CARTA ABIERTA A AUGUSTO PUCHE TOLEDO
Domicilio. El Cielo
Amigo Augusto: Los que hemos estado cerca de ti y hemos conocido tu trayectoria de servicio siempre hemos pensado que te merecías un reconocimiento por parte del pueblo, que tenías más que de sobra derecho a que se te tributara un homenaje, pero nunca nos hubiera pasado por la cabeza el que ese homenaje fuera póstumo.
Pero la responsabilidad no es nuestra, por haber tenido falta de previsión, sino tuya por haberte marchado tan pronto y sin avisar.
Nos hubiera gustado, al menos despedirnos de ti para siempre, apretarnos contigo en un fuerte abrazo y decirte al menos una sola palabra, “gracias” , por tantas cosas.
¿Por qué, cuando estuvimos juntos en misa en la mañana de ese triste domingo 15 de mayo, no me anunciaste nada, no me dijiste que ya no iba a poder contar contigo para rezar en los Penitentes, para organizar la procesión de los Santos Médicos, para recogerme las fotos del periódico, o que ya no íbamos a poder tener más esos encuentros diarios en los que hablábamos siempre de cosas para el pueblo, y discutíamos cuál era más sopero de los dos, y tú decías que yo nunca te alcanzaría?
Pero no sólo lo hiciste mal conmigo, ¿por qué no hablaste ese día con el cura para avisarle de que ya no te tendría más dispuesto para hacer de todo lo que hiciera falta en la Parroquia, para montar el monumento, para ayudarle en el lavatorio, para acompañarlo en la procesión del Corpus, para hacer los turnos de vela ante el Monumento, para ayudarle en la misa y dar la comunión cuando hacía falta?
Y ¿qué decirte de tu amigo José María?, ¿por qué no le anunciaste con tiempo que ya no iba a poder contar más contigo para montar los decorados o escribirle los libretos de la zarzuela o para discutir con él cada día cuando os juntabais en tu tienda y que parece que competíais a ver quién gritaba más de los dos? Pero, cuanto más discutíais más unidos estabais.
¿Y tus vecinos? Es verdad que la Plaza Vieja sigue, con su Ayuntamiento, sus casas de siempre, pero se ha quedado muda. Tu presencia en la esquina de tu tienda y tu voz tan peculiar saludando y bromeando con cualquiera la han dejado vacía, le han quitado un trozo de vida. Y ya no se puede recurrir a ti cuando hay que vestir a los gigantes o hace falta un trozo de cinta de bandera o hay que hacer un rótulo vistoso.
¿Y tu familia? ¿cómo dejaste sin avisar a tu mujer y a tus cuatro hijos, que formaban contigo una piña? Y a tus hermanos, para los que siempre has sido el pequeño y te han tenido un cariño muy especial aunque a veces no entendían que fueras capaz de dejar tu negocio, tu tienda, para atender a cualquier cosa que te pidieran. Tu hermano Paco me dijo unas palabras que aún recuerdo, “Augusto era mucho Augusto”.
Y era verdad. Por eso, por todo lo que sembraste en tu vida, recogiste un testimonio de cariño a tu muerte como pocas veces se ha visto en Abarán. Todo el pueblo te quiso acompañar y las lágrimas salían incontenibles de los ojos de mujeres y de hombres. ¡Cuánto hubieras dado por ver tanta gente acompañándote en tu último viaje! ¡Qué satisfecho te hubieras sentido de ver recompensada una vida entregada a los demás con el cariño y el dolor de este Abarán que tú tanto querías!. Hubieras visto los ojos vidriosos de la Chari o de Virola o de Cayo o de la Anita o de nuestro entrañable José María que, tan brusco y serio siempre, se sentó junto a mí aquella tarde en un banco del atrio y los dos nos echamos a llorar como dos niños pequeños. Carmina, que nos vio, se dirigió a nosotros y con un abrazo y un apretón de manos tuvo con nosotros un gesto de consuelo que no olvidaremos fácilmente.
Amigo Augusto, yo sé que allá arriba no estarás quieto, que estarás, seguramente colaborando en mil tareas celestiales, que te habrás encontrado con tus gentes más queridas, con tus padres, Paco y Cecilia, que se sorprenderían al verte tan pronto, o con Don Juan Sáez que te habrá fichado ya para algunas de las iniciativas que estará llevando a cabo allí arriba. Y con tantos abaraneros que te querían de verdad como los que hemos quedado aquí.
Aquí abajo el pueblo sigue, la vida sigue, las fiestas siguen, pero puedes estar seguro de que para Abarán tú has sido más útil, más importante que mucha gente con más poder o más medios o más estudios. Como has sembrado, vas a recoger esta noche el cariño de tu pueblo, al que tanto querías y servías.
Confiando en que nos fundiremos en un fuerte abrazo cuando nos volvamos a encontrar, se despide desde aquí abajo, tu amigo:
PEPE JARRAS.
viernes, 18 de enero de 2008
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