RECORRIDO AMOROSO POR LA LÍRICA ESPAÑOLA :
DE LAS JARCHAS A FEDERICO
Conferencia pronunciada por
JOSE S. CARRASCO MOLINA
7 de mayo de 1998
La literatura es el arte de conseguir la belleza a través de la palabra. Es , en primer lugar, un hecho estético, un producto bello de la mente humana, un objeto de la creatividad, cuyo fin primero es el de producir un placer estético gratuito.
Sin embargo, la literatura es algo más que un juguete que nos gusta y entretiene, la literatura no es un entretenimiento superfluo, sino esencial. Plantea directa o indirectamente los temas esenciales, da respuestas a esas cuestiones centrales que todo hombre o mujer se plantea según palabras de Magdalena Velasco Kindelán .
La función de la Literatura viene definida desde sus orígenes por la tensión dialéctica entre los conceptos horacianos de lo dulce y lo útil. En una buena obra literaria , las dos notas de placer y utilidad , no sólo coexisten, sino que se funden. Podríamos preguntarnos qué es más importante en ellas, si la belleza o la utilidad. Indudablemente, a mi entender, la Literatura se define por su dimensión estética. .
Pero toda obra literaria, junto a su componente estético, encierra una determinada concepción de la vida. La obra literaria ilumina, aunque sea parcialmente, la realidad, pues la verdad y la belleza son fuente de luz y de comprensión.
La obra literaria es un universo clausurado al cual se nos permite la entrada mediante el simple requisito de saber leer, extender la mano, tomar el libro y dedicar un tiempo a la lectura. El premio puede ser incomparablemente mayor que el esfuerzo. Entramos en un mundo nuevo, quizás distinto de nosotros en el espacio, en el tiempo, en la mentalidad ; conocemos a personajes, vivimos sus vidas, entendemos sus problemas, sus sentimientos y actitudes ; y así enriquecemos nuestras propias vidas con todas las vidas vividas por los personajes literarios.
El joven tiene necesidad de aprender a vivir. La Literatura puede ser su más adecuado banco de pruebas.
Sin embargo no todos los libros pueden ser leídos por una persona. La vida no da para tanto. Es preciso seleccionar. ¿Qué criterio seguir ? En mi opinión, lo que conviene es leer a los clásicos, es decir, a aquellos que han obtenido el consenso de generaciones y están salvados del olvido. Son aquellos libros que merece la pena conocer antes de morir, porque enseñan a vivir , a morir, a pensar, a soñar, a imaginar y, sobre todo , a amar.
Sobre todo a amar porque es el amor uno de los temas centrales de la Literatura. Especialmente de la poesía. Porque este ha sido desde siempre tal vez la mejor arma para que el hombre encuentre su desahogo ante el desamor, su lamento ante la ausencia, su desgarro ante el desprecio de la mujer amada y, en muy pocas ocasiones, también su alegría exultante por la posesión del objeto de su deseo. La literatura de mayor calidad humana, aquella con la que el lector tiende a identificarse más , es la que brota de una simbiosis de vida y creación. Y esa fusión nunca es tan plena como en la temática amorosa. Amor y poesía lírica son, pues, casi inseparables. Su íntima interdependencia nace de un estado emocional que necesita florecer en la palabra. Y, sin embargo, definir el amor o comunicar con palabras los sentimientos y las emociones que genera es harto difícil. Sus cualidades, sus alegrías, sus servidumbres, se sienten individual y oscuramente, y apenas se dejan encerrar en los estrechos cauces de la palabra.
Dice Luis María Ansón en el prólogo a su Antología de poesía amorosa. “ En Oriente y en Occidente, en el vasto mundo de la negritud o en la América precolombina, en la Grecia clásica o en el antiguo Egipto, entre los esquimales o los bantúes, entre los escandinavos o los malayos, entre los malgaches o los hebreos, entre los árabes o los polinesios, el amor es la médula absorta de la poesía y también de la poesía popular.
Es algo evidente que el amor está presente , bajo diferentes formas, en las diferentes etapas de la vida de cualquier hombre o mujer, se hace juguete en la infancia, pasión ilusionada en la adolescencia, proyecto de vida en la juventud, anhelo sereno en la madurez y dulce ternura en la ancianidad. Pues igual de omnipresente está en todas las etapas , tendencias o movimientos que configuran nuestra historia literaria.
Pero el amor no es un sentimiento cantado por el poeta de manera uniforme a lo largo de nuestra literatura. Son muchas las facetas, los puntos de vista bajo los que se le ha cantado. No es, por tanto, un sentimiento lineal, sino poliédrico. Cada poema esconde unas vivencias, unos sentimientos, diferentes de cualquier otro. Cada poema es el fruto de un estado de ánimo, a veces esporádico, otras veces permanente. Cada poema supone detrás una historia de pasiones correspondidas o rechazadas, de deseos satisfechos o insatisfechos. Muchos son los recursos retóricos empleados para tratar de expresar ese variopinto estado amoroso. Entre la gozosa exaltación erótica y la amargura producida por la frustración amorosa , hay innumerables posibilidades y matices. La expresión amorosa, como afirma Manuel Otero en su Antología de la lírica amorosa, va desde la libertad absoluta de la palabra al eufemismo y la perífrasis encubridora, desde la delicadeza de la visión idealizada a la procacidad rebelde y morbosa.
Escribir sobre el amor es también escribir sobre el misterio, sobre el enigma del hombre y la vida, sobre la muerte...Y, por ello, muchos autores que han intentado definir el amor han señalado lo contradictorio de su condición, pues es capaz de romper los moldes de la racionalidad y del sentido común.
Baltasar de Castiglione en su obra “El Cortesano” dice que “el andar ordinariamente amarillo y afligido en continuas lágrimas y suspiros, el estar triste, el callar siempre o quejarse, el desear la muerte, y, en fin, el vivir en extrema miseria y desventura, son las puras cualidades que se dicen ser propias de los enamorados.
En nuestra magistral obra del siglo XV, La Celestina , se dice de los enamorados que “ni comen ni beben, ni ríen ni lloran, ni duermen ni velan, ni hablan ni callan, ni penan ni descansan, ni están contentos ni se quejan”
El pensador Ibn Hazám de Córdoba dirá que “el amor destruye lo más recio, desata lo más consistente, derriba lo más sólido, disloca lo más firme, se aposenta en lo más hondo del corazón y torna lícito lo vedado”.
Y, con estas premisas, os invito a realizar juntos un recorrido que yo he calificado de “amoroso” por la lírica española, teniendo en cuenta siempre que de lo que se trata no es de desmenuzar la poesía, de realizar una autopsia sobre ella, sino de recrearla, gozarla y, en definitiva, vivirla. Hemos de dejarnos arrebatar no ya por lo que unos versos nos dicen, sino por la música que desprenden, porque la poesía es, fundamentalmente, música. Cada poema es como una pieza musical en pequeño, cuya armonía nos transporta y nos eleva.
En la Literatura española, el tema del amor aparece ya en los primeros versillos en un idioma aún naciente, que se encontraba todavía en pañales, pero que ya quería dar muestras de vida, quería demostrar su capacidad de expresar los más íntimos sentimientos. Y así, en las JARCHAS, se nos muestra el desgarro amoroso de la mujer a la que la ausencia del amado le ha sumido en un profundo dolor . Por tanto, amor y aflicción aparecen unidos desde los primeros balbuceos de nuestra literatura.
Tanto amar, tanto amar,
amado, tanto amar.
Enfermaron mis ojos refulgentes,
duelen con mucho mal.
En otra ocasión, la joven no encuentra solución a su desamor, se encuentra desesperada y tiene necesidad de contarle a alguien su pena, confesando que la vida ha perdido su sentido :
Decid, vosotras, ay hermanillas,
cómo he de contener mi mal.
Sin el amigo no viviré,
¿dónde iré a buscarlo ?
Estamos muy cerca del sentido lírico que un mundo occitánico, desde su centro en el Sur de Francia, va a difundir por Europa . Es una poesía que se basa en un código amoroso realmente interesante que se conoce como amor cortés y que, aunque nace en la Provenza francesa, tiene sus repercusiones en gran parte de nuestra lírica peninsular posterior. Se trata de una concepción del amor que posiblemente, con nuestra mentalidad materialista, nos cueste trabajo asimilar y comprender. No es el “amar para”, sino el amar por”. El amante se somete a la dama, que aparece lejana y distante, altiva y caprichosa, que exige esclavitud y total sumisión por parte del amado, que se humilla, arrodilla o se ofrece como esclavo, rindiendo su voluntad a la superioridad de la amada, y, además, con la particularidad de que esta es una dama casada a la que el enamorado nunca podrá conseguir. Surge por ello el sufrimiento amoroso que es sentido como un gozo. Y así, podemos encontrar algunos versos como los siguientes :
Me complace si ella me escarnece
o se burla de mí por detrás o por delante.
¡Ay de mí ! ¡qué suavemente me mató ! (Cercamón)
Aunque el amor me atormente y me mate,
no lo lamento nada . (Sordel)
Que el mal me es dulce y sabroso. (Guillem de Cabestany)
En los verdes prados gallegos, en la paz de su paisaje, en medio de la dulzura de sus gentes y de la musicalidad de su lengua, nacen las CANTIGAS DE AMOR Y DE AMIGO, en las que el caballero o la mujer se desahogan de sus sufrimientos amorosos. La mujer no se conforma con llevar por dentro el desamor, la ausencia y necesita compartirlo con alguien o con algo. En este caso son las flores las que se ofrecen gustosas para escuchar los lamentos :
Ai flores , ai flores do verde pino,
se sabedes novas do meu amigo ?
Ai flores, ai flores do verde ramo,
se sabedes novas do meu amado ?
Al igual que se cantaban los amores en la España mozárabe o en Galicia, también en Castilla se hacían juegos galantes de amor en cancioncillas populares como las albas. Forman parte de lo que se llama “lírica tradicional”, que no aparece por escrito hasta el siglo XV, pero que tiene un evidente parentesco espiritual y artístico con las primitivas jarchas mozárabes y con las cantigas gallegas. En esta alba, se nos presenta la picardía de la mujer, después de una noche de amor, invitando al amado a que aproveche el amanecer para salir sin ser visto. Ya no es el amor en ausencia, sino gozado en plenitud :
Ya cantan los gallos,
amor mío y vete ;
mira que amanece.
Vete, alma mía,
más tarde no esperes,
no descubra el día
los nuestros placeres.
Mira que los gallos,
según me parece,
dicen que amanece.
La poesía cancioneril es heredera de los trovadores provenzales y reelabora sus mismos tópicos ; así la absoluta dependencia del enamorado con respecto a la amada, de la que se convierten en servidor. Asimismo, el enamorado pierde la libertad y hasta la razón, sufriendo en su apasionamiento amoroso una total enajenación de los sentidos, pues, según expresa un poemilla tradicional :
Los hombres de amor tocados
ni sienten, ni oyen, ni ven.
En el siglo XV, el Marqués de Santillana, que pertenecía a la familia de los Lara, una de las más importantes de Castilla, todo un señor, no tiene inconveniente en mostrar su disposición a convertirse hasta en pastor con tal de conseguir el amor de una serrana, a la que describe con gran delicadeza :
Mas vi la fermosa
de buen continente,
la cara plaziente,
fresca como rosa,
de tales colores
cual nunca vi dama
nin otra, señores.
Cuando le pide amor y ella le responde que van tras ella dos pastores, que también reclaman su amor, todo un marqués le responde :
Señora, pastor
seré si queredes,
mandarme podedes
como a servidor.
Es decir, el amor es capaz de convertir hasta a un noble en un humilde pastor, venciendo cualquier prejuicio social.
Y siguiendo en el siglo XV, con una lengua aún vacilante, pero ya mayor de edad, JORGE MANRIQUE también habla de amor, también siente necesidad de desahogar en versos su sentimiento. Hombre por fuera batallador, guerrero, fuerte , fiel imitador de su padre ; pero, por dentro tocado por el amor, amor que envuelve con la guerra. Es un guerrero que ama o un amante que guerrea. En todo caso, un poeta que , se encuentra con la necesidad de definir el amor y lo pinta como una continua contradicción , que no se deja someter al imperio de la razón :
Es plazer en que hay dolores,
dolor en que hay alegría,
un pesar en que hay dulzores,
un esfuerzo en que hay temores,
temor en que hay osadía.
Pero aún se muestra más sencillo y delicado, despojándose de su guerrera, cuando imagina y recrea poéticamente una situación enternecedora, como el encontrarse , tal vez de madrugada, con el beso inesperado de la mujer amada, de la amiga, como él la llama. El colofón del poema, casi una moraleja, lo equipara a los grandes trovadores provenzales, mensajeros del amor por toda la Europa medieval :
Más placer es que pesar
herida que otro mal sana ;
quien dormiendo tanto gana,
nunca debe despertar.
Seis años más joven que Manrique es otro poeta mucho menos conocido, Pedro de Cartagena. Muere muy joven, a los treinta años, y lo hace después de haber sentido seguramente el amor en su estado más apasionado, un amor que le afecta tanto que provoca en él una frustración y un desasosiego continuos y no sabe dónde encontrar refugio o consuelo :
¿A dó iré, triste, que alegre me halle,
pues tantos peligros me tienen en medio ?
Que llore, que ría, que grite, que calle,
ni tengo, ni quiero, ni espero remedio :
La Edad Media llega a su ocaso, y soplan nuevos aires en España y en Europa, nuevos aires inspirados en un mundo que parecía ya acabado, pero que vuelve con todo su furor : el mundo grecolatino. El Renacimiento descubre para el arte la belleza de los cuerpos desnudos a través de la evocación de ninfas, dioses y héroes de la mitología grecolatina.
Y, fiel ejemplo de este Renacimiento, amanece ,con el siglo, Garcilaso, cerca del Tajo, en la ciudad imperial toledana. Hombre de armas y de letras, hombre tremendamente ocupado en sus batallas y en sus libros, pero que no encuentra, a pesar de todo, su vida colmada sin amor. Caballero a quien Alberti quisiera servir de escudero si volviera. Su inteligencia encuentra consuelo en la cultura, su voluntad en el combate, pero su corazón necesita llenarse con el sentimiento amoroso hasta tal punto que nos descubre en una de sus églogas no ya que echa de menos la presencia de la amada, sino que la vida no tiene sentido sin ella :
Estoy muriendo, y aún la vida temo ;
témola con razón, pues tú me dejas,
que no hay sin ti el vivir para qué sea.
En el Renacimiento se lleva a cabo una gran revolución poética que afecta tanto a las estrofas y a la métrica como a los temas. La ruptura con la tradición del “amor cortés”, cuya pista venimos siguiendo desde hace ya tres siglos, no es absoluta. Así, en Garcilaso, volveremos a encontrar la actitud de sublimación de la mujer y el determinismo amoroso que anula la voluntad y la libertad del poeta :
Yo no nací sino para quereros ;
mi alma os ha cortado a su medida ;
por hábito del alma misma os quiero.
Cuanto tengo confieso yo deberos ;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.
Y junto a la orientación terrena del amor garcilasiano por Elisa, el amor a lo divino de San Juan de la Cruz. No encuentra mejor símil para expresar el deseo del alma de unirse a Dios que el de la esposa que va en busca de su Amado para llegar a la unión íntima y total como dos amantes que se entregan en el acto amoroso diluyéndose uno en el otro. San Juan de la Cruz no había tenido la experiencia del éxtasis amoroso del amor humano, pero había leído el Cantar de los Cantares y en la obra cumbre de la lírica mundial, el Cántico espiritual, la Esposa está pidiendo a gritos el encuentro con el Amado directamente, sin intermediarios y quiere descubrirlo, no le vale más consuelo que su presencia :
Ay, ¿quién podrá sanarme ?
Acaba de entregarte ya de vero.
No quieras enviarme
de hoy más mensajero
que no saben decirme lo que quiero.
Descubre tu presencia,
máteme tu vista y hermosura.
Mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura.
Pero el gusto renacentista por el equilibrio, el orden, la luminosidad, el optimismo, la exaltación hedonista...quedan desarticulados por la pasión y la desmesura del Barroco. Crisis, pesimismo y contraste son las tres palabras que mejor definen este momento histórico y cultural. Y el mejor ejemplo, el autor que mejor hace realidad no sólo literaria sino vital, estos tres rasgos es, sin duda, Quevedo.
Don Francisco de Quevedo y Villegas vive en continua crisis, se enfrente a la vida con un pesimismo atroz y es la personificación del contraste en su vida y en su obra. Por ello, cuando busca algún elemento en la naturaleza con el que comparar su situación , lo encuentra en el volcán Etna, porque esconde dentro de la nieve , el incendio de su amor, porque está helado por fuera, pero hirviendo por dentro. El contraste, siempre el contraste. El Quevedo misógino, que se ríe y se burla de la mujer pero que, al mismo tiempo, arde en pasión amorosa. Y que habla del amor como algo eterno que será capaz de vencer el río Leteo, el río del olvido. Es el amor que no conoce límites en el tiempo. Ya lo había dicho San Pablo : “El amor no pasa nunca” y lo dirá en el siglo XX Luis Cernuda
No es el amor quien muere,
somos nosotros mismos”.
Pero Quevedo, entre uno y otro, escribe uno de los mejores sonetos amorosos de la lírica castellana, cuyos tercetos dicen así :
Alma a quien todo un dios prisión ha sido ;
venas , que humor a tanto fuego han dado,
medulas, que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejarán, no su cuidado ;
serán ceniza, mas tendrán sentido ;
polvo serán más polvo enamorado.
Y, junto al Quevedo conceptista, el Góngora culterano, el creador de las más bellas imágenes, el que es capaz de hacer acrobacias con el lenguaje, pero el que está exento de esa dimensión de vibrante intimidad de Quevedo. En Góngora el amor es descripción, es complicada belleza que se nutre en el arte y no en la vital pasión. El poeta cordobés advierte a los amantes para que lleven cuidado y no se dejen embaucar por el amor. La boca de la mujer que se brinda a que se la bese es una trampa en la que no se debe caer si se quiere seguir viviendo, porque, según él, está el Amor, con su veneno armado, como una serpiente escondida entre flor y flor. Y termina el soneto, refiriéndose a los colores del rostro, las rosas que él llama, que nos deslumbran y nos seducen, pero que son un cebo para incautos :
No os engañen las rosas, que a la Aurora
diréis que, aljofaradas y olorosas,
se le cayeron del purpúreo seno.
Manzanas son de Tántalo, y no rosas,
que después huyen del que incitan ahora,
y sólo del amor queda el veneno.
Pero el gran amador del siglo XVII y quizás de toda nuestra literatura es el Fénix de los Ingenios, el Monstruo de la Naturaleza, Lope de Vega. Su corazón no deja de enamorarse y desenamorarse, de conquistar y ser conquistado, de vencer en las batallas del amor y ser vencido. Aventuras, conquistas, engaños, se suceden sin pausa, al igual que se suceden las obras de teatro que salen de su pluma tan rápidas como las palabras galantes de su boca. Y, en una vida tan entregada al amor, tal vez, en uno de sus pocos momentos de enfrentamiento consigo mismo, de reflexión sobre su apasionada vida, siente la necesidad de definir el amor, como la había sentido Manrique en el siglo XV y Quevedo en su siglo y, al igual que ambos, lo ve como una confusión de sentimientos contrarios, que se atropellan en el corazón : la alegría y la tristeza, la humildad y la soberbia, la traición y la lealtad, la vida y la muerte. ..,Y ante tanta mezcolanza, , al final del soneto, nos da la clave, por otra parte muy lógica, para poder identificar si lo que se siente es o no el verdadero amor :
Huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño.
Creer que un cielo en un infierno cabe ;
dar la vida y el alma a un desengaño ;
esto es amor ; quien lo probó, lo sabe.
Y a Lope llega profunda, intensamente, el amor de Marta de Nevares, el gran y distinto amor de Lope, cuando éste, ya sacerdote, está cubriendo la última estación de su vida. Marta es joven, tiene apenas veintiséis años, está casada con un grosero hombre de negocios y el poeta sabrá acercarle todo un amor y palabra que no ha tenido en su matrimonio. Por fin, muerto su marido, Marta pasa a vivir a casa de Lope. La amada no es sólo el último y más encendido amor de Lope, sino la mujer donde comienza a sentir la despedida de la vida y en cuyo amor recupera aquel ardor que sintiera junto a Elena Osorio en sus años más juveniles y que ahora vuelve a vivir pero teñido de melancolía, y así se lo hace sentir a Juan de Arguijo :
Mas cuando un hombre de sí mismo siente
que sabe alguna cosa y que podría
comenzar a escribir más cuerdamente,
ya se acaba la edad y ya se enfría
la sangre, el gusto, y la salud padece
avisos vacíos, que la muerte envía.
Con Marta aprende cómo el tiempo fue ido y esa fuga carga de mayor intensidad el presente de cada jornada, en el que, sin embargo, encuentra siempre la alegría de vivir. Pero un día, aquellos verdes ojos de Marta de Nevares comienzan a perder su luz y a cegarse. Es una terrible y lenta enfermedad que, más tarde, acabará en locura. Las octavas de la égloga A Amarilis van registrando el cruel proceso :
Así estaba el Amor, y así la miro
ciega y hermosa, y con morir por ella,
con lástima de verla me retiro,
por no mirar sin luz alma tan bella.
Pero el Barroco salta fronteras y cruza el mar, y llega a Hispanoamérica. Y allí, en Méjico, en la segunda mitad del siglo XVII, aparece la personalidad de SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ. Mujer de extraordinaria belleza exterior e interior, de gran atractivo por dentro y por fuera. Inquieta, culta, inteligente, tanto que, a los diecisiete años, fue capaz de llenar de asombro, por su sabiduría, a todo un tribunal de profesores, teólogos, filósofos y humanistas. Ella sintió el amor humano y el divino y los sintió con pasión y vehemencia. Y en algunos de sus sonetos de amor, introduce un esquema bastante original, pues se coloca en medio de un fuego cruzado : un amante a quien no corresponde y un ser amado que no le corresponde. Encuentra en el diamante la mejor imagen para expresar la dureza que transmite y que recibe al mismo tiempo :
Al que ingrato me deja, busco amante ;
al que amante me sigue, dejo ingrata ;
constante adoro a quien mi amor maltrata ;
maltrato a quien mi amor busca constante.
Al que trato de amor hallo diamante ;
y soy diamante al que de amor me trata ;
triunfante quiero ver al que me mata
y mato a quien me quiere ver triunfante.
En el Barroco, en suma, brilla y florece el genio artístico como en ninguna otra etapa de nuestra historia literaria. Sus grandes figuras no bastan para resumir una época tan rica en poesía y donde la lírica amorosa conoce tantos tonos, tantos matices y tantas voces originales que sería muy prolijo enumerar.
El siglo XVIII pasa prácticamente en blanco. Y es que la reflexión no casa fácilmente con el amor, la lógica no se puede aliar con la pasión, el pensamiento no se asocia con la poesía. Esta es considerada como un pasatiempo poco serio. Y los Moratín, Cadalso, Jovellanos...prefieren encubrir los sentimientos y dedicar su vida a la reflexión fría y serena sobre la sociedad de su tiempo.
Pero la pasión sigue latente y, como un Guadiana, rebrota en los románticos del SIGLO XIX. Tras la frialdad neoclásica, la explosión y el desbordamiento de los sentidos. Amores imposibles, vivencias apasionadas. Raptos, duelos, suicidios, todo es válido para echar afuera la lava del volcán interior que se encuentra ardiendo. Poesía de misterio, ambientes de ultratumba, paisajes del más allá. El poeta busca ahora evadirse de la realidad, huyendo a mundos ideales de la fantasía, del oriente exótico o de la remota y misteriosa Edad Media ; rompe los esquemas y normas estéticas que imponen barreras a la absoluta libertad creadora del artista ; pero choca, una y otra vez, con la realidad vulgar, que lo limita y le hace sentir el abismo que separa su deseo inalcanzable de la verdad frustrante de su entorno. El sentimiento de angustia y desesperación fue un tópico de la lírica romántica, el mal del siglo, que condujo a algunos soñadores románticos al suicidio. Esta insatisfacción se hace más patente en el tema amoroso. Los apóstrofes, imprecaciones y lamentos se acumulan, como podemos constatar en “A Jarifa en una orgía” de Espronceda :
Trae, Jarifa, trae tu mano,
ven y pósala en mi frente,
que en un mar de lava hirviente
mi cabeza siento arder.
Ven y junta con mis labios
esos labios que me irritan,
donde aún los besos palpitan
de tus amantes de ayer.
Dentro de la liberación romántica, aparece también la poesía amorosa escrita por mujeres, con un especial sello femenino, destacando Gertrudis Gómez de Avellaneda y, sobre todo, Carolina Coronado. Esta fue una mujer acicalada que amaba las fiestas y los salones, y ese mundo de tertulias y saraos donde el amor hacia el joven galán, siempre desde lejos, puede arder muchas noches. Su poesía refleja la libertad y el gusto por la pasión del romanticismo :
¿Cómo te llamaré para que entiendas
que me dirijo a ti, dulce amor mío,
cuando lleguen al mundo las ofrendas
que desde esta oculta soledad te envío ?
Y, ¿por qué de mi vista has de esconderte ;
por qué no has de venir si yo te llamo ?
¡Porque quiero mirarte, quiero verte
y tengo que decirte que te amo !
Bécquer, en la segunda mitad del siglo XIX, pone un poco de orden en el maremagnum de pasiones sin control y, aunque siente por dentro una pasión muy profunda, la refleja en versos tan quebradizos como su salud, tan frágiles como su vida. Rimas sentidas, sencillas, sinceras. Rimas para los amantes de entonces, de ahora y de siempre, para los enamorados del pasado, del presente y del futuro. Rimas que encierran un sentimiento sutil y delicado y que, por ello, tienen asegurada su perennidad. No hay en ellas metáforas atrevidas, imágenes deslumbrantes, figuras coloristas ; todo es contención, serenidad, equilibrio. Tal vez, a lo más que se atreve es a desentrañar la identidad del fenómeno de la poesía :
¿qué es poesía ? Dices mientras c lavas
en mi pupila tu pupila azul.
¿qué es poesía ? ¿y tú me lo preguntas ?
Poesía eres tú.
A veces, canta la exaltación gloriosa de un encuentro fugaz :
Hoy la tierra y los cielos me sonríen,
hoy llega al fondo de mi alma el sol,
hoy la he visto..., la he visto y me ha mirado..
¡hoy creo en Dios !
La poesía del autor sevillano parte de los temas y de los sentimientos típicos del Romanticismo, pero los lleva más allá, los depura en estilo y lenguaje. Es el primer poeta español que contacta plenamente con el romanticismo alemán. Es la suya una poesía muy trabajada, que se convierte en una búsqueda. Pero esa búsqueda, esa ansia halla una barrera : la palabra. La palabra es insuficiente para expresar el deseo del poeta. Cuando murió, Bécquer era sólo apreciado y reconocido por unos cuantos. Después cayó en un largo olvido, del que vinieron a sacarle, ya en nuestro siglo, Machado y , sobre todo, Juan Ramón Jiménez.
Con los años finales del siglo XIX, se inicia una nueva y decisiva corriente poética, que reacciona contra el espíritu pragmático de la burguesía industrial y contra el realismo artístico que aquella propugnaba. El Modernismo es aventura y riesgo frente al conformismo, novedad y música, color y fascinación por las lejanías ; es estética del lujo, compromiso con el arte, renovación de ritmos y modos.
Rubén Darío transporta a España desde su patria nicaragüense los nuevos aires modernistas, que son como un cuento de hadas que nos lleva a un mundo ideal, soñado, y que está lleno de una lujosa sensualidad que lo envuelve todo. Ejemplo bien claro es un soneto alejandrino, en el que presenta, dentro del exotismo decadente de París, a una amada lilial, en un ámbito a la par refinado y algo así como delicuescente, y del que extraemos los ocho primeros versos :
En invernales horas, mirad a Carolina.
Medio apelotonada, descansa en el sillón,
envuelta con su abrigo de marta cibelina
y no lejos del fuego que brilla en el salón.
El fino angora blanco, junto a ella se reclina,
rozando con su hocico la falda de AlenÇon,
no lejos de las jarras de porcelana china
que medio oculta un biombo de seda del Japón.
Pero es nuestro siglo, el siglo XX el que rompe moldes, el que atraviesa fronteras, el que busca y encuentra las imágenes más originales, los conceptos más atrevidos, las metáforas más sorprendentes. La creación poética no conoce límites. Es fundamentalmente a partir de los años veinte, una vez extinguida la llamarada modernista, cuando un conjunto de jóvenes poetas dará lugar a algunos de los más hermosos frutos que jamás haya cosechado la lírica en lengua española. Pero no sólo la revolución de la palabra y la imagen poética alcanzan la plenitud en estos años ; el propio sentimiento amoroso rompe tabúes y se hace más libre, más plural. El poeta mira a su alrededor y asocia su sentimiento con cualquier elemento de la Naturaleza. E incluso PEDRO SALINAS, el poeta del amor, en uno de sus poemas, echa mano de la gramática y muestra su deseo de vivir nada menos que en los pronombres, pero quedándose sólo con la primera y segunda persona del singular, es decir con el yo/tú :
Para vivir no quiero
islas, palacios, torres,
¡qué alegría más alta :
vivir en los pronombres !
No cabe duda de que sus libros “La voz a ti debida” y “Razón de amor” son hitos fundamentales no sólo en la poesía amorosa del siglo XX, sino en toda nuestra historia literaria. Al primero de ellos pertenece el siguiente poema, sin duda, uno de los más conocidos de Salinas. Al final de su lectura, lo que perdura es el recuerdo del beso, la sensación de besar, pues la amada pierde corporeidad, diluyéndose. Queda el beso de la memoria, que es más duradero que el real, que pasa como un relámpago :
Ayer te besé en los labios.
Te besé en los labios. Densos,
rojos. Fue un beso tan corto
que duró más que un relámpago,
que un milagro, más.
El tiempo
después de dártelo
no lo quise para nada
ya, para nada
lo había querido antes.
Se empezó, se acabó en él.
Hoy estoy besando un beso ;
estoy solo con mis labios.
Los pongo
no en tu boca, no, ya no
- ¿adónde se me ha escapado ? -.
Los pongo
en el beso que te di
ayer, en las bocas juntas
del beso que se besaron.
Y dura este beso más
que el silencio, que la luz.
Porque ya no es una carne
ni una boca lo que beso,
que se escapa, que me huye.
No.
Te estoy besando más lejos.
LUIS CERNUDA nació en Sevilla, como Bécquer, como Machado y allí empieza a entrar en contacto con el mundo mágico de la poesía. Toda su obra aparece reunida con un título, “La realidad y el deseo”, tremendamente expresivo y definidor de un estado de ánimo, de una situación vital. De él dice Federico que “no habrá escritor, si es realmente escritor, manejador de palabras, que no quede admirado del encanto y refinamiento con que une sus vocablos para crear un mundo poético propio”. Y es que Cernuda se mueve entre la realidad y el deseo, entre lo vivido y lo soñado, entre lo real y lo imaginado. Sólo el amor es capaz de hacerle olvidar su dolorida existencia y quisiera ser prisionero del amor, pues es la forma de conseguir, según él, la verdadera libertad. Al final, nos recuerda a Garcilaso, (yo no nací sino para quereros) cuando habla del amor como razón de su ser, como justificación de su existencia , pues ni la vida es vida ni la muerte es muerte si no se ha conocido el amor :
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso
en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío :
alguien por quien me olvido de esta existencia
mezquina,
por quien el día y la noche son para mí lo que
quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad porque muero
Tú justificas mi existencia :
si no te conozco, no he vivido ;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
Y de Sevilla a Orihuela, del Guadalquivir al Segura muy cerca de su desembocadura, de Cernuda a Miguel, el poeta pastor oriolano. Rodeado de cabras y ovejas, con los naranjos y limoneros como cómplices y testigos, con el olor a azahar en aquella feraz huerta y siendo apenas un adolescente, lee y escribe. Y se lleve en el morral , desde su casa, a los clásicos, a Quevedo, a Góngora , a Garcilaso. Y los va devorando y asimilando. Y se emborracha de sus metáforas y queda embebido con sus imágenes y resulta hipnotizado con sus juegos verbales. Y pronto empieza a dar a luz sus primeros versos. Pero necesita un guía y lo encuentra en un joven algo mayor que él, pero universitario y de recia formación, Ramón Sijé. Y en el horno de los Fenoll, leen, devoran, reviven la poesía. Y pasa el tiempo y Miguel se enamora. Y se esfuerza por lograr versos, llenos de sentimiento y de valor poético al mismo tiempo, para que Josefina se deleite con su lectura. Esta que sigue no es, desde luego, su mejor composición pero parece ser que fue el primer soneto que le dedicó a su amada ; tal vez, por ello, sea el más sentido, aquel en que echó afuera con mayor sinceridad todo lo que había ido almacenando en el corazón :
Ser onda, oficio, niña, es de tu pelo,
nacida ya para el marero oficio ;
ser graciosa y morena, tu ejercicio,
y tu virtud más ejemplar, ser cielo.
Niña, cuando tu pelo va de vuelo,
dando del viento claro un negro indicio,
enmienda de marfil y de artificio
ser de tu capilar borrasca anhelo.
No tienes más quehacer que ser hermosa,
ni tengo más festejo que mirarte,
alrededor girando de tu esfera.
Satélite de ti, no hago otra cosa
si no es una labor de recordarte.
¡Date presa de amor, mi carcelera !
Miguel, en este soneto, rompe con toda lógica. Su situación de enamorado hasta los tuétanos, le hace pisotear la razón. ¿es que ser graciosa y morena es un ejercicio ? o ¿en qué consiste la virtud de ser cielo ? o ¿es un quehacer acaso ser hermosa ? . Y, finalmente, una admiración que es un mandato que rompe los esquemas. Los papeles se intercambian y la carcelera, la que tiene las llaves de la prisión, la que dispone de la libertad del prisionero, se convierte ella en presa, pero presa de amor. Ese juego poético de la libertad y la prisión es bastante socorrido en la lírica amorosa. En el poema anterior, también Cernuda entendía la libertad como la posibilidad de estar preso, pero en el ser amado.
Y llega FEDERICO GARCÍA LORCA, con su amor oscuro. Este año, hay que volver a Federico. Cien años del nacimiento de esta figura mítica, cuya vida está marcada por dos fechas trágicas para la Historia de España : 1898 - 1936. Nace el año del desastre colonial que sume a nuestra nación en una tremenda depresión y muere a poco de comenzar esa guerra fratricida entre las dos Españas. Y, como diría Machado, una de las dos Españas le heló el corazón. Federico, ídolo, faro y guía para sus amigos, poetas, aficionados y seguidores de la literatura y de la vida. Federico, de quien Dulce María Loynaz, autora cubana, dice que se le quedaron grabados sus ojos, su forma de estrechar la mano y su modo de recitar la poesía. Federico, el que canta a los gitanos, a Nueva York, a Granada y, por supuesto, al amor. Federico, el joven culto, instruido, pero cercano a las gentes del pueblo ; Federico, el conocedor del mundo teatral, el que dominaba el piano, pero el que se entretenía y aprendía conversando largos ratos con los criados y campesinos de su mundo granadino. Federico, el que canta la pasión amorosa en sus Sonetos del amor oscuro. Muy pocos sonetos en nuestra lírica amorosa se pueden comparar con ellos, con su profundidad, su lírica vehemencia, su delicado desgarro, su poético dolor. En ellos manda a su amor una paloma o habla por teléfono con el amor o teje una guirnalda de rosas o le pide a su amor que le escriba una carta, con un soneto, que acaba así, recordando incluso a San Juan de la Cruz :
Llena, pues, de palabras mi locura
o déjame vivir en mi serena
noche del alma para siempre oscura.
Pero su sufrimiento es tan hondo que no le importa rebajarse y usar la imagen de un gusano para ejemplificarlo, un gusano que busca una flor, pulpa o arcilla para alimentarse. Y no sólo se hace gusano, también se define como perro, como guardián fiel, compañero inseparable, como ese otro de Garcilaso que se encontraba ausente de su amo y no encontraba consuelo, hasta que al final el poeta toledano le dice que vuelva la cabeza a sus propio sufrimiento, que es mucho mayor que el de un animal. Y Federico se vale de estas y otras imágenes para expresar su miedo y su pena, su dulce queja :
Tengo miedo a perder la maravilla
de tus ojos de estatua, y el acento
que me pone de noche en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento.
Tengo pena de ser en esta orilla
tronco sin ramas, y lo que más siento
es no tener la flor, pulpa o arcilla
para el gusano de mi sufrimiento.
Si tú eres el tesoro oculto mío,
si eres mi cruz y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorío,
no me dejes perder lo que he ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi otoño enajenado.
Pero, aunque sea traicionar el título de esta charla, hemos de seguir ; no nos vamos a detener en el joven poeta granadino. Pues, junto a Federico y los demás poetas del 27, emerge la figura gigantesca de PABLO NERUDA. Huracán poético y político que arrastra a estos jóvenes ilusionados, especialmente al poeta-pastor de Orihuela. Canta a la Naturaleza virgen de su tierra andina, a la situación injusta de los desheredados, pero también al amor. Y logra construir veinte poemas de amor y una canción desesperada que destilan las mejores esencias de una poesía moderna pero clásica, atrevida pero atrayente, estridente pero sutil. De entre todos ellos, el más conocido, el más leído, recitado y quizás vivido es el número 20. Es el poema de la paradoja , de la duda inquietante, de la interrogación hecha vida. Es el poema de la margarita que se deshoja ¿aún la quiero o ya no la quiero ?. Es el poema que hace encontrar plenitud en la presencia del ser amado y hallar sentido y consuelo a la ausencia. ¡Qué pena que no llegaran a tiempo de leerlo los sufridos trovadores del amor cortés ! Tras leer a Neruda, se descubre que el mejor antídoto, la mejor vacuna contra el mal de ausencia, tan cantado desde siempre, que ya aparece en la primera jarcha, no es la rebeldía, el llanto o la tristeza sino la poesía, su poesía. El poeta empieza intentando hacer unos versos salidos, como casi siempre ocurre, de la tristeza y con la noche como marco, pero no la noche centelleante y fantasmagórica de Espronceda, sino la noche serena y sosegada de Fray Luis de León. Y , sobre estos versos, construye quizás el más emocionante y emocionado poema de amor en nuestra lengua , que es también la suya :
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo. “La noche está estrellada,
y tiritan , azules, los astros a lo lejos.”
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise , y a veces ella también me quiso.
En las noches como esta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo, Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al ama como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro, será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro, sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor y es tan largo el olvido.
Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque este sea el último dolor que ella me causa,
y estos sean los últimos versos que yo le escribo.
Pero no, estos no van a ser los últimos versos de amor. No vamos a terminar tampoco con Neruda. Vamos a dar un paso más adelante en el tiempo. Todos los versos que hemos recreado hasta ahora han sido escritos por poetas que ya se encuentran en otra dimensión, que ya no están entre nosotros. Pero la poesía se sigue cultivando por hombre y mujeres que aún están vivos, autores con los que podemos hablar o a los que podemos escribir. Y, como colofón de esta aproximación a la poesía amorosa en español, dos de estos poetas. Y, que tienen los dos una curiosa coincidencia : las iniciales de su nombre y su apellido y que en ambos casos son : A.G. . Pues son Antonio Gala y Angel González.
Antonio Gala dio a la luz, no hace mucho un delicioso libro llamado Poemas de amor. Y, aunque es un autor que ha alcanzado notoriedad por su obra dramática, aunque primeramente se dio a conocer como poeta, dice Pere Gimferrer que quien de verdad es poeta nunca deja de serlo. Es la suya una poesía que se inserta en la tradición clásica española desde el Barroco, o incluso desde mucho antes, hasta Cernuda, Lorca o Alberti. Sus poemas, nos reconoce el propio Gala, son una confidencia, la confidencia de un poeta desconocido que se presenta a pecho descubierto. Por ello nos confiesa que no pensaba publicarlos antes de su muerte. “Mi concepto de la intimidad y del pudor así lo ordenaba”, declara. De toda su maravillosa producción poética, seleccionamos uno de los que él llama “Sonetos de la Zubia”. En él consigue un bonito efecto poético con el juego calor/frío . Abomina del verano y desea la llegada del frío invierno. Especialmente atractivo es el último terceto en el que incluye una imagen tan poética como la de los brazos del amor como bufanda y además con el adjetivo “tibia” antepuesto. El soneto nos deja el sabor de la lejanía, siempre viejo y siempre nuevo en la poesía.
Me sorprendió el verano traicionero
lejos de ti, lejos de mí muriendo.
Junio, julio y agosto, no os entiendo.
No sé por qué reís mientras me muero.
Vengan nieve y granizo, venga enero,
vengan escarchas ya, vayan viniendo.
Troncos que fueron nidos ahora enciendo
y no consigo la calor que quiero.
Suelta la vida al viento falsos lazos :
no hay flor, ni luz, ni sed, ni amor, ni río.
Sólo hay un corazón hecho pedazos.
Agosto miente, amor, y siento frío.
Sin la tibia bufanda de tus brazos
aterido sucumbe el cuello mío.
Y, ya acabamos. Y lo hacemos con un poeta, al que he de reconocer que he descubierto tarde, pero que en las preferencias de los alumnos que se sienten atraídos por el fenómeno poético, ocupa un lugar muy destacado. Es un poeta que se nos hace cercano, cuya poesía parece que , a veces, nos roza, nos susurra al oído, nos acaricia la piel. Poesía en la que podemos ver reflejados el fluir del tiempo, o la preocupación social o el intimismo amoroso. De ANGEL GONZÁLEZ, poeta que nace en Oviedo en 1925, seleccionamos un bellísimo soneto amoroso, en el que recoge esa imagen, tan frecuente en la lírica amorosa, del hombre al que no le importa metamorfosearse en animal o cosa con tal de conseguir el corazón de su amada o , a veces, sólo la cercanía física. Así Federico utilizaba la imagen del gusano o del perro ; Pedro Salinas, en otro de sus poemas, confiesa que quisiera ser arena, sol y hasta collar , frasco o seda antigua. De este deseo de metamorfosis tampoco se libra Gerardo Diego, a pesar de no ser un poeta de especial intensidad amorosa. El quiere también alterar su esencia y presencia humana y busca una imagen apropiada en el agua y en el vaso que la contiene :
Ser de todas las formas,
como agua siempre a gusto en cualquier vaso
siempre abrazándote por dentro.
Y también como vaso
para abrazar por fuera al mismo tiempo.
Con el agua hecha vaso
tu confín - dentro y fuera - siempre exacto.
Angel González no se queda atrás y también quiere sufrir esa metamorfosis por amor y transformarse en alga, o caracola o vela o viento, para poder rozar o estar cerca, aunque sólo sea por un instante de la amada. No hay que olvidar que el autor, en Oviedo, tiene muy cerca el mar y por ello estos versos huelen a mar, suenan a mar y saben a mar.
Con este poema acabamos un recorrido sencillo pero sentido por unos hitos fundamentales en nuestra lírica amorosa. Hitos que podrían haber sido otros, pues aquí interviene el gusto y la predilección personal. Han sido versos que tienen como origen y destino el corazón. Versos que han cantado a amores reales o imaginarios, a mujeres u hombres existentes o pensados. Versos a Elisa, a Julia, a Teresa o a Filis, Amarilis, Aminta ¿qué mas da ? . Para gozar la poesía, pasa saborear cada verso, nos importa muy poco la historia que hay detrás, o las estructuras lingüísticas o retóricas que le sirven de base, o el movimiento literario en que se inscribe o tantos datos que, en ocasiones, nos encubren el valor mayor de la poesía, nos tapan el juego de la palabra, nos esconden el sonido de su música. Amigos, hay que leer poesía y hacerlo sin más pretensión que el simple deleite, sin más intención que el puro goce estético. Y, por qué no, hay que aprenderse versos y poemas de memoria. ¿Qué mejor aplicación para ejercitar nuestra memoria ? Y, posiblemente, si saboreamos la poesía, si la recitamos, si la memorizamos, se despierte en algunos ese genio poético que, como dice Bécquer, se encuentra dormido esperando una voz que le diga, “levántate y anda”.
Y, volviendo a Angel González, acabamos con catorce versos suyos, que me parecen el mejor colofón, cuando se habla de poesía y de amor, porque su último verso acaba con una palabra que es la clave para la explicación de estos dos fenómenos, pues el soneto dice así :
Alga quisiera ser, alga enredada
en lo más suave de tu pantorrilla.
Soplo de brisa contra tu mejilla,
arena leve bajo tu pisada.
Agua quisiera ser, agua salada,
cuando corres desnuda hacia la orilla.
Sol recortando en sombra tu sencilla
silueta virgen de recién bañada.
Todo quisiera ser, indefinido,
en torno a ti : paisaje, luz, ambiente ,
gaviota, cielo, nave, vela, viento....
Caracola que acercas a tu oído,
para poder reunir, tímidamente,
con el rumor del mar, mi sentimiento.