lengua, y, sobre todo, de Literatura, se me ha ocurrido tratar sobre la importancia y el valor de la palabra.
- In principio erat Verbum ( En el principio existía la Palabra) , dice San Juan en su Evangelio. Es la visión de la palabra como el origen de todo, como la génesis de la realidad que nos rodea.
- Entre las virtualidades de la palabra está la de su poder como descubridora del mundo. Según Pedro Salinas, no es un simple medio para nombrar la realidad externa al hombre, sino que, cuando nombramos algo, cuando empezamos de niños a pronunciar el nombre de las cosas, nos apoderamos de ellas:
“El niño, cuando dice “flor” mirando a la rosa o el clavel, emplea la palabra denominadora como un maravilloso rayo delimitador que capta en el desconcierto del mundo material una forma precisa, una realidad. ¡Gran momento es este! El momento en que el ser humano empieza a gozar, en perfecta inocencia, de la facultad esencial de la inteligencia: la capacidad de distinguir, de diferenciar unas cosas de otras, de diferenciarse él del mundo. El niño, al nombrar al perro, a la casa, a la flor, convierte lo nebuloso en claro, lo indeciso en concreto. Y el instrumento de esa conversión es el lenguaje. Lo cual significa que el lenguaje es el primero, y yo diría que el último modo que se le da al hombre de tomar posesión de la realidad, de adueñarse del mundo”.
- Otra segunda virtualidad de la palabra, también realzada por Salinas en su obra “El defensor del lenguaje” es el poder persuasorio de la palabra. Y en el mundo de hoy está bien patente cómo en todos los conflictos, de mayor o menor entidad, desde los problemas en una familia hasta el conflicto en Oriente Medio, se apela al diálogo, al uso de la palabra como el instrumento para llegar a la solución. Dice el poeta del 27:
“Persona que habla a medias, piensa a medias, a medias existe. (…) No hay duda de que en la palabra cordial e inteligente tiene la violencia su peor enemigo. ¿Qué es el refrán español de “hablando se entiende la gente” sino una invitación a resolver por medio de palabras los antagonismos? (…) Cabe la esperanza de que cuando los hombres hablen mejor, mejor se sentirían en compañía, se entenderán más delicadamente. (…) Sólo cuando se agita la esperanza en el poder suasorio del habla, en su fuerza de convencimiento, rebrillan las armas y se inicia la violencia”
Estas afirmaciones de Salinas, que tienen mucho de verdad, topan muchas veces con algo que, por desgracia, está por encima y vence a la palabra, la voluntad y los intereses de los hombres que no siempre están por conseguir la paz o el acuerdo sino el enfrentamiento y la guerra.
Esa función social de la palabra, de acercamiento al otro, la expresa también de forma metafórica afirmando que “El lenguaje es un leve puente de sonidos que el hombre echa por el aire para pasar de su orilla de individuo irreductible a la otra orilla del semejante”. A eso nos ayuda la palabra, a pasar de la orilla de nuestro egoísmo, de nuestro enrocamiento en nosotros mismos, viéndonos como el eje y el centro del universo, a la orilla del otro, a descubrir los valores, las necesidades, las inquietudes del otro. ¡Cuántas veces una palabra, una sola palabra, ha sido suficiente para acabar con años de separación, de tensiones o incluso odio hacia un semejante!
- Pero la palabra encierra muchas más propiedades y, entre ellas hay una que en nuestro contexto apreciamos bien patente y es la palabra como exponente del saber. En el ámbito del estudio, debéis reconocer que, si habéis llegado hasta aquí, ha sido gracias no sólo a vuestros conocimientos, sino a que habéis sido capaces de encontrar las palabras adecuadas para expresarlos. Pues el saber mucho y no expresarlo, de poco sirve. Desde comienzos del siglo XIX, colectivos como los afrancesados y las elites liberales habían esgrimido insistentemente que el saber es, ante todo, “saber hablar bien”, esto es, conocer las bellas letras en tanto que “arte de hablar” y en tanto que “arte de escribir”. Jovellanos decía que el fin de las disciplinas humanísticas no era otro que “la exacta enunciación de nuestros pensamientos por medio de palabras claras, colocadas en el orden y serie más convenientes al objeto y fin de nuestros discursos” .
Y en el siglo XIX Gil de Zárate afirmaba lo siguiente:
“ El arte, pues, de hablar y escribir con perfección es un arte que deben poseer como indispensables no sólo para los altos fines de la sociedad , sino también para los usos más comunes de la vida”.
Y uno de estos usos comunes de la vida está el uso de la palabra en el campo de la enseñanza, en el que no basta con saber cosas, hay que saber expresarlas. Vosotros, como estudiantes y nosotros, como profesores, tenemos la experiencia de haber estudiado unos conceptos, tenerlos claros en la mente, pero luego, a la hora de tener que demostrarlos en un examen, no acertar con las palabras adecuadas y tener resultados negativos. Nos pregunta el profesor en clase y decimos que tenemos la respuesta “en la punta de la lengua” pero no somos capaces de responderle porque nos falta ese dominio de la palabra necesario para echar afuera las ideas de manera correcta.
Por ello, en ocasiones, en los exámenes, se pueden leer ejemplos de esta situación, es decir, muestras de cómo el alumno sabe de qué va pero no acierta en la expresión. Y, de vez en cuando, surgen ejemplos que tienen su dosis de humor, a los que llamamos disparates.
Yo me dedico aquí a recopilar los más chispeantes para luego publicarlos, por supuesto anónimamente, en la revista ABACO. Os he seleccionado, para darle un poco de sal a esta charla, diez ejemplos:
1- canal: si hay dos personas hablando, pues la del medio.
2- Marqués de Villena: presidente de la Real federación española de la Lengua.
3- Función fática: sirve para empezar una conversación: acho, ¿qué tal?
4- El español de América: En América hablan diferente de nosotros, o sea, los españoles, porque ellos para dirigirse a una persona la llaman vos, mientras que los españoles la llamamos tú. Esto quiere decir que el español de América es vos, mientras que el de España es tú.
5- Hablantes del castellano. Unos cuatrocientos mil millones de personas hablan castellano
6- Género dramático: relato sobre una tragedia narrado en diálogos. Ejemplo: novela.
7- Décima: estrofa de diez versos que suele llamarse “pimpinela”
8- Icono: los dibujos que salen en los telediarios.
9- Per Abbat: el jefe de la imprenta que firma el Cantar de Mio Cid
10- Testículos y ovarios: testículos los tenemos los hombres y se llaman bulgarmente huevos. Los ovarios los tienen las mujeres y tienen forma de huevos.
Dice Pedro Salinas en su artículo en defensa de la lengua, afirmaciones como estas:
“No habrá ser humano completo, es decir, que se conozca y se dé a conocer, sin un grado avanzado de posesión de su lengua. (…)
El hombre que no conoce su lengua vive pobremente, vive a medias.
Hay muchos, muchísimos inválidos del habla, hay muchos cojos, mancos, tullidos de la expresión. Una de las mayores penas que conozco es la de encontrarme con un mozo joven, fuerte, ágil, curtido de los ejercicios gimnásticos, dueño de su cuerpo, pero que cuando llega el instante de contar algo, de explicar algo, se transforma de pronto en un baldado espiritual, incapaz casi de moverse entre sus pensamientos”
Y tiene razón. Quien domina la palabra domina la situación. Por el contrario, quien no es capaz de expresarse con soltura y coherencia, es dominado, anda por el mundo como disminuido, sin fortaleza ni decisión para afrontar cualquier adversidad. Cuando se toma la palabra o se tiene la palabra, de alguna manera, se convierte uno en el centro y los demás quedan como sometidos a su poder. Un ejemplo de ello lo apreciamos en el cuento del Conde Lucanor del hombre que se casó con mujer brava. Ya sabéis la historia: un joven decide casarse con una mujer de muy mal carácter. Todos pensaban que ella acabaría con él. Pero, inmediatamente después de la boda, cuando se quedan solos en casa, él empezó a mandarle “ante que ella oviese a decir cosa”, es decir, él tomó la palabra el primero y en ello le fue el futuro de su matrimonio porque si hubiera sido ella la que hubiera dicho la primera palabra, sin duda los pronósticos de la familia y amigos se hubieran cumplido.
Si hay una expresión popular que afirma que “la cara es el espejo del alma”, la podríamos transformar para concluir que “la palabra es el espejo del alma”, es decir, de la formación de la persona, de su capacidad y también de sus sentimientos. Retorciendo un poco ese otro refrán que dice “Dime con quién andas y te diré quién eres”, podríamos decir nosotros “Dime cómo hablas y te diré cómo eres”.
Y es que la palabra es reflejo de la persona, de lo que sabe, de lo que piensa, de lo que siente y hasta de lo que esconde.
- Pero la palabra no es algo muerto, sino que es como un ser vivo y valioso más que el oro. Así lo entiende Pablo Neruda, el poeta chileno, seguramente el mejor manejador de palabras en nuestra lengua cuando en sus memorias dice:
Todo lo que usted quiera, pero son las palabras las que suben y bajan….. Me posterno ante ellas… las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras…brillan como piedras de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío,….. Persigo algunas palabras…. Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema…. Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato,…… Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperelijo, las liberto..,Todo está en la palabra….
¡Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos. .. Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… salimos perdiendo… Salimos ganando…se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras.
Neruda considera a nuestra lengua, el español, como un tesoro valiosísimo que dejaron en América los conquistadores.
Pero, justo es reconocer que ese tesoro no pasa hoy por los mejores momentos, especialmente en la Península, que fue la madre de esta lengua. Porque, al hecho de que se la esté intentando relegar en algunos territorios con un afán nacionalista exacerbado, se le une la situación de descuido con que la empleamos. Y, partiendo de los medios de comunicación y siguiendo por el uso del castellano en algunos colectivos, como los jóvenes, así como al planteamiento en ocasiones inadecuado con el que la estamos enseñando en nuestros centros, asistimos a un empobrecimiento de esta lengua española, hija predilecta y destacada del latín, lengua madre y cuya práctica desaparición de los planes de enseñanza tiene también mucha culpa de esta situación.
Hay que tomar conciencia de la importancia de la lengua, del valor de la palabra, porque si la manejamos bien, tendremos muchas puertas abiertas. Y esto, que es válido para todos, lo es más para vosotros que os tenéis que hacer un sitio en la sociedad en parte gracias al manejo que hagáis de la palabra, teniendo siempre en cuenta que no hay palabras más importantes que otras, que no hay palabras llenas y palabras vacías, que aunque hablamos en morfología de palabras de significado léxico y otras de significado gramatical, a veces una preposición o una conjunción dicen tanto o más que un adjetivo deslumbrante. Un ejemplo de ello es la dedicatoria con la que encabeza Miguel Hernández la Elegía a su amigo del alma, Ramón Sijé, fallecido en plena juventud:
En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, CON quien tanto quería”.
¿Es que no es la preposición “con” lo más expresivo de esta sentida dedicatoria? ¿Es que sólo ella no da a entender la idea de dos personas que comparten inquietudes, intereses y sueños? ¿No dice más esa preposición que cualquier sustantivo o adjetivo?. Cualquiera de nosotros, que no somos poetas, hubiéramos dicho “a quien tanto quería”, pero Miguel, que por algo tiene esa capacidad de usar las palabras que tienen los poetas, sabe que hay otra preposición que en este contexto es mucho más adecuada para dar la idea que él quiere transmitir.
Hemos visto cómo la palabra une, explica, domina, pero también conquista. Con ella podemos, por ejemplo, tener acceso a un trabajo y, cuando tengáis que hacer una entrevista en alguna empresa privada o una oposición para entrar en la función pública, vuestro manejo de la palabra oral o escrita será básico. Con ella se conquista incluso el poder en una sociedad democrática, y a la vista está cómo la oratoria es hoy una premisa básica para conseguir arrastrar voluntades a las urnas. Y con ella se puede conquistar también el corazón de la persona con la que nos gustaría compartir la vida. Yo me imagino que todas las dudas que Josefina Manresa tenía sobre si aceptar o no al pastor de Orihuela, fueron despejadas cuando leyó las palabras contenidas en el primer soneto que le dedicó y cuyos tercetos dicen así:
No tienes más quehacer que ser hermosa,
ni tengo más festejo que mirarte
alrededor girando de tu esfera.
Satélite de ti, no hago otra cosa
si no es una labor de recordarte.
¡Date presa de amor, mi carcelera!
Pero, además de todas esas capacidades de tipo llamémosle espiritual, la palabra también cura. Y todos hemos experimentado cómo en ocasiones nos ayuda más la palabra de consuelo y de ánimo del médico que los compuestos farmacéuticos, cómo unas palabras adecuadas en la consulta hacen que salgamos aliviados del mal o el dolor con el que hemos entrado.
2) IMPORTANCIA DE LA LECTURA
La consecuencia primera de todos los valores que hemos señalado en la palabra, es la necesidad de familiarizarnos con el buen uso de ella, en otras palabras, cultivar la lectura. Si nosotros, los que enseñamos, fuéramos capaces de transmitiros en el aula la afición por leer, habríamos conseguido el más importante objetivo. Porque sería la mejor manera de que fuerais aprendiendo a manejar mejor la palabra, porque la lectura es una llave que nos abre muchas puertas.
García Lorca fue en una ocasión a inaugurar la biblioteca de su pueblo, Fuentevaqueros, y en su discurso dijo, entre otras cosas:
No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle, no pediría un pan sino que pediría medio pan y un libro. Tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede que de un hambriento.
Algunos siglos antes, Fray Luis de León se dice que anduvo en pleitos y buscando dineros para saldar las cuentas de sus libros, “que eran también libros de su vida y sin los cuales no podía vivir”.
Palabras que ponen en juego la importancia de la lectura, algo que hoy tenemos abandonado en parte gracias al imperio de la imagen, que ha ido ganando su pugna con la palabra. Pero nunca es tarde. Hay que volver a reivindicar la palabra en la escritura y la lectura. Hoy los medios informáticos están devolviéndonos el placer y la necesidad de escribir gracias a los emails o los sms, pero hay que reconocer que no siempre en esos medios buscamos y conseguimos una expresión todo lo coherente y correcta que se nos debería exigir.
Mucho se habla hoy sobre los índices de lectura, sobre si se lee poco o mucho. Octavio Paz, el autor hispanoamericano dice:
“Es indudable que hoy se lee más que antes. Pero ¿se lee mejor. Lo dudo. La distracción es nuestro estado habitual. Mil cosas solicitan a la vez nuestra atención y ninguna de ellas logra retenernos; así la vida se nos vuelve arena entre los dedos y las horas humo en el cerebro”.
Tiene razón Octavio Paz porque es evidente que el ambiente necesario para disfrutar de la lectura, esa quietud o silencio que nos hacen entrar en lo que leemos, es muy difícil de encontrar. Leer teniendo como fondo los sonidos de la televisión o la música del mp3 o los acelerones de las motos por la calle nos ayudan muy poco a conseguir el disfrute que supone un buen libro.
Ya Quevedo en el siglo XVII, sentía la necesidad de un ambiente apropiado para disfrutar de los libros, y en unos versos dice:
Retirado en la paz de estos desiertos
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos
A todo esto hay que añadir que los libros no siempre son bien valorados, no siempre están en los primeros puestos de nuestra escala de valores, aunque no lleguemos al extremo de la novela de Ray Bradbury, “Fahrenheit 451” donde un grupo de bomberos se dedica a quemar los libros. Uno de sus protagonistas, Beatty, llega a decir:
“Al diablo con los libros!. Así pues, adelante con los clubs y las fiestas, los acróbatas y los prestidigitadores, los coches a reacción, las bicicletas, helicópteros, el sexo y las drogas…”
Y más adelante le dice a Montag:
“Montag, puedes creerme, he tenido que leer libros en mi juventud para saber de qué trataban. Y los libros no dicen nada. Nada que pueda enseñarse o creerse. Hablan de gente que no existe, de entes imaginarios, si se trata de novelas”.
Es una visión muy negativa de la lectura, pero seguramente mucha gente hoy la mantendría: los libros no sirven para nada. Y, aunque no la defiendan a nivel teórico, lo han hecho realidad en su vida diaria, pues hay mucha gente que nunca se pone un libro en las manos.
Y es que se busca la utilidad inmediata de la lectura y, evidentemente, esta no llega. Dice Pedro Salinas:
“Es lector el que lee por leer, por el puro gusto de leer, por amor invencible al libro, por ganas de estarse con él horas y horas. Ningún ánimo en él de sacar de lo que está leyendo ganancia material, ascensor, dinero, noticias concretas que lo aúpen en la escala social, nada que esté más allá del libro mismo y de su mundo”.
Pero para conseguir ese placer de la lectura, hay que salvar muchos obstáculos y por ello leer hoy tiene algo de ejercicio ascético, pues tenemos que renunciar a los mil y un encantos insignificantes que seducen cada momento nuestra atención.
No obstante, a pesar de los inconvenientes, leer merece la pena porque, sin darnos cuenta, de manera casi inconsciente, nos va dejando un poso aparentemente inapreciable, va modelándonos por dentro, nos va haciendo caminar por la vida con valentía y sin complejos, y como decía Montesquieu, nos hace “trocar horas de hastío por horas deliciosas”.
Nunca es tarde para empezar a leer, aunque la realidad es que el hábito lector empieza a detectarse en la niñez o adolescencia. Lo que ocurre es que, en ocasiones, puede surgir después por razones muy diversas: un libro que nos regalan y nos enamora, un profesor que nos lanza con maestría el anzuelo de los libros y picamos, una situación personal que nos pide llenar nuestro ocio con los libros…y mil y una situaciones pueden hacer surgir en nosotros, en cualquier edad, la afición por leer. Y ojalá que la lectura nos absorba tanto que podamos decir, como Menéndez Pelayo, cuando tenía cercana su despedida de este mundo, :
“Lo único que siento es la cantidad de libros que aún me quedan por leer”.
3) IMPORTANCIA DE LA LITERATURA
Y la palabra también emociona. Y emociona cuando se la utiliza no como mero instrumento de comunicación, sino como objeto de belleza en sí mismo, es decir en la literatura que es el arte de conseguir la belleza a través de la palabra. Y no cabe duda de que, como decíamos, es en la literatura donde la palabra es la reina, donde importa la palabra por sí misma mucho más que como instrumento para expresa una idea. Un texto literario lo es no por lo que dice sino por cómo lo dice.
Dice el académico Rodríguez Adrados que “la literatura es fiesta que nos saca de lo cotidiano. Desengancharse de la literatura es desengancharse de la mitad de la cultura humana”.
Pero ocurre que en ocasiones no tenemos claro lo que es la literatura. El novelista Muñoz Molina nos lo pretende aclarar cuando afirma:
“La literatura no es aquel catálogo abrumador y soporífero de fechas y nombres con que nos laceraba aquel profesor, sino un tesoro infinito de sensaciones, de experiencias y vidas que están a nuestra disposición igual que lo estaban a las de Adán y Eva las frutas de los árboles del paraíso. Gracias a los libros nuestro espíritu puede romper los límites del espacio y del tiempo, de manera que podemos vivir al mismo tiempo en nuestra propia habitación y en las playas de Troya, en las calles de Nueva York, en las llanuras heladas del Polo Norte, y podemos conocer a amigos tan fieles y tan íntimos como los que no siempre tenemos a nuestro lado pero que vivieron hace cincuenta años o veinticinco siglos. La literatura nos enseña a mirar dentro de nosotros y mucho más lejos del alcance de nuestra mirada. Es una ventana y también un espejo. Quiero decir: es necesaria. Algunos puritanos la consideran un lujo. En todo caso es un lujo de primera necesidad.”
Así lo era para Don Quijote, el mejor ejemplo del enamorado de la literatura. El llevaba una vida monótona en la que hasta su afición por la caza ya se había convertido en algo tan cotidiano que la dejó de practicar casi por completo. Por eso necesitaba echar a volar su imaginación y los libros de caballerías fueron el mejor medio para conseguir ese fin. Y se convirtieron para él en un lujo tan necesario que llegó a vender propiedades, fanegas de tierra de sembradura, para comprarlos. Hay que imaginar que en aquellos momentos no habría ediciones baratas de bolsillo y que la adquisición de libros no estaba al alcance de cualquiera. A pesar de ello, no dudó en hacer en su casa un acopio de libros de caballerías, nada menos que cien volúmenes, formando una biblioteca que sería la envidia de cualquier lector. Pero era una biblioteca casi monotemática, fruto de su entusiasmo por la literatura de caballerías. La fascinación por lo maravilloso puebla los libros de caballerías, con sus castillos y florestas que Don Quijote traslada con su locura a las llanuras manchegas, donde sólo hay ventas y apriscos. Pero no es sólo Don quijote el que ve las cosas a través de sus lecturas. Cuando los soldados de Hernán Cortés descubren por primera vez la ciudad de Méjico, relumbrando en la laguna, dan noticia de una ciudad de plata como en las novelas de Amadís. En el Nuevo Mundo se produce la oportunidad de colocar algunos de los espacios acogedores de mitos y maravillas de la Antigüedad: la tierra de las Amazonas, la fabulosa ciudad de Eldorado o la fuente de la eterna juventud. Y es que las tierras conocidas no bastan a los hombres: siempre se proyectan los anhelos de fantasía y de aventura o las ilusiones de felicidad en territorios lejanos, misteriosos, iluminados por soles remotos y poblados de prodigios.
Pero, volviendo a la afición de Don Quijote, hay que destacar que no sólo se aficionó a esos libros por las aventuras tan fantásticas que en ellos se narraban, con gigantes, magos, castillos encantados… sino por la forma, por el estilo en que estaban escritos, un estilo tan grandilocuente, tan rimbombante que lo sedujo tanto como las propias historias. Y es que ahí está la esencia de la literatura, no tanto en lo que se nos cuenta, por muy fuera de la realidad que nos parezca, sino en la forma con que se envuelva. Lo que imprime categoría de literario a un texto es la envoltura, es el papel de celofán más que el regalo que hay dentro. Y es esa capacidad de conseguir un envoltorio llamativo, lo que consagra a un soñador como escritor. Porque, aun la persona más realista, la que hunde más sus pies en el suelo que pisa, tiene la capacidad de soñar, de inventar historias, de imaginar situaciones más o menos inverosímiles. Pero muy pocos pueden plasmar por escrito esas invenciones con una forma, con una envoltura, que pueda calificarse como literaria, que alcance esta categoría que le garantiza no sólo la celebridad, sino, sobre todo, la perennidad.
En el texto de Muñoz Molina, se habla también de la literatura como una ventana y un espejo al mismo tiempo. Hemos tratado sobre los libros como ventanas que nos permiten contemplar paisajes y seres maravillosos. Dice Ricardo Senabre:
“Lo primero que hace la literatura es dilatar nuestra retina, ampliar nuestra capacidad de visión, mostrarnos múltiples maneras nuevas de contemplar las cosas, sacarnos de nuestras casillas y acercarnos a otras formas de vida posibles, a otros modos de amar, de vivir y de sentir. Gracias a la literatura nuestro mundo mental se ensancha prodigiosamente (…). No existe instrumento de comunicación ni vínculo de solidaridad más formidable. La lectura divierte, consuela, enseña y logra poblar nuestra soledad de figuras y personas con las que podemos dialogar mediante el asentimiento, la discrepancia o la matización reflexiva”.
Pero, además de ventana a un horizonte de fantasía (y fantasía es tanto el Amadís de Gaula como Lázaro de Tormes), la literatura es también espejo en el que nos vemos reflejados. Será muy difícil que haya un libro en el que no veamos reflejado algo de nosotros mismos, en el que no aparezca algún personaje con el que tengamos algo en común. Si volvemos a la novela universal cervantina, el gran acierto del escritor fue el lograr que todos nos veamos reflejados en el caballero o en su escudero o incluso en ambos, porque no siempre todos tenemos claro si vemos molinos o gigantes. Y es que, junto a la vertiente lúdica de la literatura, hay un aspecto que corre paralelo, y es su capacidad para conseguir que reflexionemos sobre nuestra propia conducta.
Sin embargo, a pesar de esta virtualidad de la literatura, a pesar de que nos puede ser útil en muchos aspectos de nuestra vida, hay que tener siempre presente que lo que importa no es “leer para”, sino “leer por”, es decir que hay que entregarse a la literatura por el puro placer de leer. Y, si conseguimos algo más, eso que ganamos. Leer no nos debe servir ni siquiera para aprobar, sino para probar unos mundos, unos personajes, unas situaciones que nos envuelven y nos vuelven diferentes. Decía así Goethe: “Cuando uno lee no aprende algo, se convierte uno en algo”. Es decir, de alguna manera, se transfigura y se lleva a cabo en él una metamorfosis que lo hace pasar de enano a gigante. En esa dirección va la afirmación de Amado Nervo, que dice:
“El hombre que está mirando las estrellas es una parte de las estrellas; el hombre que está mirando al cieno es una parte del cieno. Allí donde llega nuestra insistente mirada va con ella una prolongación especial de nuestro yo”
4) IMPORTANCIA DE LA POESÍA
Y, dentro de la literatura es en la poesía, en la lírica, donde esa prolongación de nuestro yo es aún mayor. No sé si será una batalla perdida pero yo me empeño cada día en reivindicar el valor de la poesía y de intentar hacerla llegar a la mente y al corazón de mis alumnos, leyéndoles todos los días poemas en clase, enseñándoles a recitar (que es algo más que leer versos) e incluso obligándoles a que se aprendan versos de memoria, algo que parece anticuado pero que me parece tremendamente útil y actual.
Steiner valora sobremanera la memorización de versos y afirma:
“En la mayoría de las grandes culturas de nuestro planeta, la poesía se transmite de viva voz y no a través de libros. Por eso lamento tanto el que ya no se aprenda nada de memoria. Lo que uno ha aprendido de memoria cambia con uno mismo y la persona se transforma con ello a su vez y a lo largo de toda su vida. Nadie será capaz de arrebatárselo. Lo que uno sabe de memoria es lo que pertenece a uno mismo. Constituye, pues, una de las grandes posibilidades de la libertad, de la resistencia”.
Julián Marías, académico de la Lengua y una de las mentes más preclaras del siglo XX, dice a este respecto:
“Nuestros contemporáneos, especialmente los relativamente jóvenes, los que tienen cincuenta años o menos, saben pocos versos. Anteriormente era frecuente que las personas recordaran muchos versos (…). Son una riqueza inapreciable, algo que se lleva dentro y de lo que se suele carecer en las últimas generaciones. (…) Sería deseable que los hombres y mujeres de nuestro tiempo volvieran a conservar en su memoria versos de cualquier época. Y digo mujeres porque tradicionalmente han sido lectoras y conservadoras de poesía, incluso la han esperado, exigido, de los varones. Se me ocurre que acaso la escasez de versos sea una causa del mal estado del amor en las sociedades actuales, de su sustitución por otras cosas, de la profunda inestabilidad que se advierte en las relaciones entre varón y mujer”
Es esta una “utilidad” de la poesía en la que, al menos yo, no había reparado.
La realidad es que, al menos aparentemente, nuestra vida actual, la marcha de nuestra sociedad no deja demasiado hueco para la poesía. Vendría aquí a colación una canción de los años 80 del grupo Golpes Bajos que repetía incansablemente: “malos tiempos para la lírica”.
Uno de los mejores estudiosos de la poesía actual, Angel Luis Prieto de Paula, no está muy de acuerdo con este estribillo, pues opina que nunca se ha tenido conciencia de que un tiempo era bueno para la poesía, ni siquiera cuando se habla de edad de oro de la lírica:
“La lírica vivió su edad de oro en otro tiempo que no existió jamás, porque ni siquiera los que vivieron en alguna presunta edad de oro, tenían conciencia de ello. (…). No lloremos acerca del poco público que tiene la poesía, porque todos los tiempos han sido igualmente malos, e igualmente acogedores, para la lírica”
Octavio Paz es más pesimista sobre la situación de la poesía en la sociedad actual y afirma:
“En un mundo regido por la lógica del mercado, la poesía es una actividad de rendimiento nulo. Para la mente moderna, la poesía es energía, tiempo y talento convertidos en objetos superfluos. Su valía y su utilidad no son mensurables: un hombre rico en poesía puede ser un mendigo”
Además de las apreciaciones personales, siempre discutible, sí es cierto que, aunque pueda parecer otra cosa, hoy se escribe más poesía que nunca, los premios literarios reciben centenares de trabajos y algunos de calidad, y hay poetas vivos de gran talla: Angel González, Luis Alberto de Cuenca, Luis García Montero, Vicente Gallego, Carlos Marzal….que pueden vivir de la poesía. Y eso no siempre ha sido posible.
Porque los cultivadores de la poesía no siempre han sido bien vistos. José Agustín Goytisolo, llega a definir a los poetas entre los que él mismo se encuentra como “las viejas prostitutas de la Historia” aunque más arriba dice en un verso de bastante profundidad: “le piden a la vida más de lo que esta ofrece”
No soy de los que opinan que la poesía puede ser un “arma cargada de futuro” como decía Celaya, es decir que puede cambiar el mundo. Es más, entre mis preferencias no está la llamada “poesía social”. Sin embargo, estoy de acuerdo con que es un elemento imprescindible para lo que un poeta llamado Juan Carlos Mestre llama “la repoblación espiritual del mundo”. La poesía no va a cambiar el mundo, pero evidentemente si todos los hombres leyeran más poesía, si educaran su sensibilidad con versos, el mundo tomaría otro rumbo. Por eso procuro en mi actividad docente sembrar versos, porque siempre hay alguien que se aficiona a la lectura, a valorar la palabra y a emocionarse cuando ve las palabras perfectamente combinadas en un poema. Y eso forma, informa y reforma positivamente a la persona. Y, como consecuencia de ello, también a la sociedad.
Pero lo que importa no es tanto teorizar sobre la poesía, sino entrar en contacto con ella. Y, aunque es verdad que leer poesía no es fácil, también es cierto que, al menos desde un punto de vista puramente superficial, un poema lo podemos leer en unos minutos mientras que una novela, aunque sea corta, exige horas o días. Por ello debemos intentarlo no con la pretensión de entenderlo todo (que eso no siempre es lo más importante) sino con la finalidad de disfrutar, de conseguir que algo se nos remueva por dentro, que, aunque sea simbólicamente, se nos pongan los pelos de punta, sintamos ese escalofrío que según Luis Cernuda en unos versos maravillosos, dice que se siente cuando se escucha el nombre de la persona amada:
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío.
Pues ahí van algunos de los versos, de los cientos de versos, muchos de ellos de poetas actuales, que, particularmente a mí me producen ese escalofrío:
- A veces es un verso puramente narrativo, que cuenta algo, una acción, como si fuera el comienzo de un cuento, como este maravilloso y musicalmente perfecto de Luis García Montero:
Nadaba yo en el mar y era muy tarde
- En ocasiones los versos pretenden transmitir un contenido de validez más o menos universal, como este verso de Neruda, de tanta sencillez como belleza y profundidad:
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido
- Hay miles y miles de versos de todas las épocas que describen algo, que son capaces de dibujar maravillosamente un elemento del paisaje natural o humano. Y ahí van sólo tres ejemplos de poesía muy actual: el primero de Angel González refiriéndose a los efectos en la naturaleza del mes de octubre; el segundo, de Luis Alberto de Cuenca describiendo a una mujer, y el tercero de Luis García Montero dibujando magistralmente un atardecer:
1- El frío oxida el borde de los ríos
y hace más lento el curso de las aguas.
2- Sus piernas son cohetes
dirigidos al centro de la tierra;
sus senos son la madriguera
de un cangrejo de mar; su espalda
es plata viva.
3- De rosa el horizonte en rojos arde,
las estrellas deshacen sus maletas,
se le cierran los ojos a la tarde.
- Pero en otras ocasiones, el poeta no describe poéticamente la realidad, sino que de alguna forma la altera. Y ahí van estos dos ejemplos de Angel González. En el primero, el trastoque de la naturaleza es tal que hace que el río siga a la mujer que va paseando junto a él y que sea ella la que le imponga el ritmo a su caudal; los versos del segundo ejemplo forman parte de un poema en el que la naturaleza se transforma tanto que todo actúa al revés:
1- Si vas deprisa, el río se apresura;
si vas despacio, el agua se remansa.
2- Cuando me duermo, un sol recién nacido
me mancha de amarillo los párpados por dentro.
Tras leer estos versos, cabe hacerse muchas preguntas, todas de muy difícil respuesta: ¿por qué estos textos son poéticos?, ¿por qué sólo unos pocos pueden llegar a crearlos?, ¿por qué no a todos les está dado el don de disfrutarlos? .
No hay ninguna respuesta científica a estas cuestiones. Andamos en un terreno tan nebuloso, tan resbaladizo, que es casi imposible encontrar respuestas certeras y admitidas por todos. Hay algo evidente, y es que el uso de la palabra en la poesía es un uso muy especial, que la poesía es una alteración del lenguaje coloquial, ordinario, y por ello sorprende y llama la atención.
Pero, a partir de esa evidencia, casi todo lo demás es indemostrable. Porque las palabras que usa el poeta las tenemos todos en nuestro vocabulario. En el diccionario de nuestra lengua no hay un apartado especial para el exclusivo uso de los poetas. Incluso palabras como “basura”, cuyo significado puede parecer poco sugeridor de poesía, puede ser usado por el poeta, como lo hace Rafael Morales en un soneto dedicado al cubo de la basura:
Tu curva humilde, forma silenciosa,
le pone un triste anillo a la basura.
Pero, si no son las palabras, pudieran ser las estructuras sintácticas las que diferenciaran su lenguaje del nuestro. Mas tampoco es así. En los versos anteriores, el orden sintáctico no puede ser más simple (sujeto – verbo – c. directo- c. indirecto), y, sin embargo, es un texto de lo más poético.
¿Dónde está pues lo específico de la poesía? Yo me atrevería a decir que en que se trata de la única manifestación artística en que se unen palabra, música e imagen. Porque un verso, un buen verso, no es sólo una bonita combinación de palabras, es que además, su recitación (porque la poesía debe ser recitada) debe desprender una música agradable a los oídos de quien escucha; pero además su contenido nos lleva muchas veces a la unas imágenes realmente sugerentes, a la creación de una realidad diferente pero que tiene su lazo de unión con la que vivimos día a día, a no ser que se trate de un poema surrealista en el que no hay lógica.
Y es que la poesía y su lenguaje dicen todo aquello que otros lenguajes humanos no pueden expresar, ni narrar nunca. La palabra poética nos traslada más allá del sonido, a otra realidad mudable, fluyente e inconstante.
Yo siempre confieso que siento envidia de los poetas, siento envidia de esos seres privilegiados que, teniendo la misma materia prima que yo, nuestra lengua, son capaces de modelarla de una manera que yo no soy capaz. Y, contemplando la misma realidad que yo, son capaces de crear relaciones que a mí nunca se me ocurrirían, como la relación entre la redondez del anillo y la del cubo de la basura.
Y es que, en el fondo, sobre el fenómeno de la poesía sobrevuela una palabra, la palabra MAGIA. Así lo entiende Vicente Huidobro, quien en una conferencia leída en el Ateneo madrileño en 1921, a mi entender, da con la clave de lo que estamos tratando, pues afirma, entre otras cosas:
“Aparte de la significación gramatical del lenguaje, hay otra, una significación mágica, que es la única que nos interesa.(…) En todas las palabras hay una palabra interna, una palabra latente y que está debajo de la palabra que las designa. Esa es la palabra que debe descubrir el poeta. La poesía es el vocablo virgen de todo prejuicio; el verbo creador y creado, la palabra recién nacida.(…) Su valor está marcado por la distancia que va de lo que vemos a lo que imaginamos. El poeta crea fuera del mundo que existe el que debiera existir. Yo tengo derecho a querer ver una flor que anda o un rebaño de ovejas atravesando el arco iris, y el que quiera negarme este derecho o limitar el campo de mis visiones debe ser considerado un simple inepto”.
El problema es que no todo el mundo es seducido por esa magia, ni tiene por qué serlo, pues tampoco a todos seduce la música de Bach o la pintura de Dalí. Para disfrutar del arte, sea el que sea, hace falta una importante dosis, no ya de inteligencia, sino de sensibilidad. Lo que ocurre es que no todos manejamos la técnica musical, ni tenemos a mano acuarelas y pinceles, pero sí manejamos cada día la palabra, materia prima de la poesía. Por ello, aparentemente debería ser más accesible su cultivo y, sobre todo, su disfrute.
Cultivar la poesía no es sólo tomar palabras bonitas y colocarlas en un verso. Exige algo más, mucho más. Exige una triple tarea que hay que llevar a cabo sin fallar en ninguno de las tres etapas:
- Imaginar : crear una realidad nueva y sugerente
- Seleccionar: tomar las palabras adecuadas para expresarla
- Combinar: poner las palabras en un orden perfecto para conseguir la musicalidad que debe desprenderse de cada verso.
Blas de Otero explica en un poema el proceso creador considerando a las palabras como seres vivos:
Por las noches escucho las palabras
abrir las puertas de la casa,
andar por la sala,
salir un momento a la terraza y respirar con libertad.
Es cuando escucho estos vocablos,
y los pronuncio parsimoniosamente
y, tomándolos de la mano, los coloco en su sitio.
Colocar en su sitio las palabras, después de pronunciarlas con parsimonia. A partir de ahí es cuando va naciendo el poema. Y el poeta nos lo lanza y los lectores de poesía, que somos muchos más de lo que parece, lo leemos una primera vez y, si nos atrae, lo releemos y lo saboreamos, y si nos conquista, lo memorizamos para tomar posesión de él. Ese es el proceso que nos recomienda Eduardo García en un libro en que nos pretende enseñar a escribir poesía:
“Quédate cerca del poema. Acarícialo, al leerlo, con la voz. Paladea sus pausas, sus acentos. Memoriza cuantos versos puedas de entre tus preferidos. Tenlos al alcance del recuerdo para disfrutarlos de vez en cuando”.
Esta es la moraleja, el consejo que me gustaría que quedara de esta exposición: acariciar la poesía, saborearla, memorizarla. Y, a través de ella, valorar en su justa medida, un instrumento tan cotidiano como la palabra que, para Blas de Otero en estos versos es lo que queda al final de todo:
Si he perdido la voz, el tiempo, todo
lo que tiré como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos
ME QUEDA LA PALABRA..
viernes, 18 de enero de 2008
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