LUIS ALBERTO DE CUENCA, POETA DE LINEA CLARA
José S. Carrasco Molina
Profesor de Lengua y Literatura
Es una realidad que en nuestras clases de Literatura casi nunca llegamos a enfrentarnos con poetas actuales, con autores que cultivan este género en nuestro tiempo. La generación del 27, sin duda un grupo poético que será muy difícil igualar, es generalmente la meta de un recorrido que comienza en las entrañables y emotivas jarchas.
Pero es también una realidad que, desde esa gloriosa generación, ha surgido una gran cantidad de poetas de gran talla, poetas que han sido agrupados en diversas promociones, a pesar de que en los últimos sesenta años, si hay un rasgo que caracteriza a la poesía española es su enorme diversidad. Sin embargo, se habla de poesía de posguerra, promoción de los 50, novísimos, poesía de la experiencia…. y bajo todas estas denominaciones se agrupan nombres tan importantes como Gil de Biedma, José Hierro, Luis Rosales, Blas de Otero, Pere Gimferrer, Claudio Rodríguez, José Angel Valente, Francisco Brines, Guillermo Carnero, Luis García Montero y un larguísimo etcétera en el que quien esto suscribe destaca por encima de todos a Ángel González, al que mis alumnos ya consideran casi como uno de la familia, por ser yo angelólatra acérrimo.
Dentro de esa nómina tan extensa como fructífera, sin duda, raya a gran altura LUIS ALBERTO DE CUENCA, hombre de una personalidad y producción realmente envidiables. Para valorar la importancia de su obra y formación, nos basta leer sus libros, pero, para darnos idea de su personalidad, se hace imprescindible entrar en contacto con él, aunque sólo sea por unas horas.
Y eso es lo que tuvimos ocasión de experimentar el pasado 16 de febrero en nuestro Instituto cuando fuimos sus anfitriones. Estábamos ya varios meses detrás de acordar con él una fecha, pues su apretadísima agenda lo hacía difícil. Pero, al fin, nos pusimos de acuerdo y el 16-F fue el día elegido.
Tuve el privilegio (y en este caso no es una palabra de puro protocolo) de ir a recogerlo a Murcia. Si he de ser sincero, nos habíamos hecho la idea de que nos visitaría una persona que, habiendo ocupado cargos de tanta importancia, sería quizás algo distante. Pero, desde el primer momento comprobé que estábamos totalmente equivocados. El poeta célebre, el prestigioso traductor, el eminente filólogo, el exdirector de la Biblioteca Nacional, el exsecretario de Estado de Cultura… era una persona de lo más cordial y accesible. Y así lo comprobamos todos los que tuvimos la oportunidad de entrar en contacto con él.
Nació en Madrid el 29 de diciembre de 1950 y ha llevado desde entonces una vida realmente intensa, una vida a la que ha sabido sacar el jugo en todos sus aspectos, haciendo realidad los versos de un poema suyo titulado precisamente “Vive la vida”:
Vive la vida. Vívela en la calle
y en el silencio de la biblioteca.
Y Luis Alberto de Cuenca es un buen ejemplo de lo que se conoce como “bon vivant”, pero al mismo tiempo ha sido y es un lector voraz y ha leído e interiorizado lo mejor y más significativo de la cultura universal en todas sus vertientes. Como ejemplo de estas dos caras de una misma personalidad, en su libro “Por fuertes y fronteras” aparecen dos poemas muy significativos. El primero se titula Mujeres y sólo consta de dos versos:
Mira que las deseo.
Y qué poco me gustan.
El siguiente, titulado “Libros” nos descubre la otra cara de su personalidad, esa pasión por la formación a través de lo escrito, que es para él algo imprescindible en su vida:
¡Qué sería de mí sin vosotros,
tiranos y, a la vez, embajadores
de la imaginación,
verdugos del deseo
y, al mismo tiempo, mensajeros suyos,
libros llenos de cosas deplorables
y de cosas sublimes,
a los que odiar
o por los que morir.
Pero de lo que se trata aquí es de hacer un pequeño recorrido por su labor poética, dejando al margen tanto su trayectoria personal como sus otras facetas profesionales (traductor, profesor….). El que suscribe ni es ni pretende ser crítico literario, tan sólo gustador de los sabores de la poesía, catador y no sé si transmisor de los placeres poéticos. A pesar de este humilde bagaje, me atrevo a afirmar que con Luis A. de Cuenca tenemos delante a uno de los mejores poetas de los últimos treinta años y cuya obra es un fiel reflejo de la evolución del género en este período. Así lo hizo notar quien lo presentó en una charla de la Fundación March:
Desde el casi agobiante y diversísimo culturalismo de sus primeros poemas a los desolados pero casi nunca desesperados poemas últimos, muchas aguas han caído, pero siempre han regado una tierra fértil y propicia.
Efectivamente hay una evolución bien patente en la obra de nuestro poeta que podemos expresar en estos versos, pertenecientes a dos poemas diferentes.
En el poema titulado “Evocación de Francisco Salas, cosmógrafo”, que se incluye en el libro Elsinore (1972) podemos leer estos versos:
Tierra firme y rojiza, patíbulos hirsutos, fortalezas
insomnes de Basse-Terre.
como espectros surgidos de la más ambiciosa ghost store;
alineados delfines, disciplinadas orcas en el pulcro
despacho de Levasseur,
y un viejo cielo añil entreverado de ángeles vudú.
En el libro El otro sueño (1987),se incluye el siguiente poema titulado La semana:
Háblame de Guevara los domingos.
Olvídame los lunes y los martes.
Invítame los miércoles al cine.
No dejes de pensar en mí los jueves.
Los viernes quiéreme como una loca.
Y los sábados cásate conmigo.
No hay que ser ningún especialista en lírica para apreciar dos tonos muy diferentes, dos maneras muy distintas de enfocar y practicar el hecho poético. Y es que, Luis Alberto de Cuenca comienza su producción al reflujo de los Novísimos, denominación que proviene de la antología “Nueve novísimos poetas españoles” (1970) de José Mª Castellet, sin duda referencia obligada para cualquiera que pretenda conocer la evolución de la poesía en los últimos años. Se trata de unos autores que entienden la forma del mensaje como su verdadero contenido, que buscan la estética por encima de todo (se les ha llamado “poetas venecianos”) que usan abundantemente referencias culturalistas, que abandonan las formas clásicas, que alejan la poesía de cualquier tipo de experiencia personal o social, creando, por tanto, una poesía no demasiado accesible para el gran público. Entre estos autores, sobresale la figura de Pere Gimferrer (“me gusta la palabra bella y el viejo y querido utillaje retórico”) que, como me confesó Luis Alberto en nuestro sugerente viaje por el Valle de Ricote, fue para él y para otros muchos un gran descubrimiento y un eficaz revulsivo. Las siguientes palabras suyas lo confirman:
Crecí y me adscribí (o, mejor dicho, me adscribieron) a una generación con muchos nombre: del 68, de los “ novísimos”, de los 70, del lenguaje… Era y es una generación proclive al decadentismo, al esteticismo y al culturalismo, y a los mass media, el cine y los tebeos.
Pero su poesía evoluciona de forma bien patente, como se aprecia en el segundo poema. El propio autor reconoce que, entre 1979 y 1983 se produce en su obra un cambio sustancial, claramente perceptible en uno de sus libros más emblemáticos no sólo de su producción sino de la poesía de los últimos 30 años. Y ese cambio da lugar a una poesía más cercana, que el propio autor describe así:
Son poemas con historia, en los que pasan cosas Los personajes son como tú, como tu amada, como tus amigos. Y se mueven y sueñan y mueren en una ciudad hiperreal, tan fantástica como la vida misma. Porque tu poesía es hija de tu tiempo.
Y así consigue Luis Alberto de Cuenca hacerse cercano, sin que ello quiera decir que rebaja ni un ápice ese encanto que suscita la poesía en aquellas almas predestinadas para gozar de ella, en aquellos que, como yo repito cada día en clase, “estamos tocados por la mano de las musas”. Y han salido de su inspiración en esta poesía de la experiencia cercana, versos y poemas de los que ponen los pelos de punta, como ese Nocturno, que podría ser firmado por cualquiera de los egregios poetas del 27, en el que aparecen versos como:
Recamaste la almohada con hilos de azabache.
Tejiste sobre el sueño un velo de blancura.
Son versos que ya cuelgan, autógrafos, en el aula 4 de nuestro Centro junto a ese soneto grandioso y también autógrafo de Angel González en el que quiere ser “alga enredada en lo más suave de tu pantorrilla”.
En una Poética que escribe para una Antología de los poetas del último tercio de siglo XX, habla así sobre su visión de la poesía:
El concepto que más valoro a la hora de escribir poesía es la sinceridad (…). Pienso que en de la sabia conjunción entre sinceridad, claridad, técnica y sensibilidad de donde surge la emoción poética. (…) Me gusta recordar que mi poesía suele gustarle a gente que no lee poesía. Eso demuestra que la poesía puede y debe salir del ghetto, de las mafias y sectas, del malditismo, de su propia y tediosa iconografía.
Y es verdad. En este Centro somos testigos de cómo su poesía gustó y llegó a todos los alumnos que tuvieron la oportunidad de oírla recitada por él mismo y de apreciar las jugosa explicaciones que nos brindó sobre el porqué de algunos de sus versos. Luis Alberto de Cuenca es una clara demostración de que se pueden combinar la calidad, la excelencia lírica con la cercanía y la sencillez.
Su poesía es tan variada que es casi imposible hacer un resumen de la misma, aunque, como él mismo reconoce, el común denominador es el amor, pero bajo innumerables perspectivas.
A veces, como en un soneto de lo más original, es el amor “atómico”, un sentimiento amoroso al que se incorporan los nuevos descubrimientos en el ámbito de la tecnología bélica, sucediéndose en el campo de batalla del amor, el bombardeo, la explosión, las ojivas, los misiles, hasta que al final el poeta debe sacar a la amada la bandera blanca:
Me rindo. Tú has ganado. Mientras vivas,
no alcanzarás un triunfo tan notorio:
me has volado la mente con tus ojos.
En otras ocasiones, se reflejan situaciones de la vida diaria, de esa sensación de tedio que llega en algunas mujeres cuando se cumplen los cuarenta (marido aburrido, hijos que dan problemas, padres mayores) y en uno de sus poemas más populares, La malcasada, habla de tú a tú con una mujer que quiere refugiarse en el poeta, antiguo amor de juventud, para vencer ese tedio, acabando con unos consejos muy de la vida diaria para que vuelva a encauzar su vida:
Vuelve a ser la que fuiste. Ve a un gimnasio,
píntate más, alisa tus arrugas
y ponte ropa sexy, no seas tonta,
que a lo mejor Juan Luis vuelve a mimarte,
y tus hijos se van a un campamento,
y tus padres se mueren.
Hay poemas muy llamativos en los que el amor lleva a situaciones realmente extremas. En el Epigrama, desde la tumba, el amante, aconseja a los que pasen por allí que no recorran su mismo camino. Y es que a él le gustaba imaginarse a su chica con otros, con eso gozaba, pero “traspasé el límite” y se lo tomó tan en serio que la mató, suicidándose luego él mismo. El consejo final para el caminante no tiene desperdicio:
Por más que te divierta imaginarla en brazos
de alguien que no seas tú, no pierdas el sentido.
Mátala sólo a ella, trocea su cadáver
y búscate otra chica para seguir soñando.
La pasión amorosa puede llevar también a una cierta “antropofagia”. Y así ocurre en los poemas “El desayuno” y “Bébetela” . En el primero, partiendo de un verso que recuerda a Neruda. “Me gustas cuando dices tonterías”, después de hacer una relación de momentos en que admira a la mujer amada, acaba con un última situación realmente curiosa y en la que ella quiere saciar con él su hambre cuando comienza el día:
Pero aún me gustas más, tanto que casi
no puedo resistir lo que me gustas,
cuando, llena de vida, te despiertas
y lo primero que haces es decirme:
“Tengo un hambre feroz esta mañana,
voy a empezar contigo el desayuno”.
El poema “Bebétela” es uno de los más ingeniosos de su producción. Comienza con un tono aparentemente ligero y familiar, dando consejos al enamorado sobre cómo debe ganar el corazón de la novia simplemente con la palabra, expresándole ideas bonitas y además haciéndolo no de cualquier manera sino cuidando mucho las formas (muy bajito, con los labios en su oreja…). Pero en este clima surgen tres metáforas extraordinarias (referidas a sus piernas, sus senos y su espalda) que elevan el tono para, al final, volver a echar mano de esa chispa de ingenio que se plasma en el ultimo verso, un imperativo sin medias tintas:
Dile cosas bonitas a tu novia:
“Tienes un cuerpo de reloj de arena
y un alma de película de Hawks”
Díselo muy bajito, con tus labios
pegados a su oreja, sin que nadie
pueda escuchar lo que le estás diciendo
(a saber, que sus piernas son cohetes
dirigidos al centro de la tierra,
o que sus senos son la madriguera
de un cangrejo de mar, o que su espalda
es plata viva). Y cuando se lo crea
y comience a licuarse entre tus brazos,
no dudes ni un segundo:
bébetela.
Es el amor en infinidad de matices el que se enseñorea de la poesía de este autor. A veces, basándose en algún poema amoroso, lo toma como modelo aplicándole una mirada de cierta ironía, quitándole gravedad para hacer esa poesía más accesible que es la que él quiere. Dentro de la producción de García Lorca, los Sonetos del amor oscuro son, quizás, de sus textos amorosos mejor logrados. Luis Alberto de Cuenca recoge este titulo lorquiano para darle su sello personal y aligerar esa carga quizás demasiado densa de los textos del granadino y escribe el Soneto del amor de oscuro, en el que la oscuridad no se refiere a ningún estado íntimo sino al color de la ropa interior de la mujer con la que comparte el lecho. Tras el recuerdo de una noche de pasión, los tercetos encierran el consejo que debe tener en cuenta la mujer para conseguir del amante todo lo que quiera:
Muerto o vivo, si quieres más dinero,
date una vuelta por la lencería
y salpica tu piel de seda oscura.
Que voy a regalarte el mundo entero
si me asaltas de negro, vida mía,
y me invaden tu noche y tu locura.
Quizás haya críticos ortodoxos que califiquen la poesía de este autor como poesía ligera o superficial. Pero, a mi entender, nada hay más alejado de la realidad. Es verdad que el tono es coloquial, pero los textos están recorridos por una vena de clasicismo, por una sucesión de recursos poéticos perfectamente distribuidos, por unos esquemas métricos que, aunque no sigan generalmente los moldes tradicionales, consiguen la misma musicalidad que estos con una perfecta cadencia verso a verso y, sobre todo, hay en su obra una “chispa”, un toque de ingenio mezclado en ocasiones con una fina ironía, recurso de los inteligentes. Es, en definitiva, una poesía ante la que yo me descubro y lo hago porque envidio al poeta que es capaz de conseguir mezclar lo excelso y lo sencillo. Muchos hombres les habrán pedido a su mujer que se compre la ropa interior oscura, pero ¿a quién, por muy sentimental que sea, se le ha ocurrido decirle “salpica tu piel de seda oscura”? . Es una imagen realmente maravillosa que nace de lo cotidiano. Y en ese conseguir convertir lo trivial en poético, lo superficial en sublime, está uno de los grandes méritos de la poesía de este autor madrileño.
Su visita, pues a nuestro Centro, su breve estancia entre nosotros tuvo un doble efecto en los que estuvimos en contacto con él: admirar la valía de su personalidad y la perfección de su obra. Sin duda, está en paz con aquellos seres imaginarios (¿o no tanto?) a los que se atribuye desde siempre la inspiración, es decir, las musas, unos seres a los que él les humaniza, dándoles cuerpo de mujer. Sirva como último poema de este breve acercamiento a su obra un texto en el que, desde un conocimiento certero de ella, de la musa, aconseja al poeta cómo debe tratarla si quiere escribir algo que merezca la pena, algo a lo que se le pueda aplicar el adjetivo de “literario”.
TU MUSA
Convéncete primero de que le caes simpático,
de que lo pasa bien cuando sale contigo.
Llévala a casa luego , sírvele un par de copas
y, en un momento dado, mordisquéale el cuello.
Unas veces querrá pasar el dormitorio,
otras alegará una indisposición
y otras te contará su vida por entregas.
Muéstrale en cada caso la dosis de cariño
Que te pidan sus ojos. Sé generoso siempre.
Trata de conservarla como sea a tu lado.
Sin ella, sin tu musa, no eres nadie, poeta.
José S. Carrasco Molina
Profesor de Lengua y Literatura
Es una realidad que en nuestras clases de Literatura casi nunca llegamos a enfrentarnos con poetas actuales, con autores que cultivan este género en nuestro tiempo. La generación del 27, sin duda un grupo poético que será muy difícil igualar, es generalmente la meta de un recorrido que comienza en las entrañables y emotivas jarchas.
Pero es también una realidad que, desde esa gloriosa generación, ha surgido una gran cantidad de poetas de gran talla, poetas que han sido agrupados en diversas promociones, a pesar de que en los últimos sesenta años, si hay un rasgo que caracteriza a la poesía española es su enorme diversidad. Sin embargo, se habla de poesía de posguerra, promoción de los 50, novísimos, poesía de la experiencia…. y bajo todas estas denominaciones se agrupan nombres tan importantes como Gil de Biedma, José Hierro, Luis Rosales, Blas de Otero, Pere Gimferrer, Claudio Rodríguez, José Angel Valente, Francisco Brines, Guillermo Carnero, Luis García Montero y un larguísimo etcétera en el que quien esto suscribe destaca por encima de todos a Ángel González, al que mis alumnos ya consideran casi como uno de la familia, por ser yo angelólatra acérrimo.
Dentro de esa nómina tan extensa como fructífera, sin duda, raya a gran altura LUIS ALBERTO DE CUENCA, hombre de una personalidad y producción realmente envidiables. Para valorar la importancia de su obra y formación, nos basta leer sus libros, pero, para darnos idea de su personalidad, se hace imprescindible entrar en contacto con él, aunque sólo sea por unas horas.
Y eso es lo que tuvimos ocasión de experimentar el pasado 16 de febrero en nuestro Instituto cuando fuimos sus anfitriones. Estábamos ya varios meses detrás de acordar con él una fecha, pues su apretadísima agenda lo hacía difícil. Pero, al fin, nos pusimos de acuerdo y el 16-F fue el día elegido.
Tuve el privilegio (y en este caso no es una palabra de puro protocolo) de ir a recogerlo a Murcia. Si he de ser sincero, nos habíamos hecho la idea de que nos visitaría una persona que, habiendo ocupado cargos de tanta importancia, sería quizás algo distante. Pero, desde el primer momento comprobé que estábamos totalmente equivocados. El poeta célebre, el prestigioso traductor, el eminente filólogo, el exdirector de la Biblioteca Nacional, el exsecretario de Estado de Cultura… era una persona de lo más cordial y accesible. Y así lo comprobamos todos los que tuvimos la oportunidad de entrar en contacto con él.
Nació en Madrid el 29 de diciembre de 1950 y ha llevado desde entonces una vida realmente intensa, una vida a la que ha sabido sacar el jugo en todos sus aspectos, haciendo realidad los versos de un poema suyo titulado precisamente “Vive la vida”:
Vive la vida. Vívela en la calle
y en el silencio de la biblioteca.
Y Luis Alberto de Cuenca es un buen ejemplo de lo que se conoce como “bon vivant”, pero al mismo tiempo ha sido y es un lector voraz y ha leído e interiorizado lo mejor y más significativo de la cultura universal en todas sus vertientes. Como ejemplo de estas dos caras de una misma personalidad, en su libro “Por fuertes y fronteras” aparecen dos poemas muy significativos. El primero se titula Mujeres y sólo consta de dos versos:
Mira que las deseo.
Y qué poco me gustan.
El siguiente, titulado “Libros” nos descubre la otra cara de su personalidad, esa pasión por la formación a través de lo escrito, que es para él algo imprescindible en su vida:
¡Qué sería de mí sin vosotros,
tiranos y, a la vez, embajadores
de la imaginación,
verdugos del deseo
y, al mismo tiempo, mensajeros suyos,
libros llenos de cosas deplorables
y de cosas sublimes,
a los que odiar
o por los que morir.
Pero de lo que se trata aquí es de hacer un pequeño recorrido por su labor poética, dejando al margen tanto su trayectoria personal como sus otras facetas profesionales (traductor, profesor….). El que suscribe ni es ni pretende ser crítico literario, tan sólo gustador de los sabores de la poesía, catador y no sé si transmisor de los placeres poéticos. A pesar de este humilde bagaje, me atrevo a afirmar que con Luis A. de Cuenca tenemos delante a uno de los mejores poetas de los últimos treinta años y cuya obra es un fiel reflejo de la evolución del género en este período. Así lo hizo notar quien lo presentó en una charla de la Fundación March:
Desde el casi agobiante y diversísimo culturalismo de sus primeros poemas a los desolados pero casi nunca desesperados poemas últimos, muchas aguas han caído, pero siempre han regado una tierra fértil y propicia.
Efectivamente hay una evolución bien patente en la obra de nuestro poeta que podemos expresar en estos versos, pertenecientes a dos poemas diferentes.
En el poema titulado “Evocación de Francisco Salas, cosmógrafo”, que se incluye en el libro Elsinore (1972) podemos leer estos versos:
Tierra firme y rojiza, patíbulos hirsutos, fortalezas
insomnes de Basse-Terre.
como espectros surgidos de la más ambiciosa ghost store;
alineados delfines, disciplinadas orcas en el pulcro
despacho de Levasseur,
y un viejo cielo añil entreverado de ángeles vudú.
En el libro El otro sueño (1987),se incluye el siguiente poema titulado La semana:
Háblame de Guevara los domingos.
Olvídame los lunes y los martes.
Invítame los miércoles al cine.
No dejes de pensar en mí los jueves.
Los viernes quiéreme como una loca.
Y los sábados cásate conmigo.
No hay que ser ningún especialista en lírica para apreciar dos tonos muy diferentes, dos maneras muy distintas de enfocar y practicar el hecho poético. Y es que, Luis Alberto de Cuenca comienza su producción al reflujo de los Novísimos, denominación que proviene de la antología “Nueve novísimos poetas españoles” (1970) de José Mª Castellet, sin duda referencia obligada para cualquiera que pretenda conocer la evolución de la poesía en los últimos años. Se trata de unos autores que entienden la forma del mensaje como su verdadero contenido, que buscan la estética por encima de todo (se les ha llamado “poetas venecianos”) que usan abundantemente referencias culturalistas, que abandonan las formas clásicas, que alejan la poesía de cualquier tipo de experiencia personal o social, creando, por tanto, una poesía no demasiado accesible para el gran público. Entre estos autores, sobresale la figura de Pere Gimferrer (“me gusta la palabra bella y el viejo y querido utillaje retórico”) que, como me confesó Luis Alberto en nuestro sugerente viaje por el Valle de Ricote, fue para él y para otros muchos un gran descubrimiento y un eficaz revulsivo. Las siguientes palabras suyas lo confirman:
Crecí y me adscribí (o, mejor dicho, me adscribieron) a una generación con muchos nombre: del 68, de los “ novísimos”, de los 70, del lenguaje… Era y es una generación proclive al decadentismo, al esteticismo y al culturalismo, y a los mass media, el cine y los tebeos.
Pero su poesía evoluciona de forma bien patente, como se aprecia en el segundo poema. El propio autor reconoce que, entre 1979 y 1983 se produce en su obra un cambio sustancial, claramente perceptible en uno de sus libros más emblemáticos no sólo de su producción sino de la poesía de los últimos 30 años. Y ese cambio da lugar a una poesía más cercana, que el propio autor describe así:
Son poemas con historia, en los que pasan cosas Los personajes son como tú, como tu amada, como tus amigos. Y se mueven y sueñan y mueren en una ciudad hiperreal, tan fantástica como la vida misma. Porque tu poesía es hija de tu tiempo.
Y así consigue Luis Alberto de Cuenca hacerse cercano, sin que ello quiera decir que rebaja ni un ápice ese encanto que suscita la poesía en aquellas almas predestinadas para gozar de ella, en aquellos que, como yo repito cada día en clase, “estamos tocados por la mano de las musas”. Y han salido de su inspiración en esta poesía de la experiencia cercana, versos y poemas de los que ponen los pelos de punta, como ese Nocturno, que podría ser firmado por cualquiera de los egregios poetas del 27, en el que aparecen versos como:
Recamaste la almohada con hilos de azabache.
Tejiste sobre el sueño un velo de blancura.
Son versos que ya cuelgan, autógrafos, en el aula 4 de nuestro Centro junto a ese soneto grandioso y también autógrafo de Angel González en el que quiere ser “alga enredada en lo más suave de tu pantorrilla”.
En una Poética que escribe para una Antología de los poetas del último tercio de siglo XX, habla así sobre su visión de la poesía:
El concepto que más valoro a la hora de escribir poesía es la sinceridad (…). Pienso que en de la sabia conjunción entre sinceridad, claridad, técnica y sensibilidad de donde surge la emoción poética. (…) Me gusta recordar que mi poesía suele gustarle a gente que no lee poesía. Eso demuestra que la poesía puede y debe salir del ghetto, de las mafias y sectas, del malditismo, de su propia y tediosa iconografía.
Y es verdad. En este Centro somos testigos de cómo su poesía gustó y llegó a todos los alumnos que tuvieron la oportunidad de oírla recitada por él mismo y de apreciar las jugosa explicaciones que nos brindó sobre el porqué de algunos de sus versos. Luis Alberto de Cuenca es una clara demostración de que se pueden combinar la calidad, la excelencia lírica con la cercanía y la sencillez.
Su poesía es tan variada que es casi imposible hacer un resumen de la misma, aunque, como él mismo reconoce, el común denominador es el amor, pero bajo innumerables perspectivas.
A veces, como en un soneto de lo más original, es el amor “atómico”, un sentimiento amoroso al que se incorporan los nuevos descubrimientos en el ámbito de la tecnología bélica, sucediéndose en el campo de batalla del amor, el bombardeo, la explosión, las ojivas, los misiles, hasta que al final el poeta debe sacar a la amada la bandera blanca:
Me rindo. Tú has ganado. Mientras vivas,
no alcanzarás un triunfo tan notorio:
me has volado la mente con tus ojos.
En otras ocasiones, se reflejan situaciones de la vida diaria, de esa sensación de tedio que llega en algunas mujeres cuando se cumplen los cuarenta (marido aburrido, hijos que dan problemas, padres mayores) y en uno de sus poemas más populares, La malcasada, habla de tú a tú con una mujer que quiere refugiarse en el poeta, antiguo amor de juventud, para vencer ese tedio, acabando con unos consejos muy de la vida diaria para que vuelva a encauzar su vida:
Vuelve a ser la que fuiste. Ve a un gimnasio,
píntate más, alisa tus arrugas
y ponte ropa sexy, no seas tonta,
que a lo mejor Juan Luis vuelve a mimarte,
y tus hijos se van a un campamento,
y tus padres se mueren.
Hay poemas muy llamativos en los que el amor lleva a situaciones realmente extremas. En el Epigrama, desde la tumba, el amante, aconseja a los que pasen por allí que no recorran su mismo camino. Y es que a él le gustaba imaginarse a su chica con otros, con eso gozaba, pero “traspasé el límite” y se lo tomó tan en serio que la mató, suicidándose luego él mismo. El consejo final para el caminante no tiene desperdicio:
Por más que te divierta imaginarla en brazos
de alguien que no seas tú, no pierdas el sentido.
Mátala sólo a ella, trocea su cadáver
y búscate otra chica para seguir soñando.
La pasión amorosa puede llevar también a una cierta “antropofagia”. Y así ocurre en los poemas “El desayuno” y “Bébetela” . En el primero, partiendo de un verso que recuerda a Neruda. “Me gustas cuando dices tonterías”, después de hacer una relación de momentos en que admira a la mujer amada, acaba con un última situación realmente curiosa y en la que ella quiere saciar con él su hambre cuando comienza el día:
Pero aún me gustas más, tanto que casi
no puedo resistir lo que me gustas,
cuando, llena de vida, te despiertas
y lo primero que haces es decirme:
“Tengo un hambre feroz esta mañana,
voy a empezar contigo el desayuno”.
El poema “Bebétela” es uno de los más ingeniosos de su producción. Comienza con un tono aparentemente ligero y familiar, dando consejos al enamorado sobre cómo debe ganar el corazón de la novia simplemente con la palabra, expresándole ideas bonitas y además haciéndolo no de cualquier manera sino cuidando mucho las formas (muy bajito, con los labios en su oreja…). Pero en este clima surgen tres metáforas extraordinarias (referidas a sus piernas, sus senos y su espalda) que elevan el tono para, al final, volver a echar mano de esa chispa de ingenio que se plasma en el ultimo verso, un imperativo sin medias tintas:
Dile cosas bonitas a tu novia:
“Tienes un cuerpo de reloj de arena
y un alma de película de Hawks”
Díselo muy bajito, con tus labios
pegados a su oreja, sin que nadie
pueda escuchar lo que le estás diciendo
(a saber, que sus piernas son cohetes
dirigidos al centro de la tierra,
o que sus senos son la madriguera
de un cangrejo de mar, o que su espalda
es plata viva). Y cuando se lo crea
y comience a licuarse entre tus brazos,
no dudes ni un segundo:
bébetela.
Es el amor en infinidad de matices el que se enseñorea de la poesía de este autor. A veces, basándose en algún poema amoroso, lo toma como modelo aplicándole una mirada de cierta ironía, quitándole gravedad para hacer esa poesía más accesible que es la que él quiere. Dentro de la producción de García Lorca, los Sonetos del amor oscuro son, quizás, de sus textos amorosos mejor logrados. Luis Alberto de Cuenca recoge este titulo lorquiano para darle su sello personal y aligerar esa carga quizás demasiado densa de los textos del granadino y escribe el Soneto del amor de oscuro, en el que la oscuridad no se refiere a ningún estado íntimo sino al color de la ropa interior de la mujer con la que comparte el lecho. Tras el recuerdo de una noche de pasión, los tercetos encierran el consejo que debe tener en cuenta la mujer para conseguir del amante todo lo que quiera:
Muerto o vivo, si quieres más dinero,
date una vuelta por la lencería
y salpica tu piel de seda oscura.
Que voy a regalarte el mundo entero
si me asaltas de negro, vida mía,
y me invaden tu noche y tu locura.
Quizás haya críticos ortodoxos que califiquen la poesía de este autor como poesía ligera o superficial. Pero, a mi entender, nada hay más alejado de la realidad. Es verdad que el tono es coloquial, pero los textos están recorridos por una vena de clasicismo, por una sucesión de recursos poéticos perfectamente distribuidos, por unos esquemas métricos que, aunque no sigan generalmente los moldes tradicionales, consiguen la misma musicalidad que estos con una perfecta cadencia verso a verso y, sobre todo, hay en su obra una “chispa”, un toque de ingenio mezclado en ocasiones con una fina ironía, recurso de los inteligentes. Es, en definitiva, una poesía ante la que yo me descubro y lo hago porque envidio al poeta que es capaz de conseguir mezclar lo excelso y lo sencillo. Muchos hombres les habrán pedido a su mujer que se compre la ropa interior oscura, pero ¿a quién, por muy sentimental que sea, se le ha ocurrido decirle “salpica tu piel de seda oscura”? . Es una imagen realmente maravillosa que nace de lo cotidiano. Y en ese conseguir convertir lo trivial en poético, lo superficial en sublime, está uno de los grandes méritos de la poesía de este autor madrileño.
Su visita, pues a nuestro Centro, su breve estancia entre nosotros tuvo un doble efecto en los que estuvimos en contacto con él: admirar la valía de su personalidad y la perfección de su obra. Sin duda, está en paz con aquellos seres imaginarios (¿o no tanto?) a los que se atribuye desde siempre la inspiración, es decir, las musas, unos seres a los que él les humaniza, dándoles cuerpo de mujer. Sirva como último poema de este breve acercamiento a su obra un texto en el que, desde un conocimiento certero de ella, de la musa, aconseja al poeta cómo debe tratarla si quiere escribir algo que merezca la pena, algo a lo que se le pueda aplicar el adjetivo de “literario”.
TU MUSA
Convéncete primero de que le caes simpático,
de que lo pasa bien cuando sale contigo.
Llévala a casa luego , sírvele un par de copas
y, en un momento dado, mordisquéale el cuello.
Unas veces querrá pasar el dormitorio,
otras alegará una indisposición
y otras te contará su vida por entregas.
Muéstrale en cada caso la dosis de cariño
Que te pidan sus ojos. Sé generoso siempre.
Trata de conservarla como sea a tu lado.
Sin ella, sin tu musa, no eres nadie, poeta.
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