viernes, 18 de enero de 2008

Las Fiestas de Abarán en 1956

LAS FIESTAS DE 1956: EVOCACIÓN Y ¿ENSEÑANZA?
Como uno no puede escoger la fecha en que viene al mundo, cuando se hizo la apertura oficial de la feria de 1956, el día 26 de septiembre, el que suscribe tenía sólo siete meses y ocho días, por lo cual es evidente que de la feria de ese año no pudo disfrutar nada, si acaso algún paseo en el carro por la Ermita del que, lógicamente, nada recuerdo. Sin embargo, el tener a mano los Programas de Festejos me ha hecho, si no vivir, sí al menos imaginar lo que supuso la feria de hace 50 años. Y, cuando uno lee el programa de actos festivos no puede menos que sentir una mezcla de envidia y rabia por no haber tenido la ocasión de exprimir al máximo esos días finales de septiembre.
Enmarcando las fiestas de 1956, habría que hacer constar que Abarán contaba entonces con algo menos de 9.000 habitantes que ya van disfrutando de un bienestar cada vez más generalizado y que ya van cerrando las heridas que produjo la guerra civil y que recorrieron la posguerra.
Económicamente, hay que hacer constar que la industria del esparto aún conserva vitalidad y hay en nuestro pueblo 16 empresas de este sector que dan trabajo a 70 hombres y 148 mujeres. Junto al esparto, la fruta es, sin duda, el motor fundamental de la economía abaranera y, aunque las fábricas de conservas conocen los preludios de su crisis, la exportación de fruta en fresco va consiguiendo un auge que hará que proliferen las empresas en este sector y que ya nuestros productos empiecen a ser muy conocidos en los mercados europeos fraguándose ya ese “Abarán, París, Londres” que se consagraría en los 60. Se exportan más de 10.000 toneladas anuales y ello hace que Abarán sea catalogada como zona 3 de la región tras Murcia y Orihuela.
En el plano político, rigiendo el pueblo Don José Ruiz Gómez ya bien asentado en el cargo y con buena proyección fuera del pueblo especialmente gracias a la amistad con Don Antonio Luis Soler Bans, gobernador de la provincia.
En el aspecto religioso, son las segundas fiestas que vive como párroco Don Juan Sáez, cuya llegada en febrero de 1955 vino precedida de una creciente fama de santidad. Su devoción a los Santos Médicos se va fraguando y busca la mayor solemnidad para sus fiestas.
La Era y la Ermita son los centros neurálgicos del pueblo, el primero de carácter más comercial y el segundo, escenario del paseo y solaz de los abaraneros. Hacía ya tres años que se había inaugurado la nueva iglesia de los patronos y el templete y en este 1956 se inaugurará la Biblioteca Pública en el paseo. Igualmente serán inaugurados los bustos de D. Nicolás Gómez en la Ermita y de D. Jesús García Candel en el colegio de San Pablo. Los realiza el escultor José Planes en su estudio madrileño, tomando como base dos fotografías de los personajes y con la supervisión del médico abaranero D. Joaquín Carrasco (de la Rosalía), residente en la capital de España. Cada uno de los bustos importa 50.000 pesetas.

Pero, centrándonos ya el los actos festivos de aquel 56, dos notas los pueden caracterizar: elegancia y popularidad. Elegancia, porque tiene lugar una gran cantidad de actuaciones de gran nivel; y popularidad, porque el pueblo vive intensamente estos días y las calles vibran con el ambiente festivo.
Desde el punto de vista musical, fueron unas fiestas muy difíciles de igualar. Detrás de todo, en el ámbito cultural, la figura de D. Pedro García Carrillo, entonces concejal y en el que se unían (y se siguen uniendo) la sensibilidad y la generosidad. Conocía muy bien el panorama cultural del momento, tenía muchos contactos y quería y conseguía para su pueblo lo mejor.
El plato fuerte musical fue la actuación de la banda de música “La Primitiva” de Liria, entonces (y aún ahora) considerada como una de las mejores de España. La banda llego a Abarán el día 27 y a las 11,30 comenzó con un pasacalles en el que interpretó el pasodoble El Abanico y que hizo que las calles fueran un hervidero de gente. A continuación, a las 12, dio su primer concierto en el Teatro Cervantes repleto de público. Por la tarde tocó en los toros y a continuación, a las ocho, en el templete de la Ermita, interpretando entre otras piezas, la obertura de Tanhauser y un repertorio selecto que fue seguido con una gran expectación.
Al día siguiente, actuaron por la mañana en el Guerrero. Por la tarde, a las cuatro y media en ese mismo teatro, pero acompañados por el Orfeón Fernández Caballero, dirigido por D. Manuel Massotti Littel, interpretando los coros de Aida y El Principe Igor. El teatro, por supuesto, lleno. Y a las ocho, otra vez concierto en la Ermita. Al día siguiente, marcharon para Liria dejando en el pueblo una estela de buena música. La Banda tenía entonces unos 70 músicos y cobró 50.000 ptas. Fue, sin duda, un acontecimiento cultural de primer orden y estas Fiestas de 2006, al cumplirse los cincuenta años, hubieran sido una buena ocasión para repetirlo.
Pero la música vocal también tuvo su hueco. Además del Orfeón Fernández Caballero, actuó el Orfeón de Educación y Descanso de Torrevieja, que vino a través de Don Mariano de la Fuente, dando dos conciertos el día 30, uno por la mañana en un teatro y otro por la tarde en la Ermita.
Pero es que al día siguiente, 1 de octubre, llegó el Orfeón también torrevejense La Schubertiana que cantó primero en la Misa que precedió a la procesión de subida de los santos; después, a las 11 en el Cervantes dentro de los actos de la Mañana del Camarada, y por la tarde, a las ocho en la Ermita.
Pero no acaba aquí la cosa, pues ese mismo día 1 desde Cieza llega, dirigido por el entrañable Carmelo Gómez Templado el Orfeón Cristo del Consuelo, que vivía un momento espléndido, habiendo cosechado éxitos importantes, y actúa en el Guerrero a las 10 y media de la noche.
La zarzuela no podía faltar y la Compañía de Esteban Astarloa puso en escena La Calesera en el Guerrero y Marina en el Cervantes, porque entonces las dos empresas se ponían de acuerdo en la contratación.
Y nuestra banda de música local dirigida entonces, como siempre que hacía falta, por el Rito dio sus correspondientes dianas (a las siete de la mañana), y algún concierto en la Ermita. Por cierto que, al año siguiente, llegaría como director D. Ramón Montesinos, que vino recomendado por el director de la Banda de Liria, haciendo, por supuesto, las gestiones pertinentes para su contratación Don Pedro García.
Y, del 26 al 28, la figura entrañable del Tío de la Pita (que era y debería seguir siendo algo imprescindible en nuestras fiestas) recorrió las calles de la población.
Música culta, popular, entrañable,…..pero que creaba el ambiente festivo y, al mismo tiempo, formaba y cultivaba a un pueblo que, como diría Amalia Gómez, ha sido culto, aunque no instruido.
Junto a la música, el segundo componente básico de la fiesta, la pólvora. Y otra vez, la envidia, porque, además del castillo del 27 en la Era, el día anterior se anuncia una batería de fuegos artificiales también en la Era, el día 29 otro bonito castillo en la Ermita (seguramente en este año fue cuando se dibujó en el cielo la figura de los patronos a colores) , los días 28 y 30 en la Plaza Vieja y en la calle Ramón y Cajal se anuncian fuegos de artificio que consistían en una cuerda de la que colgaba un artefacto móvil que iba tirando una especie de carretillas y que atraía a gran cantidad de gente. Por supuesto, el día 2, la traca y durante todos los días, disparo de cohetes por la mañana, el mejor preludio para el ambiente de fiesta. Todo ello a cargo del afamado pirotécnico archenero Sr. Palazón.
En la vertiente religiosa, Don Juan, que siempre buscaba los mejores predicadores, trajo para estas fiestas a un hombre de gran elocuencia, el capuchino Angel de Novelé, que vino varias veces a este pueblo.
No podían faltar los festejos para niños y además de los gigantes, con el tío Pajero a la cabeza, que dan varios pasacalles, se organizaban festivales infantiles en la Ermita detrás de los cuales estaban dos figuras tristemente desaparecidas en este último año, Jabeque y Pepe Monja. Su contribución a la feria y la ilusión que ponían y provocaban nunca serán bastante reconocidas.
Y no hemos hecho referencia hasta ahora a los toros en nuestra Plaza, que entonces se anunciaba como “la de más solera de la región”. En este 1956 se celebrará el último encierro por la calle que tiene lugar en este pueblo, pues se produce ese incidente tan conocido que da al traste con esa tradición (¡otra más al olvido!). La corrida del 27, por supuesto con toros de Samuel Hermanos, cuenta con los espadas Julio Aparicio, Chicuelo II y Gregorio Sánchez. El día 30, una novillada con un mano a mano entre Domingo España y Antonio Maera.
Y se me olvidaba algo consustancial a nuestra feria como el programa de Festejos (libro). Era ya el segundo año con este formato y con abundantes artículos. Era un programa con menos de treinta páginas, pero con un contenido de gran calidad literaria, con colaboradores que tenían cosas que decir y sabían decirlas bien. Desde Don José Turpín hasta el doctor Molina, pasando por José García Templado, Humberto, Luis Carrasco, Antonio Carrelón, Fernando Vargas, José A. Trigueros, o Antonio de Hoyos, que escribe un precioso artículo titulado “Una hora en la Ermita”. Una lectura realmente deliciosa y un programa que se podía enviar a cualquier parte del mundo, pues era una perla literaria y un motivo más de orgullo para este pueblo.

Es cierto que la nostalgia está mal vista, que cuando uno, en ciertos aspectos, recuerda esos versos manriqueños de “cualquiera tiempo pasado fue mejor”, le llueven todo tipo de adjetivos calificativos (o mejor, descalificativos), pero la verdad es que, a estas alturas, lo tengo asumido y me importa bien poco. Es verdad que hay cosas de esos años que ya no se pueden recuperar, como la ilusión del primer cohete, o la del estreno del traje o los zapatos para la procesión o la del niño para feriarse el juguete en las casetas y tantas otras cosas que el paso del tiempo y el progreso hacen inviables y que sería ridículo e inútil querer resucitar. Pero también es verdad, o al menos a mí me lo parece, que hay cosas que se han ido dejando en el camino y que hacían que nuestras fiestas fueran vividas intensamente no sólo por los abaraneros sino por los pueblos vecinos que se volcaban con el nuestro pues Abarán era punto festivo de referencia, cosas que se podría intentar resucitar y que no necesitan muchos medios, aunque seguramente hoy vayan más con los tiempos las calles llenas de botes de cerveza y ristras de chorizos que los sonidos del Tío de la Pita o de la Banda de Liria.
JOSE S. CARRASCO MOLINA

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