ANGEL GONZÁLEZ, O LA COTIDIANIDAD INOLVIDABLE
José S. Carrasco Molina
Publicado en la Revista ABACO 2004
Si alguien me preguntara cuál es hoy , para mí, la imagen de un poeta, diría que Angel González. Pienso que la poesía lo ha elegido para que lo represente en la tierra y ante los mortales.
José Esteban
Esas palabras de un amigo del poeta asturiano objeto de este artículo, son el mejor compendio de la personalidad y la obra de Angel González.
Desde hace ya bastante tiempo, me encuentro entre los que el escritor Juan García Hortelano llama “angelólatras”, es decir, aquellos que rinden culto a este poeta.
Mi primer contacto con su obra fue con uno de sus sonetos, ese que comienza “Alga quisiera ser, alga enredada / en los más suave de tu pantorrilla”. Me impresionaron esos catorce versos y ellos me fueron llevando a otros y a otros y, cuanto más leía su obra, más me apasionaba esta forma de hacer poesía que parecía tan cercana, pero que, a la vez, era de gran calidad y profundidad. Y mi admiración, mi “angelolatría” me hizo escribirle una carta en la que le pedía que me enviara ese soneto autógrafo; y lo hizo, y desde entonces, lo exhibo, enmarcado, en mi aula, y me enorgullezco ante mis alumnos de que quizás sea esta la única aula del mundo en la que haya un poema de Angel González de su puño y letra. Y ellos tienen que sufrir esta “angelolatría” pues diariamente, en Bachillerato, se leen versos de este poeta, además de nombrar a Garcilaso, dos “castigos” que han de sufrir aquellos que reciben mis enseñanzas.
Porque, aun sin ser yo un crítico literario, ni falta que me hace, creo que no es ninguna barbaridad afirmar que Angel González es el mejor poeta vivo que tenemos en España.
Y tres son los rasgos que a mí mas me admiran de su poesía:
a) la capacidad de poetizar la realidad cotidiana de un contexto urbano.
b) el manejo magistral de la lengua con la creación de imágenes sorprendentes.
c) el uso de la ironía como instrumento para reflejar la realidad.
El escritor mejicano Bryce Echenique afirma algo que suscribo y que ha dado pie al título de este artículo:
“He admirado en Ángel la poesía que nombra la cotidianidad y la vuelve de inmediato sencillamente inolvidable. Que la eleva a alturas de gracia y hondura tremendamente conmovedoras”.
Es que Angel González se nos muestra cercano, próximo, porque toma como base de su poesía la realidad más cercana, la dinámica diaria del hombre, e incluso, a veces, frases hechas, refranes o aforismos que tenemos a mano. Pero todo ello, tocado por la varita mágica de su capacidad lírica, queda sublimado y convertido en poesía que eleva y emociona. El propio poeta nos confiesa la relación de su poesía con la vida real:
“Cuando comencé a leer, y en consecuencia a escribir, lo hice desde el convencimiento de que poesía y vida eran dos cosas diferentes, incomunicadas. Pasado algún tiempo, comencé a pensar que poesía y vida no eran necesariamente entidades incomunicables, que la palabra poética no tenía por qué referirse tan sólo a la irrealidad.”
Seleccionando unos pocos biográficos, diremos que nació en Oviedo en 1925, hijo de un profesor de pedagogía, que fallece en 1927. La guerra civil interrumpe sus estudios de bachillerato y supuso un cambio total en la vida de su familia, afectada por el exilio de un hermano y el asesinato de otro. Angel finaliza su bachillerato, iniciando y acabando los estudios de Derecho y Magisterio.
En 1951 de traslada a Madrid para ejercer el periodismo, pero, al no poder vivir de ello, prepara unas oposiciones a un cuerpo de la Administración central, en el que ingresa en 1954, pidiendo pronto la excedencia. En 195 publica su primer libro de poemas, “Áspero mundo”. A partir de 1972 y hasta 1992 ejerce como profesor de Literatura Española Contemporánea en Nuevo Méjico y actualmente su vida la divide entre América y España.
Seleccionar algunos fragmentos de su obra es tarea harto difícil porque en todos los poemas hay algo llamativo y sorprendente.
En muchas ocasiones, como hemos señalado arriba, el poeta toma frases hechas, a veces, tomada de textos sagrados, pero aplicando a ellos una ironía que esconde una situación personal de increencia, y, en muchas ocasiones, su visión desengañada del mundo y de la vida, algo que destila toda su obra, aunque en este poema se nos presenta de manera bastante desnuda y casi despiadada:
Si nuestro reino no fue de este mundo,
y sabemos de cierto que no hay otro,
dime lo que nos queda,
amigo,
dime lo que nos queda.
No es demasiado frecuente este grito de nihilismo; antes al contrario, A.G. envuelve ese desengaño vital, recubriéndolo a veces incluso con rasgos humorísticos, conseguidos, en ocasiones, por el juego ingenioso con las palabras:
Ni Dios es capaz de hacer el Universo en una semana.
No descansó el séptimo día.
Al séptimo día se cansó.
En más de una ocasión recurre a canciones populares para realizar en ellas una transmutación que nuca hubiera, sin duda, pensado el autor de la canción. Y es que el ingenio de nuestro poeta no tiene límites y es capaz de retorcer desde la frase evangélica hasta esta canción que tantas veces hemos oído y que le sirve como base para lanzar toda la ironía de que es capaz sobre una mujer de moral algo bastante distraída, recordándonos la afilada pluma de Quevedo:
Ese lugar que tienes,
cielito lindo,
entre las piernas,
ese lugar tan íntimo
y querido,
es un lugar común.
Por lo citado y por lo concurrido.
Al fin, nada me importa:
Me gusta en cualquier caso.
Pero hay algo que me intriga.
¿Cómo
solar tan diminuto
puede ser compartido
por una población tan numerosa?
¿Qué estatutos regulan el prodigio?
¿Hay alguien que sea capaz de decir eso a una mujer de una manera más sutil e ingeniosa. Ese es uno de los encantos de la poesía gonzalista.
Y, siguiendo con ese ingenio, fruto sin duda de una gran inteligencia, citamos ahora uno versos que pertenecen a un poema titulado “Cadáver ínfimo”, y que nos presenta la situación casi esperpéntica de un hombre que no se muere entero, sino a trozos:
Se murió diez centímetros tan sólo:
una pequeña muerte que afectaba
a tres muelas careadas y a una uña
del pie llamado izquierdo y a cabellos
aislados, imprevistos.
Todo ello lleva consigo toda la parafernalia de un entierro en toda regla, en el que, incluso, se presentan los amigos para dar el pésame, un pésame muy original:
“Esto no puede ser, esto no puede
seguir así. O mejor dicho:
esto debe seguir a mejor ritmo.
Muérete más. Muérete al fin del todo.”
Esa misma ironía es la que derrocha en este poema breve, pero muy chispeante, que comienza con un planteamiento y una expresión bastante cotidianos, pero que acaba en un desenlace realmente original, es decir, va desde lo cotidiano a lo inolvidable:
Le comenté:
- Me entusiasman tus ojos.
Y ella dijo:
- ¿Te gustan solos o con rimel?
- Grandes
respondí sin dudar.
Y también sin dudar
me los dejó en un plato y se fue a tientas.
Hemos citado, antes, como uno de los rasgos de su poesía, la creación de imágenes realmente sorprendentes, imágenes que nos trasladan a una realidad poética y a un mundo tremendamente rico en sensaciones: Y, como muestra, aquí van estos dos versos, de esos que hago memorizar a mis sufridos alumnos:
Cuando me duermo, un sol recién nacido
me mancha de amarillo los párpados por dentro.
Angel González nos ofrece también, en ocasiones, soluciones o recetas para problemas de nuestra vida cotidiana. He aquí las alternativas que nos ofrece ante el problema que se nos presenta muchas veces de tener que hacer un regalo, y no saber qué comprar. El nos da una solución realmente poética y sugerente:
Cuando tengas dinero, regálame un anillo;
cuando no tengas nada, dame una esquina de tu boca.
Los fenómenos meteorológicos están casi omnipresentes en la poesía de A.G., a veces como marco decorativo, y otras veces cobrando un gran protagonismo, como en este poema, titulado La lluvia, del que entresacamos su comienzo y su final:
No; la lluvia no te moja:
te resbala.
Tienes la piel de aceite, amada mía.
Ungida con aceite, perfumada.
(...)
La lluvia que ha mojado tus cabellos
no ha mojado tu cuerpo ni tu cara.
En el poema “Canción de amiga”, de su último libro, “Otoños y otras luces”, es el invierno el que se convierte en protagonista, con un frío que, comienza en el exterior, pero que penetra en el yo del poeta, que reconoce que no es el invierno el causante de su estado de frialdad interior. De él entresacamos tres versos que nos presentan tres imágenes cargadas de poeticidad, tres retratos líricos de la estampa de la ciudad en invierno:
Las calles de la ciudad son láminas de hielo.
Las ramas de los árboles están envueltas en fundas de hielo.
Las estrellas tan altas son destellos de hielo.
Sería interminable la relación de versos o poemas de A.G. que dejan su huella en la sensibilidad del lector amante de la poesía. Pero, como última muestra, este en el que el amor y la Naturalezas se dan la mano, representados por la mujer y el río. La mujer ha sido desde siempre tema y objeto de la poesía; y también lo ha sido, la Naturaleza, y en ella, los ríos, esos que muchas veces han simbolizado el fluir del tiempo (“nuestras vidas son los ríos”). Pero Angel González, en este inolvidable poema, transforma el curso lógico de la Naturaleza y hace que el curso del río, su fluir vaya dependiendo del caminar de la mujer, que es seguida por el río, en unas maravillosas imágenes poéticas inigualables:
Por aquí pasa un río.
Por aquí tus pisadas
fueron embelleciendo
Si alguien me preguntara cuál es hoy , para mí, la imagen de un poeta, diría que Angel González. Pienso que la poesía lo ha elegido para que lo represente en la tierra y ante los mortales.
José Esteban
Esas palabras de un amigo del poeta asturiano objeto de este artículo, son el mejor compendio de la personalidad y la obra de Angel González.
Desde hace ya bastante tiempo, me encuentro entre los que el escritor Juan García Hortelano llama “angelólatras”, es decir, aquellos que rinden culto a este poeta.
Mi primer contacto con su obra fue con uno de sus sonetos, ese que comienza “Alga quisiera ser, alga enredada / en los más suave de tu pantorrilla”. Me impresionaron esos catorce versos y ellos me fueron llevando a otros y a otros y, cuanto más leía su obra, más me apasionaba esta forma de hacer poesía que parecía tan cercana, pero que, a la vez, era de gran calidad y profundidad. Y mi admiración, mi “angelolatría” me hizo escribirle una carta en la que le pedía que me enviara ese soneto autógrafo; y lo hizo, y desde entonces, lo exhibo, enmarcado, en mi aula, y me enorgullezco ante mis alumnos de que quizás sea esta la única aula del mundo en la que haya un poema de Angel González de su puño y letra. Y ellos tienen que sufrir esta “angelolatría” pues diariamente, en Bachillerato, se leen versos de este poeta, además de nombrar a Garcilaso, dos “castigos” que han de sufrir aquellos que reciben mis enseñanzas.
Porque, aun sin ser yo un crítico literario, ni falta que me hace, creo que no es ninguna barbaridad afirmar que Angel González es el mejor poeta vivo que tenemos en España.
Y tres son los rasgos que a mí mas me admiran de su poesía:
a) la capacidad de poetizar la realidad cotidiana de un contexto urbano.
b) el manejo magistral de la lengua con la creación de imágenes sorprendentes.
c) el uso de la ironía como instrumento para reflejar la realidad.
El escritor mejicano Bryce Echenique afirma algo que suscribo y que ha dado pie al título de este artículo:
“He admirado en Ángel la poesía que nombra la cotidianidad y la vuelve de inmediato sencillamente inolvidable. Que la eleva a alturas de gracia y hondura tremendamente conmovedoras”.
Es que Angel González se nos muestra cercano, próximo, porque toma como base de su poesía la realidad más cercana, la dinámica diaria del hombre, e incluso, a veces, frases hechas, refranes o aforismos que tenemos a mano. Pero todo ello, tocado por la varita mágica de su capacidad lírica, queda sublimado y convertido en poesía que eleva y emociona. El propio poeta nos confiesa la relación de su poesía con la vida real:
“Cuando comencé a leer, y en consecuencia a escribir, lo hice desde el convencimiento de que poesía y vida eran dos cosas diferentes, incomunicadas. Pasado algún tiempo, comencé a pensar que poesía y vida no eran necesariamente entidades incomunicables, que la palabra poética no tenía por qué referirse tan sólo a la irrealidad.”
Seleccionando unos pocos biográficos, diremos que nació en Oviedo en 1925, hijo de un profesor de pedagogía, que fallece en 1927. La guerra civil interrumpe sus estudios de bachillerato y supuso un cambio total en la vida de su familia, afectada por el exilio de un hermano y el asesinato de otro. Angel finaliza su bachillerato, iniciando y acabando los estudios de Derecho y Magisterio.
En 1951 de traslada a Madrid para ejercer el periodismo, pero, al no poder vivir de ello, prepara unas oposiciones a un cuerpo de la Administración central, en el que ingresa en 1954, pidiendo pronto la excedencia. En 195 publica su primer libro de poemas, “Áspero mundo”. A partir de 1972 y hasta 1992 ejerce como profesor de Literatura Española Contemporánea en Nuevo Méjico y actualmente su vida la divide entre América y España.
Seleccionar algunos fragmentos de su obra es tarea harto difícil porque en todos los poemas hay algo llamativo y sorprendente.
En muchas ocasiones, como hemos señalado arriba, el poeta toma frases hechas, a veces, tomada de textos sagrados, pero aplicando a ellos una ironía que esconde una situación personal de increencia, y, en muchas ocasiones, su visión desengañada del mundo y de la vida, algo que destila toda su obra, aunque en este poema se nos presenta de manera bastante desnuda y casi despiadada:
Si nuestro reino no fue de este mundo,
y sabemos de cierto que no hay otro,
dime lo que nos queda,
amigo,
dime lo que nos queda.
No es demasiado frecuente este grito de nihilismo; antes al contrario, A.G. envuelve ese desengaño vital, recubriéndolo a veces incluso con rasgos humorísticos, conseguidos, en ocasiones, por el juego ingenioso con las palabras:
Ni Dios es capaz de hacer el Universo en una semana.
No descansó el séptimo día.
Al séptimo día se cansó.
En más de una ocasión recurre a canciones populares para realizar en ellas una transmutación que nuca hubiera, sin duda, pensado el autor de la canción. Y es que el ingenio de nuestro poeta no tiene límites y es capaz de retorcer desde la frase evangélica hasta esta canción que tantas veces hemos oído y que le sirve como base para lanzar toda la ironía de que es capaz sobre una mujer de moral algo bastante distraída, recordándonos la afilada pluma de Quevedo:
Ese lugar que tienes,
cielito lindo,
entre las piernas,
ese lugar tan íntimo
y querido,
es un lugar común.
Por lo citado y por lo concurrido.
Al fin, nada me importa:
Me gusta en cualquier caso.
Pero hay algo que me intriga.
¿Cómo
solar tan diminuto
puede ser compartido
por una población tan numerosa?
¿Qué estatutos regulan el prodigio?
¿Hay alguien que sea capaz de decir eso a una mujer de una manera más sutil e ingeniosa. Ese es uno de los encantos de la poesía gonzalista.
Y, siguiendo con ese ingenio, fruto sin duda de una gran inteligencia, citamos ahora uno versos que pertenecen a un poema titulado “Cadáver ínfimo”, y que nos presenta la situación casi esperpéntica de un hombre que no se muere entero, sino a trozos:
Se murió diez centímetros tan sólo:
una pequeña muerte que afectaba
a tres muelas careadas y a una uña
del pie llamado izquierdo y a cabellos
aislados, imprevistos.
Todo ello lleva consigo toda la parafernalia de un entierro en toda regla, en el que, incluso, se presentan los amigos para dar el pésame, un pésame muy original:
“Esto no puede ser, esto no puede
seguir así. O mejor dicho:
esto debe seguir a mejor ritmo.
Muérete más. Muérete al fin del todo.”
Esa misma ironía es la que derrocha en este poema breve, pero muy chispeante, que comienza con un planteamiento y una expresión bastante cotidianos, pero que acaba en un desenlace realmente original, es decir, va desde lo cotidiano a lo inolvidable:
Le comenté:
- Me entusiasman tus ojos.
Y ella dijo:
- ¿Te gustan solos o con rimel?
- Grandes
respondí sin dudar.
Y también sin dudar
me los dejó en un plato y se fue a tientas.
Hemos citado, antes, como uno de los rasgos de su poesía, la creación de imágenes realmente sorprendentes, imágenes que nos trasladan a una realidad poética y a un mundo tremendamente rico en sensaciones: Y, como muestra, aquí van estos dos versos, de esos que hago memorizar a mis sufridos alumnos:
Cuando me duermo, un sol recién nacido
me mancha de amarillo los párpados por dentro.
Angel González nos ofrece también, en ocasiones, soluciones o recetas para problemas de nuestra vida cotidiana. He aquí las alternativas que nos ofrece ante el problema que se nos presenta muchas veces de tener que hacer un regalo, y no saber qué comprar. El nos da una solución realmente poética y sugerente:
Cuando tengas dinero, regálame un anillo;
cuando no tengas nada, dame una esquina de tu boca.
Los fenómenos meteorológicos están casi omnipresentes en la poesía de A.G., a veces como marco decorativo, y otras veces cobrando un gran protagonismo, como en este poema, titulado La lluvia, del que entresacamos su comienzo y su final:
No; la lluvia no te moja:
te resbala.
Tienes la piel de aceite, amada mía.
Ungida con aceite, perfumada.
(...)
La lluvia que ha mojado tus cabellos
no ha mojado tu cuerpo ni tu cara.
En el poema “Canción de amiga”, de su último libro, “Otoños y otras luces”, es el invierno el que se convierte en protagonista, con un frío que, comienza en el exterior, pero que penetra en el yo del poeta, que reconoce que no es el invierno el causante de su estado de frialdad interior. De él entresacamos tres versos que nos presentan tres imágenes cargadas de poeticidad, tres retratos líricos de la estampa de la ciudad en invierno:
Las calles de la ciudad son láminas de hielo.
Las ramas de los árboles están envueltas en fundas de hielo.
Las estrellas tan altas son destellos de hielo.
Sería interminable la relación de versos o poemas de A.G. que dejan su huella en la sensibilidad del lector amante de la poesía. Pero, como última muestra, este en el que el amor y la Naturalezas se dan la mano, representados por la mujer y el río. La mujer ha sido desde siempre tema y objeto de la poesía; y también lo ha sido, la Naturaleza, y en ella, los ríos, esos que muchas veces han simbolizado el fluir del tiempo (“nuestras vidas son los ríos”). Pero Angel González, en este inolvidable poema, transforma el curso lógico de la Naturaleza y hace que el curso del río, su fluir vaya dependiendo del caminar de la mujer, que es seguida por el río, en unas maravillosas imágenes poéticas inigualables:
Por aquí pasa un río.
Por aquí tus pisadas
fueron embelleciendo
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