miércoles, 19 de marzo de 2008

Momentos de la Semana Santa abaranera

MOMENTOS DE LA SEMANA SANTA ABARANERA
No es una Semana Santa muy espectacular. No hay en ella unos desfiles con un especial dramatismo. No aparecen en ella recursos artísticos o aparatosos. Es verdad, pero hay momentos de una especial emotividad, momentos que ayudan a comprender la grandeza del misterio que se celebra y que se repite año tras años en todo el orbe cristiano.
Si hiciéramos una encuesta a cada abaranero por cuáles son esos momentos, sin duda nos encontraríamos multitud de respuestas diferentes. Si yo tuviera que responder, señalaría tres.
El primero es la salida y el recorrido de la Procesión de Penitentes en la madrugada por las calles de nuestro casco antiguo. Seguramente el nombre de procesión no es hoy muy adecuado, porque en ella no hay tronos, ni flores, ni nazarenos vestidos con su túnica; sólo un estandarte flanqueado por dos faroles y decenas de personas que durante el recorrido no hacen más que rezar. Es nuestro rito más antiguo, pues ya en el siglo XVI, cuando se viene a examinar la fe de los moriscos que aquí habitaban, se hace referencia a una procesión de penitentes para mostrar la sinceridad de su fe. Lo que tiene hoy de emotivo es, sin duda, sus sonidos. Por una parte, el sonido del canto de unas estaciones con una letra muy plástica y una música muy peculiar, a cargo de una voz de hombre, grave y rotunda. Por otra, el de los pasos silenciosos de los hombres y mujeres que forman el cortejo unido al del rezo casi susurrante en la boca de los participantes. Y todos esos sonidos tienen cada año como testigo a la luna llena que, en la subida a la Ermita, alcanza un especial protagonismo con la vista de todo un valle iluminado en la noche más larga y más santa del año.
El segundo tiene lugar unas horas después, tras la solemne procesión del Santo Entierro, viernes santo por la noche, cuando ya todos los tronos han hecho su recorrido, cuando ya todos los nazarenos, tamboristas y trompetistas han realizado su carrera, y sólo queda ya la última Hermandad, la de las Siervas de María, el atrio estalla en un gran silencio. Aparece el estandarte con el corazón bordado y atravesado por los siete dolores que ya anunciara el anciano Simeón, y tras él, las mujeres de negro, con su teja y su mantilla, que se van quedando a los lados con sus velas aún encendidas. Y llega el momento mágico. La Virgen aparece en la esquina de la iglesia, se oyen las notas de una marcha procesional magníficamente interpretada por nuestra Banda de Música, seguramente “Nuestro Padre Jesús” del maestro Cebrián. Y muy despacio, dolorida y majestuosa al mismo tiempo, la imagen de la Virgen, portada por sus anderos con su túnica negra, va subiendo por la cuesta del atrio. Y la emoción de todos los que contemplan este momento se aprecia en sus rostros. Y todos saben que esta sensación ya no se volverá a repetir hasta el año próximo y con la luna llena como testigo.
El tercer momento tiene como testigo un cielo generalmente azul radiante y se produce en una Plaza Vieja rebosante de corazones dispuestos a revivir cada año la misma emoción en el mismo instante siguiendo un mismo rito. Ha comenzado la procesión desde el atrio, el primer trono ya aparece y está entrando a la Plaza haciéndose hueco entre la multitud. Una multitud que pronto tiene que ir mirando a un extremo y a otro porque enseguida empieza a aparecer la entrañable imagen el Niño por la otra parte. Y van entrando tronos con sus anderos y trompetistas y tamboristas de todas las hermandades y de todos los colores. Hasta que poco a poco dejan de sonar y se hace el silencio un silencio de emoción contenida, un silencio de tensión a flor de piel. Y la imagen de la Virgen aún con su manto negro, parece que se cae y una paloma echa a volar. Ha sido la primera reverencia. La Virgen avanza lenta, Cristo apenas avanza. Y otra vez el trono de Maria del Amor Hermoso parece que cae. Y salen dos palomas coloreadas que se van quedando en algún balcón. La emoción va llegando a su punto más álgido. Avanzan los tronos ahora centímetro a centímetro. Todos los ojos y los corazones puestos en el lugar mágico donde, en perfecta sincronía, los dos tronos ahora parece que van a dar en el suelo. Es la tercera, definitiva y última reverencia. El momento más esperado, el más sentido, el más emocionante de cada Semana Santa abaranera. Se rompe el silencio. Innumerables palomas vuelan sobre la multitud. Y todo Abarán vibrando con un solo corazón.
Estos son tres momentos que hacen meditar, que mantienen lo que aún queda del espíritu que debe estar presente en estos días de misterios tan profundos. Son momentos que recogen el sentir de unas gentes que, generación tras generación, han visto el amanecer y el ocaso en este rincón del Valle.
JOSE S. CARRASCO MOLINA (2008)
Cronista Oficial de Abarán