ANGEL GONZALEZ: EL HOMBRE Y EL POETA
Conferencia impartida en el IES DIEGO TORTOSA el 24 de abril de 2008
1- Introducción
2- Su familia
3- Sus amigos
4- Sus oficios y aficiones
5- Su poesía
1- INTRODUCCION
Hay un refrán español que afirma que “nunca es tarde si la dicha es buena”. Y si lo traigo aquí a colación no es por mi afición al refranero español, algo muy rico y muy nuestro, sino porque tengo que confesar que descubrí muy tarde la poesía de Ángel González. Porque yo no tuve la suerte de dar con un profesor que me la diera a conocer y que se emocionara con ella. Es por ello por lo que hasta los treinta años no me enfrenté a unos versos del poeta. Y fue nada menos que ese soneto del alga que, como un tesoro preciado, tenemos en el aula 4 enmarcado y escrito por el propio autor ovetense. Cuando yo leí eso de: Alga quisiera ser, alga enredada/ en lo más suave de tu pantorrilla, algo raro sentí dentro porque nunca pensaba que alguien podía ser capaz de encontrarle valor poético a una situación tan molesta como que se nos enrede un algo cuando vamos caminando por la orilla de una playa. Hay que ser no sólo poeta, sino gran poeta, para conseguir emocionar con esos materiales, en principio no demasiado líricos. Porque ese soneto expresaba algo tan repetido desde las primeras muestras líricas como el deseo de cercanía de la persona amada, la necesidad de tenerla cerca, pero lo hacía con unas palabras e imágenes tan plásticas como sorprendentes y llenas de lirismo como muy pocos lo habían hecho antes.
Pero, por fortuna para mí, no me quedé en este soneto, sino que él me llevó a otros poemas, estos a otros, hasta que fui adentrándome en la maravillosa selva de la poesía “gonzaliana”, una selva en la que encontré versos tan maravillosos como estos con los que comienza el poema que titula Me basta así:
Si yo fuera Dios y tuviese el secreto,haría un ser exacto a ti.
O esos otros en los que, con el equívoco titulo de Todo amor es efímero, expresa la permanencia del amor toda la vida:
Ninguna era tan bella como tú
durante aquel fugaz momento en que te amaba:
mi vida
entera.
Pero di un paso más y, en una actitud nada egoísta, quise compartir algo tan preciado, y comencé a lanzar versos y versos en los corazones de tantos alumnos, como el labrador lanza la semilla a la tierra y, al igual que sucede en esa tarea del campo, de la misma forma, esa semilla del verso, en algunos casos cayó en tierra dura y no consiguió dar fruto pero en otros fructificó y llegó a conquistar muchos corazones para la poesía. Y Ángel González, de ser alguien desconocido, pasó a ser casi un amigo más al que se acude en busca de algo tan valioso como la belleza que proporciona la palabra. Y ¡qué gran satisfacción encontrarme con tantos antiguos alumnos que han olvidado ya lo que era un lexema o un infijo o las oraciones de relativo, pero que aún conservan en su memoria muchos de esos versos que en su etapa adolescente les lanzaba desde la tarima un profesor enamorado de la obra del poeta asturiano!.
Yo podría afirmar lo mismo que José Esteban, gran amigo y también admirador que personifica en él el fenómeno poético:
“Si alguien me preguntara cuál es hoy, para mí, la imagen de un poeta, diría que Ángel González. No porque crea que es el mejor poeta que conozco (que también lo creo), sino porque yo imagino así, tal y cómo es hoy Ángel a los verdaderos poetas. Pienso que la poesía lo ha elegido para que la represente en la tierra y ante los mortales. Algo así como su embajador, pero algo más también que su embajador, algo como su representación misma”.
Es evidente que la obra poética de Ángel González es mucho más conocida que su figura humana. Pero aquella no se puede entender del todo sin tener en cuenta esta. Si en general, los poetas, aunque a veces lo intenten, no pueden evadirse del contexto que los rodea, Ángel González no sólo no lo busca, sino que quiere que su poesía sea altavoz y reflejo de un momento histórico, de la situación del hombre y de la sociedad en este momento. Como muestra valga esta afirmación suya:
“Es necesario apuntar al tiempo que se conoce, dirigirse al hombre con el que se convive”
Es por ello por lo que su poesía no puede dejarnos indiferentes, está tan encarnada que hay que ser muy insensible para no sentirse sacudido por ella con un sacudida no sólo estética sino profundamente humana. Leer al poeta asturiano es una experiencia que no deja indiferente, no es un pasatiempo más, es un revulsivo, un estremecimiento que de alguna manera nos trastorna y nos hace volver siempre. No es un poeta de probar, saborear y dejar, sino que sus poemas nos acompañan siempre y son como un canto de sirena que llama unas veces a nuestra sensibilidad, otras veces, a nuestras emociones; otras, a nuestras pasiones y en muchas, a nuestras decepciones. Y es que hay poemas de Ángel González para todos los momentos, estados y situaciones: para los días de lluvia, para los días de frío, para los jueves, para los domingos, para los cumpleaños, para el mes de octubre,….
Es por ello por lo que una vez que se entra en contacto con su poesía, ya uno no puede desengancharse de ella, tiene que volver a ella una y otra vez, y la curiosidad inicial se convierte en admiración, después en pasión y hasta en objeto de culto. Así lo entiende su amigo Juan García Hortelano cuando se declara “angelólatra”, es decir persona que profesa culto de latría a Ángel González. Así define él la voz “ángel” en un supuesto diccionario:
“Espíritu celeste, del coro de los años cincuenta, creado por los dioses para servicio y gloria de la Poesía, fomento de la Música y gozo de la Amistad. Úsase también como interjección admirativa o placentera”.
Y es que el autor asturiano, junto a ese quehacer poético maravilloso, que lo ha hecho tan conocido y reconocido, era también un gran admirador de la música y un gran cultivador de la amistad, algo que para él desde la infancia era algo imprescindible en su vida. Por eso, cuando él marchaba a América, dejaba a sus amigos anhelantes de su regreso. Así lo confiesa García Hortelano:
“La ciudad, cuando él se marcha, se queda desangelada. Los angelólatras se transmiten anhelantes noticias acerca de su reaparición”.
Muchos críticos e infinidad de lectores se han preguntado cuál es el secreto de su poesía, en qué estriba esa capacidad de seducir al lector usando un lenguaje tan cercano y accesible. Hay innumerables respuestas, pero seguramente una de las más certeras sea la del escritor mejicano Alfredo Bryce Echenique, cuando afirma:
“He admirado en Ángel la poesía que nombra la cotidianidad –que basta con que la nombre a su manera y arte mayor- y la vuelve de inmediato inolvidable. Que la eleva a alturas de gracia y hondura tremendamente conmovedoras.”
Por todo ello, hemos de afirmar que si leer y transmitir poesía, siempre es algo positivo, leer y saborear y difundir y memorizar la poesía de Ángel es una experiencia maravillosa, que nos convierte poco a poco, casi sin darnos cuenta en angelólatras acérrimos y sin remedio.
2- Su familia
El ambiente que vivió en su niñez deja una profunda huella en la vida y la poesía de Ángel González. El mismo afirma: “las cosas que viví de niño me marcaron”.
No se trata de hacer un árbol genealógico remontándose a varias generaciones, pero sí de esbozar el marco familiar más próximo que envuelve al poeta, sin olvidar nunca que esa familia está enraizada en la ciudad clave en su vida y obra: Oviedo.
Sabemos que sus abuelos paternos eran gente del campo, que vivían en un pueblecito de esos tan pequeños como encantadores del norte, Ondas. Eran gentes ligadas a la tierra, agricultores, con una cierta disponibilidad económica que les permitió enviar a su hijo, Pedro González Cano a estudiar a la capital, pues deseaban para él una vida menos sacrificada que la que ellos habían llevado. Y lo consiguieron, pues el padre de nuestro poeta llegó a ser profesor numerario de Ciencias y Pedagogía en la Escuela Normal de Magisterio de Oviedo. Era de ideas republicanas y ateo, aunque Ángel apenas lo conoció pues murió cuando él tenía 18 meses, en un año tan poéticamente relevante como 1927.
Por razones obvias, Don Pedro no pudo influir en su hijo pequeño. Quien sí lo hizo fue su esposa, María Muñiz que es, sin duda, la persona que más guía su vida.
Recuerdo
bien
a mi madre.
Tenía miedo del viento,
era pequeña
de estatura,
la asustaban los truenos,
y las guerras
siempre estaba temiéndolas
de lejos,
desde antes
de la última ruptura
del Tratado suscrito
por todos los ministros de asuntos exteriores.
Era hija de Don Manuel Muñiz García, Director de la Escuela Normal de Magisterio en la que enseñaba su marido, a quien conoció allí. Don Manuel publicó en 1880 una obra que luego amplió su yerno, el padre de Ángel. Se trataba de la Cartilla Métrica, que era una obra que explicaba el sistema métrico decimal, pues la gente aún se regía por los reales de vellón, celemines y otras medidas que ya habían sido desplazadas por las actuales.
Volviendo a su madre, así la define su hijo menor:
Era un personaje excepcional, a quien le debo muchas cosas, porque se sacrificó mucho por mí. Era una persona inteligente, bondadosa y liberal. Era muy religiosa, y a la vez muy tolerante, cosa lógica, habiendo estado casada con un ateo. Educó a sus hijos dentro de la Iglesia, pero esperaba, sabía incluso, que yo me apartaría de eso de un momento a otro (…). No le importaba demasiado y casi lo consideraba natural (…) Es posible que en mi poesía haya quedado la nostalgia del mundo de bondad en el que creía mi madre, opuesto a una realidad donde esos valores no contaban demasiado. Probablemente esa decepción es la que me lleva a hablar de las ruinas, los escombros, los despojos y todo eso.
Hay que imaginarse la situación tan difícil en que quedó su madre al enviudar, debiendo sacar adelante a toda la familia, pues Ángel no era hijo único sino que tenía tres hermanos: Manolo, Pedro y Maruja, que al nacer él, tienen 17,16 y 15 años respectivamente. Es, por tanto, el hijo menor y con bastante diferencia con el resto y que, por ello, recibe cuidado muy especial, especialmente de su madre y de una criada que vivía con ellos, Soledad y que también participa bastante en la crianza. Toda la vida familiar queda marcada negativamente por los acontecimientos en Asturias en 1934 y, especialmente, por la Guerra Civil que dispersa e incluso acaba con algún miembro de la familia.
Su hermano mayor, Manolo, estudió Ingeniería en Barcelona y en Madrid. En noviembre del 36, tras la ruptura del cerco de Oviedo por las tropas nacionales, decide trasladarse a León. Es detenido en Salas y fusilado.
Pedro no quiso estudiar y trabajó en varios oficios, entre ellos marino. Volvía de vez en cuando a la casa y Ángel lo admiraba por su espíritu aventurero. Se politizó muy pronto, participó en la revolución del 34 y tuvo que exiliarse de inmediato. Luego, en la guerra civil, se incorporó inmediatamente al ejército republicano, hizo la guerra y al final volvió a exiliarse.
Su hermana Maruja estudió Magisterio, pero en la Guerra Civil fue represaliada y no pudo ejercer, siendo después rehabilitada aunque tenía que dar clase a 150 kms. al menos de Oviedo. Y fue maestra en Páramo del Sil, un pueblo leonés que influye mucho en su hermano.
Soledad, la criada, nunca se casó por no dejar sola a doña María en su desgracia. Estaba tan arraigada en la familia que lo mismo obedecía que mandaba. Murió en 2001 en una residencia adonde Ángel iba a visitarla de vez en cuando.
En este contexto familiar nació Angel, “Angelín” como le llamaban el 6 de septiembre de 1925 quien, una vez desaparecidos sus hermanos, se crió rodeado de mujeres (madre, hermana y criada). A pesar de ello, no fue un niño mimado, engreído o endiosado, sino que siempre tuvo un trato cordial y agradable con los que le rodeaban. . El propio Angel afirma:
“Mi infancia fue muy feliz porque fui un niño muy querido, no mimado, pero sí muy querido y atendido”.
Sin embargo, el comienzo de la guerra civil, cuando él tenía once años, marca negativamente a su familia y, por supuesto a ese niño pequeño. Él ya empieza a darse cuenta de las consecuencias de ese enfrentamiento tan trágico entre españoles y que destroza a su familia.
A pesar de todo, su madre se empeñó en que hiciera bachillerato. Lo comienza en el instituto de Oviedo y despúes del cuarto curso sigue estudiando en un colegio privado. El propio Ángel nos lo cuenta:
“Era un colegio un poco elitista, pero el director, muy amigo de mi familia, llamó a mi madre para pedirle que me enviara a su colegio, porque había un cupo de matrículas gratuitas que necesitaba cubr. Y allí fue donde terminé el bachillerato”
A pesar de esto, el poeta se considera en todo casi autodidacta, porque, aunque estudiaba lo que le enseñaban sus profesores, “aprendí muy pronto a no creerme lo que me decían, a decir que no para mis adentros. Es decir, a pensar por mi cuenta”
Acabado el bachillerato, comienza a cursar la carrera de Derecho. Pero a los dieciocho o diecinueve años hay una circunstancia que tiene gran importancia en su desenvolvimiento vital. Y es que le diagnostican una tuberculosis pulmonar muy grave. Una enfermedad por la que la gente se moría en grandes cantidades. Los médicos le aconsejaron que cambiara de aires y marchó a un pueblo de la montaña leonesa, Páramo del Sil, donde, su hermana, Maruja, una vez rehabilitada como maestra, tenía su escuela y que se encontraba a 150 kilómetros de Oviedo. Allí permaneció casi tres años.
A su llegada, Ángel tiene que guardar cama rigurosamente y la ventana de su habitación permanece siempre abierta. En una de sus primeras cartas, afirma:
“Tengo todas las noches alguna visita zoológica, unas veces es un murciélago el que me viene a visitar, otras una lechuza. Y arañas no digamos, casi tantas como ratones. De vez en cuando me asomo al balcón y admiro los muslos torneados de las ninfas lavanderas en un arroyo cercano. Otras veces hago versos o dibujo hermosos frescos que sirven para decorar mi habitación. De esta manera voy tirando para no desesperarme”
La estancia en este pequeño pueblo leonés, aislado del mundo, es decisiva para su trayectoria poética porque allí se dedica a leer especialmente poesía. Ángel les pedía a sus amigos que le enviaran libros de poemas. Y allí empieza a leer a los autores de la generación del 27(Alberti, Lorca y Gerardo Diego), también a Neruda, pero el que lo deslumbra es Juan Ramón Jiménez.
Pero no sólo a leer, sino también a escribir versos, como él mismo confiesa. De ellos tenemos conocimiento de algunos que son más bien bromas rimadas:
Esa muchacha morena
que lava en el agua clara
me dijo que tenía pena
porque ya estaba casada.
Las flores, todavía tiernas
me dijeron ruborosas
que les veían las piernas
a todas las mariposas.
Los meses fueron pasando al tiempo que él iba ganando peso y color, y el médico le autorizó a ir saliendo de casa. Daba paseos por las mañanas en las que lucía el sol y fue conociendo el entorno.
Ya bien avanzado 1945, con casi veinte años, la enfermedad estaba curada y volvió a Oviedo, reincorporándose a la Universidad como alumno oficial en el cuarto curso de Derecho, pues se había ido examinando libre del resto de los cursos aprovechando los viajes que hacia para visitar al médico. Esta carrera no le interesó nada desde el principio. Por ello, se matriculó también de magisterio y se hizo, por tanto abogado y maestro, profesión esta que era como una obligación familiar pues lo habían sido su abuelo, su padre, su hermana y parece que también su madre.
Merecen destacarse dos hechos que marcan su vida, uno en sentido negativo y otro positivo, y que tienen lugar ya en su madurez: la muerte de su madre ya en 1969, esa mujer a la que tan pegado había estado, una de esas tres mujeres con las que comparte su infancia y adolescencia. Sólo cuando muere, decide encauzar su vida lejos de España.
Pero, diez años después, en 1979, un rayo de luz ilumina su vida y es el descubrimiento del amor en la persona de Susana Rivera, que fue alumna suya en Estados Unidos y con la que se casó en 1993 y con la que ha compartido desde entonces hasta su muerte todas sus ilusiones, amistades, preocupaciones y toda su obra.
3- Sus amigos
Ya hemos apuntado antes lo importante que es para nuestro poeta el sentimiento de la amistad. Y la verdad es que sus amigos lo son para siempre y hasta con los amigos de la infancia no pierde nunca una relación entrañable y cercana.
En su infancia ovetense, Ángel forma pandilla con cuatro niños que forman un grupo realmente compacto, unidos no sólo por la edad, sino también por los efectos tan negativos de la guerra civil.
El mayor de los cinco era Benigno Canal, al que apodaban “el viejo” aunque era solo algo más de un año mayor que el resto. Era cerrajero en una empresa familiar. Cuando a veces iban a buscarlo a la fragua, se quedaban admirados de sus robustos brazos que manejaban un enorme mazo de hierro. A este la habían asesinado un hermano y tenía otro en la cárcel, que luego fue liberado.
Pero, seguramente el amigo más íntimo era Paco Ignacio Taibo. Este vivía en el mismo barrio que Ángel y tenía a su padre y a un tío escondidos en una buhardilla, temerosos de que los cogiera la justicia franquista porque uno había sido capitán en el ejército republicano y el otro redactor jefe del periódico socialista asturiano. Fueron presos, condenados, pero al poco tiempo liberados. Paco Ignacio trabajaba en la librería Cervantes y allí lo iba a visitar Ángel muchos días a la hora de cerrar. Él cuenta cómo su amigo le escribió un poemilla que puede ser de los primeros. Se había enamorado de una muchachita de Oviedo llamada Mari Carmen que llevaba calcetines blancos. Ella tenía una historia familiar bastante triste, pues su padre desapareció en el mar; ella y su madre se quedaron con un tío y dos primos que fueron asesinados y llegaron a vivir la dos en una cueva. En 1938 Paco Ignacio la conoció frente al Instituto Jovellanos y se hicieron novios cuatro años después. Ángel le escribió hacia 1943 este poemilla en un papel que en el año 1994 en Nueva York la pareja le mostró al poeta:
No sé por qué
me ha conmovido tanto
la historia de tu novia
con calcetines blancos.
El tercero de la pandilla era el hermano del anterior, Amaro Taibo, que trabajaba en una farmacia y era el menor del grupo.
Otro componente de aquella peña era Manuel Lombardero, el cual conoció a Ángel a través de Paco Ignacio Taibo. Era huérfano de un minero y tenía un tío en la cárcel condenado a cadena perpetua, aunque luego fue beneficiándose de perdones y amnistías y consiguió la libertad. Trabaja también en la librería Cervantes.
El último miembro de la pandilla, el único además que estudiaba era Ángel, o mejor, “Angelín” que era como en su familia se le llamaba. Así nos lo describe su amigo Paco Ignacio:
Cuando yo lo conocí, Ángel González tenía trece años; era un chico alto, más grueso que delgado – pero no gordo- ; tímido, obsequioso con los mayores; cariñoso con su madre – que tenía la voz y la apariencia de una abuelita de cuento infantil y con la que se le veía a menudo por las calles de la ciudad.
Era más pintoresco que yo y menos pintoresco que Benigno, tan apacible como Amaro y menos sarcástico que manolo. Su humor resultaba suave y un poco triste en ocasiones.
La casa de Ángel era la más grande y la más céntrica y les servía de refugio cuando el tiempo era desapacible. Además, estaba dotada de una importante biblioteca familiar, con el Espasa y abundancia de obras de pedagogía (no hay que olvidar que la familia está muy ligada al magisterio), aunque también había colecciones de revistas ilustradas y Las Mil y Una Noches, en traducción del francés de Blasco Ibáñez.
Los domingos iban al cine a primera hora de la tarde. Rara vez salían de noche, pero si lo hacían, partían de la casa de Ángel. Y allí, recuerda Manuel Lombardero, “era de ver cómo las tres mujeres que lo atendían, le mandaban y en él tenían puestas sus esperanzas, recomendaban a cada uno de nosotros que hiciéramos de ángeles tutelares de su Ángel particular:
- Benigno – encomendaba la hermana – tú, que eres el mayor, cuida de Ángelín.
- Paco Ignacio – apuntaba Soledad – sed buenos. Y que Ángelín no beba (recomendación inútil porque ninguno de nosotros bebía)
- Manolín – decía doña María al tiempo que me daba una palmada cariñosa -, no estéis hasta muy tarde ¡que Angelín vuelva pronto!”
Es evidente que estos desvelos, especialmente de la madre, estaban más que justificados, reconoce Lombardero, porque la guerra le había matado un hijo y enviado otro al exilio; “de los cuatro varones que alegraban la casa pocos años antes le quedaba tan sólo el benjamín y vivía en la continua congoja de perderlo”.
Sin embargo, a pesar de estos cuidados, ellos reconocen que no era un niño engreído ni endiosado, sino con una personalidad bien definida y un trato muy agradable. El propio Ángel afirma:
“Mi infancia fue muy feliz porque fui un niño muy querido, no mimado, pero sí muy querido y atendido”.
A pesar de que sólo Ángel era estudiante, eran todos bastante amantes de la poesía. Y una de sus diversiones cuando salían de excursión era ir repitiendo en voz alta versos. Así lo hacían con un poema de Gerardo Diego; uno decía:
Ayer mañana
los días niños cantan en mi ventana.
Y otro seguía:
Las casas son todas de papel
Y el otro remataba:
Y van y vienen las golondrinas
doblando y desdoblando las esquinas.
El grupo se vio bastante afectado cuando la familia Taibo marchó a Gijón, que distaba sólo 24 km. de Oviedo pero el precio del billete de ferrocarril constituía un inconveniente mayor que la distancia para reencontrarse, aunque lo hicieron algunos fines de semana. En Gijón, Amaro comenzó los estudios de maestría industrial y Paco Ignacio entró enseguida a trabajar como reportero de sucesos y temas locales en un periódico de la ciudad, El Comercio.
Llevados por su espíritu soñador, planearon marchar a Brasil. La idea se le ocurrió a Benigno un día y los demás se pusieron a planificar cómo sería esa nueva vida en aquel país. Incluso escribieron al gobierno brasileño exponiendo su deseo. Le decían que Benigno era cerrajero; Amaro, perito industrial; Manuel, técnico mercantil que se encargaría de la comercialización de los productos que cultivaran y Paco Ignacio que era polivalente. Les llegó una respuesta del Ministerio de Agricultura brasileño, diciéndoles que estaban dispuestos a darles unas hectáreas en el estado de Mato Groso; y también créditos para comprar maquinaria y establecerse allí. Miraron un atlas, comprobaron dónde estaba el Mato Groso y se asustaron, porque los terrenos estaban en la selva virgen, donde abundaba el jaguar, la serpiente y el indio nativo y salvaje. Y se quedaron en Asturias.
Eran un grupo compacto, aunque variado en sus caracteres. El propio Paco Ignacio los define: él, hablador; Amaro, apacible; Benigno, pintoresco; Manuel, sarcástico y Ángel, un poco inundado de tristeza.
El grupo se disolvió allá por los años 50: Benigno se fue a Venezuela, los hermanos Taibo, a Méjico; Manuel, a Barcelona y Ángel, a Madrid. Pero no perdieron el contacto; incluso en 1994 se juntaron todos en Nueva York para hacerse una fotografía que era una réplica de la que cincuenta años antes se habían hecho en Oviedo.
Después de estos amigos de infancia y adolescencia, Ángel se integra en otro segundo grupo de amigos, ya relacionados con la literatura, a su llegada a Barcelona ya en 1955. Llegó allí y, con la recomendación de Vicente Aleixandre. Este le dio el teléfono de Carlos Barral y, a través de él, conoció a todos los demás. Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Alfonso Costafreda, Caballero Bonald y Gabriel Ferrater entre otros. Se cuenta como anécdota que, la primera vez que llegó Ángel a reunirse con ellos, ellos lo tomaron por policía, pues se sabían considerados sospechosos por sus ideas en contra de la Dictadura. Sólo llamando a Aleixandre, volvieron a confiar en Ángel.
A todos les unían afinidades poéticas y políticas y también, reconoce Ángel, una misma manera de vivir, de ver la vida, gustos semejantes, incluso para divertirse. En esa diversión el alcohol ocupaba un lugar importante. El porta lo reconoce cuando dice:
“Es cierto que fuimos una generación bastante alcohólica”
Hubo un acontecimiento que unió y consolidó bastante a este grupo de poetas, y fue la conmemoración en 1959 del vigésimo aniversario de la muerte de Antonio Machado en Colliure. Allí se reunieron todos en unos días de convivencia feliz, realmente inolvidables. También intentaron llevar a cabo otro homenaje a Machado en Baeza (Jaén), donde se iba a poner en una muralla una escultura dedicada al poeta, acto para el que se consiguió la autorización necesaria. Pero llegó una multitud tan grande que el mismo día del homenaje se anunció la suspensión del mismo. La Guardia Civil cerró los accesos al pueblo pero algunos ya estaban dentro e intentaron ir en grupo al lugar de la escultura. Pero, cuando estaban llegando, la policía – los grises de entonces-cargaron sobre ellos de manera inmisericorde y Ángel dice: “corrimos como liebres”.
Hay un tercer grupo de amigos, ya en la madurez, en Madrid, con los que hasta su muerte compartió no sólo poesía, sino también música, alcohol, tertulia y diversión en noches tan largas como intensas. Su amigo y también gran poeta Jaime Gil de Biedma, habla de cómo era maravilloso compartir con él el la diversión:
En una ciudad o en la otra, beber y trasnochar con él era una maravillosa excursión a la sobrerrealidad, una romería en que todo género de persona o de suceso inesperado podía sobrevenir.
Entre los que ya en Madrid pudieron tener estas experiencias de juerga y de amistad, la pareja formada por Luis García Montero y Almudena Grandes tiene un lugar preponderante; además, Chus Visor, Felipe Benítez Reyes, García Hortelano e incluso Joaquín Sabina. Ellos son los que vivieron en primera persona el trance de su muerte el 12 de enero en Madrid.
Lo cierto es que tanto los amigos más lejanos en el tiempo como los más cercanos, todos guardan de su trato con Ángel una huella y un recuerdo cargado de sincero aprecio y cariño que el tiempo no borrará.
4. Sus oficios y aficiones
Comenzando por las AFICIONES, tras profundizar en su vida, hemos podido identificar tres: la música, la pintura y la poesía. Está claro que sólo consiguió destacar en la tercera que se convirtió de afición en profesión y que es la que le ha dado la celebridad.
En cuanto a la música, es para él una pasión y ello se trasluce en muchos de sus poemas salpicados de referencias musicales, como por ejemplo este en el que describe un crepúsculo en el verano de Alburquerque introduciendo retazos que entran dentro del campo semántico de la técnica musical:
¡Sol sostenido en el poniente, alta
polifonía de la luz!.
Desde el otro confín del horizonte,
la montaña coral
-madera y viento –
responde con un denso acorde cárdeno
a la larga cadencia de la tarde.
Sobre esta afición por la música desde muy pronto,el propio Ángel afirma:
“Desde niño sentí un enorme interés por la música. La primera vez que oí tocar un piano creo que estuve a punto de sufrir un desvanecimiento, sentí una rara sensación como de mareo, y tendría yo entonces tres o cuatro años. Por desgracia, en mi casa no había instrumentos musicales, nadie en mi familia se interesó por la música”
A través de sus propias palabras conocemos cómo empezó a coquetear con un instrumento, concretamente la guitarra. Tenía Ángel once años, y la guerra estaba recién comenzada cuando cerca de su casa se acuartelaron tropas de moros y legionarios. En su barrio había una frutería que, debido a las circunstancias, el dueño, José, transformó en taberna. Entre los clientes asiduos estaba Santiago, sargento jefe de la banda de cornetas y tambores de la Legión. El poeta nos lo describe en uno de sus cuentos como “un joven bajito, rubiasco, con las piernas torcidas como de haber montado mucho a caballo, aunque me parece que aquella peculiaridad habría que atribuirla, antes que a la práctica de la equitación a descalcificación infantil”.
Este sargento iba a la taberna con una guitarra y cantaba canciones argentinas con una voz bastante afinada. El niño Ángel era su auditor más fiel y entusiasta y no se iba de la taberna hasta que no terminaba de cantar el sargento. Este, un día, le dejó el instrumento y le explicó los acordes básicos de la guitarra. Las lecciones continuaron algunas semanas. A Ángel le hubiera gustado prolongarlas pero no pudo ser porque un día vio a este militar tendido en la hierba en los terrenos del antiguo Hospital de Asturias que era objeto de frecuentes bombardeos. Parece ser que al sargento le había entrado por la parte posterior del cráneo un pequeño trozo de metralla que acabó con su vida.
Uno de sus amigos, Manuel Lombardero, recuerda que estuvo una temporada – casi medio año – ahorrando para comprar una guitarra que le costó ciento cincuenta pesetas, que en aquella época era mucho dinero. Luego se compró un violín y lo tocaba delante de sus amigos en la habitación principal de su casa en lo que había sido despacho de su padre. Pero ya en la madurez, la estampa del poeta tocando la guitarra en esas reuniones nocturnas con los amigos se ha quedado grabada en todos los que han compartido esos entrañables ratos con el poeta.
En relación con la pintura, también sintió por ella gran afición, incluso ilustró algún libro, siendo sus pintores preferidos, entre los españoles, Goya y Velázquez y, entre los europeos, Cézanne.
Sobre su afición a la poesía, comienza siendo compartida por aquel grupo de amigos de la infancia. Ángel tenía fácil acceso a los libros, en primer lugar porque en su casa había una biblioteca notable y, en segundo lugar, porque dos de sus amigos, Paco Ignacio y Manuel trabajaban en una librería y él acudía frecuentemente allí. Por esta librería apareció un hombre bastante curioso, vendedor de libros a plazos, llamado Luis Landínez. Él les enseñaba algunas poesías suyas impresas y les hablaba de Miguel Hernández- del que ellos ya habían leído algo – y de Vicente Aleixandre, al que este hombre había tratado personalmente. Se hizo amigo de estos adolescentes y Ángel le mostró los poemas que había escrito. Landínez fue el primer orientador que tuvo nuestro poeta, según uno de sus amigos. Fue en su estancia en Páramo del Sil donde esa afición a la poesía se fraguó aunque hay que esperar a 1955, teniendo ya el poeta treinta años para que consiguiera un primer reconocimiento pues en ese año le fue concedido un accésit del Premio Adonais, el más prestigioso en poesía, por su obra primera, Áspero mundo, que se publicaría un año después.
Por lo que respecta a sus OFICIOS, hasta llegar a conseguir una cierta estabilidad como profesor en América, pasó por bastantes.
Ángel había estudiado el bachillerato en Oviedo, gracias sobre todo al empeño de su madre. Una vez acabado este, se matriculó por libre en la carrera de Derecho, estudios que iba simultaneando con Magisterio, la carrera familiar. Se hizo a la vez, abogado y maestro, aunque él mismo reconoce que la profesión de abogado no le interesaba nada. Pero esta formación la completó con un cursillo de cuatro meses para conseguir el carnet de periodista, profesión a la que sí pensaba dedicarse aunque no tuvo suerte.
Con este bagaje de estudios, el primer trabajo que desempeñó fue el de maestro durante una breve temporada en Primout, una aldea próxima a Páramo del Sil. Corría el año 1947. Allí había una vacante porque se había vuelto loca la maestra; antes se había vuelto loco el cura y, aunque el salario era muy bajo, ocupó esa plaza. Para llegar había que cruzar una montaña, en parte a pie y en parte a caballo. Allí no había ni taberna, ni estanco, ni panadería ni médico, ni siquiera cura, nos declara el poeta; ni tampoco luz eléctrica. Los domingos por la tarde, los jóvenes bailaban valses al son de un pandero. Vivían allí unas 15 ó 20 familias y Ángel sólo estuvo tres meses.
Cuando regresó a Oviedo, resultó que uno de los tres periódicos locales – La Voz de Asturias – se quedó sin crítico de música. Él se ofreció para aquel trabajo y lo aceptaron, firmando las críticas musicales con el seudónimo de Bercelius. Fue entones cuando realizó el cursillo que le valió el carnet de prensa, cursillo que pudo realizar gracias a la recomendación del Obispo de Madrid, que obtuvo por medio de su secretario, un cura amigo de su familia. Pero este carnet le sirvió de poco porque las plazas de redactor estaban reservadas para personas de confianza. Él sufrió una gran decepción pues le torturaba el hecho de no ganar dinero para evitar que su madre tuviera huéspedes en su casa.
Aunque hizo en Madrid algunos trabajos periodísticos aislados, se convenció de que no valía la pena dedicarse al periodismo pues era como convertirse en cómplice de la situación. Y empezó a preparar oposiciones al Ministerio de Obras Públicas, que aprobó al segundo intento. Movido por un impulso exótico, pidió como destino todas las capitales andaluzas y le tocó Sevilla. Allí no se encontró a gusto no sólo por el calor sino porque reconoce que no ganaba lo suficiente para pagar la pensión, para lo que su prima Carmen Labra le enviaba algún dinero. Acabó pidiendo la excedencia. Corría el año 1954.
De allí marcha a Barcelona donde trabaja como corrector de estilo en algunas editoriales y donde conoce a un grupo importante de personalidades literarias. Estando allí se le concede el accésit del Premio Adonais.
Ya en 1956 vuelve a Madrid reincorporándose al funcionariado y desde entonces hasta 1972 trabaja como funcionario de Obras Públicas. El dice que: “era un trabajo cómodo que me permitía leer e incluso escribir poemas en horas de oficina”.
Mediados los años 50, comienza a viajar por Europa. Primero a Londres, gracias a una beca para estudiar poesía inglesa allí, tarea que él reconoce que no cumple porque lo que pretendía era quedarse allí lavando platos si era necesario y aprender inglés. Pero no consiguió ni ese empleo y en cuanto se le acabó el dinero de la beca, que sólo le duró dos meses, vuelve a España.
Luego, empezó a asistir a Congresos político-literarios en Italia, Helsinki (donde conoció a Neruda y a Sartre), y en 1968 a Berlín Este, coincidiendo con el famoso mayo francés. Después visitó Praga y allí vivió la primavera del 68. Este hecho le marcó bastante y le supuso su abandono del Partido Comunista, al que se había afiliado por motivos más morales y personales que ideológicos, según confiesa él mismo. Pero cuando conoció cómo los tanques soviéticos aplastaron aquellas esperanzas de libertad, sintió su decepción definitiva del comunismo y dejó la militancia. Reconoce posteriormente que, aunque tiene opiniones políticas, “dejo la política a los políticos”.
En el año 1970, con varios libros ya publicados y gozando ya de un cierto renombre, viaja por primera vez a América. Se decidió a ir porque ya su madre había muerto el año anterior. Primero estuvo en Méjico, después pasó por Nueva York, Utah y otras Universidades hasta que ya en 1973 obtiene plaza de profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad de Alburquerque, en el estado de Nuevo Méjico, y este es el último y más duradero trabajo del poeta, dividiendo a partir de entonces su vida entre Alburquerque y Madrid. El mismo nos habla de este ir y venir:
“Estados Unidos es el país de las mil caras, y no todas son hermosas. En cualquier caso, nunca me sentí fuera de España, a donde vuelvo con frecuencia y por largas temporadas, como hice siempre. En Nuevo Méjico vivo gustosamente bastante aislado y un tanto aburrido, pero eso tiene un lado positivo: me obliga a trabajar y allí hago lo poco que hago. En España, en cambio, me divierto mucho pero no sé hacer otra cosa. Necesito los dos espacios, ir y volver. Creo que ya no podría quedarme en uno de ellos para siempre”.
Pues en este ir y volver, la muerte le sobrevino aquí, en su ciudad de diversión y goce, en su Madrid de juergas nocturnas, de noches eternas de guitarra y alcohol, de Luis, Almudena y Susana cantando boleros con él a la guitarra, un triste doce de enero de un fatídico 2008.
4.- SU POESÍA
Es evidente que el conocimiento del marco familiar, social, profesional.. del poeta nos puede ayudar a comprender mejor su obra, aunque de lo que se trata con la poesía no es tanto de comprenderla como de disfrutarla. Y la poesía de Ángel González es susceptible de ser disfrutada por todos los públicos, al menos por todos los que sean proclives al arte poético, por los que tengan la sensibilidad suficiente para emocionarse con la palabra, que es la protagonista.
Hemos podido concluir, tras el conocimiento de sus datos personales, que no estamos ante un hombre ensoberbecido de sí mismo, engreído y poseído de una autoestima que lo haga considerarse superior a nadie. Todo lo contrario, es la suya una figura sencilla, accesible y cercana al menos con los amigos. No se las da por tanto de poeta eximio y de ello es buena muestra esta respuesta en una entrevista que le realizaron:
- Dime, Ángel, ¿cuándo supiste que eras poeta?
- Cuando me lo dijeron.
Está muy lejos por tanto, de esa visión del poeta como un semidiós que recibe de los cielos el fuego de la inspiración que nos está vedado al resto de los mortales. He aquí su visión del quehacer poético, no exenta de esa ironía tan propia:
Me gusta decir que escribo poesía a partir de algunas ocurrencias. La palabra “inspiración” tan grata para muchos, me resulta pretenciosa porque alude a ciertas indeseables interferencias de los dioses en los trabajos humanos: una especie de soplo divino fecunda la inspiración del poeta. Es una palabra, por otra parte que a mí, tan temeroso siempre de las Altas instancias, me asusta; pienso que, si hablamos de inspiración, puede haber dioses que crean que los estamos llamando soplones. La palabra “ocurrencia”, en cambio, además de ser inofensiva, es desacralizadora, desmitificadora, deja el quehacer poético dentro de los límites naturales del hombre
Pero uno no empieza a crear versos desde la nada, sino que es innegable que las lecturas realizadas están en la base de su tarea. Así lo reconoce nuestro poeta:
Uno no es poeta por dentro, sino que se hace poeta a través de la lectura y todo poema procede de otro poema.
Él empieza a leer poesía de manera más continuada durante la época de la tuberculosis, porque, según él, “la poesía es una lectura que no se gasta; en cambio, lees una novela y ya está consumida”. Empieza a leer a la generación del 27 y a Neruda.
Si embargo, hay a lo largo de su vida, tres poetas por los que él siente especial admiración.
El primero es Juan Ramón Jiménez. Reconoce que el comenzar a leerlo fue “un deslumbramiento”. Según él, el poeta de Moguer le abrió un mundo nuevo y para él, al principio llegó a ser el único y creó un nuevo lenguaje, una nueva escritura.
Pero más tarde rectificó esta opinión y pasó a considerar a Antonio Machado como el gran poeta de su tiempo, considerándolo como mucho más hondo, misterioso y profundo que Juan Ramón, pues esa “indiferencia absoluta por la vida” que él reconocía, no le convencía a un Ángel ya más maduro. Sin embargo, en Machado descubrió, bajo su lenguaje poco o nada novedoso, “un mundo complejo y hondo de ideas y de sentimientos que irradia un inagotable halo de sugerencias” . Es decir, había en él una cercanía al hombre, a la vida, que no aparecía en Juan Ramón. Para Ángel, “Machado fue un excelente antídoto contra las nuevas tendencias que insisten en alejar el arte de la vida”. Esta influencia machadiana en el poeta asturiano ha sido muy estudiada. En un artículo publicado en Litoral (2002), Xelo Candel Vila, afirma sobre este tema:
“Esta idea de conjugar la intimidad con la Historia, el conocimiento del yo con la reflexión colectiva, lo privado con lo público, es el principal nexo de unión entre la poética de Ángel González y la de Antonio Machado.”
Un último y gran deslumbramiento tuvo nuestro poeta y fue el peruano César Vallejo. Así lo confiesa el poeta asturiano:
“A César Vallejo lo descubrí tarde, cuando ya había escrito mi primer libro, pero me produjo una impresión enorme y eso sin duda tiene que notarse en mi poesía. Yo había descubierto un lenguaje nuevo con Juan Ramón Jiménez, pero en Vallejo volví a descubrir otra forma diferente de hacer poesía. Y no me fue posible escribir igual después de haber leído su obra”
Tras rastrear las fuentes literarias de su obra, se hace conveniente el enmarcar al poeta en un grupo determinado, algo que, en su inmensa mayoría, rechazan los autores pero que los estudiosos no se resignan a hacer. Pertenece el poeta asturiano a lo que se ha llamado “la generación de los 50” al igual que otros poetas como Gil de Biedma, Claudio Rodríguez, Carlos Barral, José Agustín Goytisolo; Caballero Bonald y Francisco Brines. Todos estos autores comparten los siguientes rasgos:
- Conciencia crítica: se realiza una crítica de la situación española de la posguerra. A pesar de ello, a nuestro poeta no le gusta la expresión “poesía social” sino más bien “poesía crítica”. Ángel González alude en varias ocasiones a la necesidad de usar todos los elementos retóricos para referirse a la realidad histórica del momento, pero su dolor no lo formula en forma de grito desgarrador o exclamaciones agónicas, sino que su verso fluye sereno, sin altibajos ni violencias sintácticas, buscando siempre la complicidad del lector pero sin necesidad de llegar al desgarro o al escándalo, sino envolviendo su lamento en lo que Juan Marsé llama “humor socarrón y doliente”
- Resignación: conformidad con unas formas de ser reveladas a través del pensamiento escrito.
- Temporalismo: el tiempo no será más que el aniquilamiento y, a través de él, sólo es posible el conocimiento. El tiempo invita a la reflexión y a los propósitos. Los poemas se desarrollan sobre la realidad de los propios aconteceres de los poetas.
- Poesía como medio de conocimiento: Son muy relevantes las palabras de Gil de Biedma: “En principio, la poesía me parece una tentativa, entre otras muchas, por hacer nuestra vida un poco más inteligible, un poco más humana”.
- Tono poético narrativo: cada verso guarda una estrecha relación interactiva con el anterior y el siguiente.
- Ironía: en el uso de este recurso destacan Gil de Biedma y Angel González. Es este un recurso que hace más atractiva su poesía. El propio Ángel reconoce que fue una estrategia necesaria en los tiempos de la censura para que el lector “oyese” lo que estaba prohibido decir. Para él, en una entrevista que le realiza su amigo Luis García Montero para la Revista Litoral, la ironía es también “Una manifestación de pudor, que me permite tratar determinados asuntos dolorosos sin dramatizarlos, distanciarme de ellos. En muchos de mis poemas, la ironía es a la vez forma y fondo, expresión y contenido”. Además el propio autor es consciente de que “la ironía estimula la imaginación del lector, le obliga a mantenerse alerta, pues es él quien tiene que descubrir la información no enunciada que los textos irónicos proponen. Y ese descubrimiento produce sorpresa, desfamiliariza lo cotidiano, que es una de las grandes virtudes de la poesía. La sorpresa súbita ante las cosas que habitualmente vemos con indiferencia es la chispa que pone en marcha la escritura y, en justa correspondencia, el descubrimiento en el texto de lo inesperado impide que la lectura derive en aburrimiento”. He aquí un ejemplo en un poema en el que critica a los poetas de los 70, que no se preocupan de los problemas de su tiempo, sino que solo buscan la perfección formal, los llamados “novísimos”:
ORDEN. (POÉTICAa la que otros se aplican)
Los poetas prudentes,
como las vírgenes –cuando las había-,
no deben separar los ojos
del firmamento.
¡Oh, tú, extranjero osado
que miras a los hombres:
contempla las estrellas!
(El Tiempo, no la Historia.)
Evita
la claridad obscena.
(Cave canem.)
Y edifica el misterio.
Sé puro:
No nombres; no ilumines.
Que tu palabra oscura se derrame en la noche
sombría y sin sentido
lo mismo que el momento de tu vida.
Es verdad que no tiene una obra muy abundante. En casi cincuenta años, 1956 (Áspero mundo) hasta 2001(Otoños y otras luces), sólo da a luz nueve libros y algunos con pocos poemas. Toda la obra, reunida con el sugestivo título de Palabra sobre palabra, está presidida por la búsqueda de la palabra poética exacta, justa, precisa a la vez que imaginativa. A pesar de esta unidad, los críticos coinciden en señalar tres etapas:
La primera etapa estaría presidida por el deseo de reflejar la realidad histórica circundante y de transformar el mundo a través de la palabra y toda esta intención se reviste de un sentimiento de decepción ante la situación de España y ante la suya propia. Ya en el primer poema de su libro Áspero mundo, se define como un escombro tenaz, que se resiste/ a su ruina. Y en el mismo poema, varios versos más abajo, nos habla también de él como el éxito /de todos los fracasos. Pero seguramente esa sensación de fracaso y, sobre todo, de soledad y de hastío, en medio de la ciudad, está más patente en el siguiente poema:
Aquí, Madrid, mil novecientos
cincuenta y cuatro: un hombre solo.
Un hombre lleno de febrero,
ávido de domingos luminosos,
caminando hacia marzo paso a paso,
hacia el marzo del viento y de los rojos
horizontes -y la reciente primavera
ya en la frontera del abril lluvioso...-
Aquí, Madrid, entre tranvías
y reflejos, un hombre: un hombre solo.
- Más tarde vendrá mayo y luego junio,
y después julio y, al final, agosto -.
Un hombre con un año para nada
delante de su hastío para todo.
A partir de 1971, con el libro Breves acotaciones para una biografía, el propio autor reconoce que se inicia una segunda etapa, que hay un cambio de orientación, intensificándose la tendencia al juego y a derivar la ironía hacia un humor que no rehúye el chiste, la frivolización de algunos motivos y el gusto por lo paródico. Juega con la palabra con una gran maestría. A veces importa versos de otro, como Bécquer:
Poesía eres tú,
dijo un poeta
-y esa vez era cierto-
Mirando al Diccionario de la Lengua
En otras ocasiones, tomando como base la letra de una canción, juega con ella con ironía consiguiendo efectos humorísticos que denotan un tremendo ingenio:
Ese lugar que tienes,
cielito lindo,
entre las piernas,
ese lugar tan íntimo
y querido,
es un lugar común.
Por lo citado y por lo concurrido.
Al fin, nada me importa:
me gusta en cualquier caso.
Pero hay algo que intriga.
¿Cómo
solar tan diminuto
puede ser compartido
por una población tan numerosa?
¿Qué estatutos regulan el prodigio?
En algunos poemas, toma como base algo tan propio de nuestra lengua como los refranes o incluso frases de evocación religiosa y les da un toque de agudeza que refleja, especialmente cuando se trata del plano de la fe, esa increencia que caracteriza a este hombre:
Deja para mañana
lo que podrías haber hecho hoy.
Por sus ujieres los conoceréis
Malaventurados los que aman
porque de ellos será el reino de los celos
Muy curioso es este poema en el que refleja una escena evangélica tan conocida como aquella de Pilatos, en la que este se desentiende del problema que se le plantea al traerle a Jesús ante él. En el poema Final Conocido, nuestro poeta en una mezcla de humor, ironía e imaginación, reconvierte y actualiza la escena de la siguiente manera:
Después de haber comido entrambos doce nécoras,
alguien dijo a Pilatos:
-¿Y qué hacemos ahora?
Él vaciló un instante y respondía
(educado, distante, indiferente):
-Chico, tú haz lo que quieras.
Yo me lavo las manos.La tercera etapa estaría ejemplificada por sus dos últimos libros: Deixis en fantasma (1992) y Otoños y otras luces (2001).En ella la expresión se vuelve más sobria y, aunque no abandona del todo, ese juego con la palabra, hay un tratamiento más profundo sobre el paso del tiempo, la vida o el amor, impregnado muchas veces por un tono elegíaco. Un gran estudioso de la obra de AG, Andrew P. Debicki opina así de su último libro:
“Se destaca un tono contemplativo, frecuentemente elegíaco, que ya podía haberse notado en le obra anterior del poeta, pero que ahora pasa a primer plano, y que para mí sitúa este volumen al nivel de la mejor poesía meditativa de nuestra época. Su efecto se logra, a menudo, por la eficacia con la que imparte valores simbólicos a paisajes, a detalles del tiempo (temperatura, viento…), y a elementos comunes de la realidad, otorgando amplitud y trascendencia a asuntos aparentemente ordinarios.”
Ejemplo de ello es la Canción de amiga, poema incluido en su último libro en el que podemos apreciar, en primer lugar, algo muy frecuente en el poeta como es el recurrir a la meteorología o el calendario, pero que no se queda ahí, sino que hay una maravillosa transición de la temperatura exterior a la interior, del frío de fuera marcado en el termómetro al frío íntimo provocado por el desamor:
Nadie recuerda un invierno tan frío como éste. Las calles de la ciudad son láminas de hielo.
Las ramas de los árboles están envueltas en fundas de hielo.
Las estrellas tan altas son destellos de hielo.
Helado está también mi corazón,
pero no fue el invierno.
Mi amiga,
mi dulce amiga,
aquella que me amaba,
me dice que ha dejado de quererme.
No recuerdo un invierno tan frío como éste.
Casi 500 poemas, concretamente 496, conforman su obra completa que él titula “Palabra sobre palabra”. Son casi quinientos motivos para el disfrute y el goce, son casi quinientas perlas cultivadas que ponen en juego el valor de la palabra, su capacidad para sugerir y para crear belleza, son casi quinientas invitaciones al lector para hacerse cómplice con el poeta, porque la poesía de Ángel González necesita más que lectores, cómplices que la hagan suya, cómplices que se contagien de esos sentimientos en torno a la vida o al amor, cómplices que compartan con él ese desaliento pero al mismo tiempo esas ganas de vivir que se traslucen en cada verso.
Es verdad que, como decía al principio, no soy objetivo cuando hablo del poeta asturiano, pero creo que nadie, a poco sensible que sea, puede quedar indiferente cuando lee:
Me he quedado sin pulso y sin aliento
separado de ti.
o
Cuando tengas dinero, regálame un anillo;
cuando no tengas nada, dame una esquina de tu boca.
o
El mar mordía los acantilados
con sus dientes de espuma verde y blanca
o
Cuando me duermo, un sol recién nacido
me mancha de amarillo los párpados por dentro.
Estas son sólo unas pequeñas perlas que se integran en un tesoro de valor incalculable, un tesoro en que hay miércoles que por la tarde se vuelven casi lunes, u hombres que se mueren diez centímetros tan sólo, o fábulas para ser leídas por animales, o nombres de mujer que modifican el cuerpo o un río que se mueve más o menos rápido siguiendo el ritmo de una mujer o aquella máquina que muere con olor a chatarra o cucarachas que protestan porque el poeta lee por las noches… Y todo ello, edificando con maestría palabra sobre palabra, buscando siempre, la palabra poética exacta, justa, precisa a la vez que imaginativa.
Por esa perfección y exactitud, no es exagerado afirmar que el 12 de enero de 2008 se nos ha ido uno de los grandes poetas de la literatura española y cuya lectura es un revulsivo y un estímulo en aquel que la realiza. Nadie queda indiferente después de leerlo, ninguna sensibilidad queda inalterada. Un escalofrío nos recorre de arriba abajo, algo turba nuestra tranquilidad, y así lo expresa, aunque de una forma más plástica y directa que yo me atrevería a hacerlo, el cantante y compositor Tito Muñoz:
Se me caen los cojones al suelo
cuando leo
versos de Ángel González,
que ya es viejo
y a quien yo no conozco de nada
desde hace mucho tiempo.
Se me quitan las ganas de escribir
al amar
hasta las cucarachas que describe.
Me cohíbe su ayer
que fue miércoles toda la mañana
y por la tarde
se puso casi lunes.
(…)
Así que espero que aparezcan tus muelas
y los dientes
que te arrancó el dentista
cuando niño.
Que vuelvan a la encía que merecen
para que nadie te escuche balbucir
-mientras yo viva-
textos tan bellos.
Bibliografía consultada:
-García Jambrina, Luis (2000). La promoción poética de los 50. Madrid. Espasa Calpe
-Guillén Acosta, Carmelo (2000). Poesía 1935-2000. Barcelona. Casals
-Payeras Grau, María (2006).Palabra sobre palabra. Pensamiento y evolución poética en Ángel González. Santa Cruz de Tenerife. La Página Ediciones.
-Provencio, Pedro (1988).Poéticas españolas contemporáneas. La generación del 50.Madrid. Hiperión.
- VV.AA. (2006) .Ángel González, un clásico de nuestro tiempo. Almería. Universidad de Almería
-VV.AA (1990).Una poética de la experiencia y la cotidianidad. Revista Anthropos, nº 109,
-VV.AA. (2002) . Ángel González. Tiempo inseguro. Revista Litoral. Nº 233
EN EL RECUERDO
Reacciones tras su muerte
Ángel era un verdadero epicúreo, que conocía muy bien aquello que dijo el maestro de la aritmética, de los placeres, su uso moderado y fértil…Ángel fue un gran conversador y una persona realmente entrañable.
Luis Antonio de Villena (EL MUNDO, 13/1/08)
¿Qué ha muerto Ángel?¿Cómo va a ser eso? Si hasta ayer mismo era el anciano más joven del mundo, el chavalito enamorado a los ochenta y tantos, el que nunca miraba el reloj cuando llega esa hora imprudente en que todos miramos por prudencia el reloj, el último de la fiesta, el primero que se levantaba con el propósito de proseguir lo interrumpido, ¿Cómo va a ser eso?
No sé si puedo seguir. El hombre bueno, de corazón tan limpio, el gran peta de la voz irónica y delicada, el amigo irreemplazable… ¿Cómo vamos a lidiar esta nostalgia, con qué vamos a engañar esta pena?. No sé, Ángel, llama por favor para decir que no te has muerto, que no vas a morirte nunca. Que esto no puede ser. Que quedan cosas pendientes, aunque sean pendientes de un hilo.
Felipe Benítez Reyes (EL MUNDO, 13/1/08)
Ángel González perteneció a esa generación del exceso, un poeta que fumó, bebió, vivió y amó mucho, que fue gran amigo de sus muchos amigos, y que al final, aunque ya no esté, no puede morir, pues como dice en uno de sus poemas titulado irónicamente Inmortalidad de la nada: “Todo lo consumado en el amor / no será nunca gesta de gusanos”.
J.M. Plaza (EL MUNDO, 13/1/08)
Con Ángel González era imposible celebrar otra cosa que ni fuera la alegría de vivir. Y su manera de vivir fue siempre contagiosa.
La vida de Ángel es una sucesión de poemas, viajes, copas, noches y amigos, que se mezclan ahora que se ha ido como el mejor recuerdo posible. El magnetismo de su bonhomía era el eslabón que nos unió, que hizo que en cada encuentro se dejara un sitio a la felicidad.
Una vida ejemplar, a pesar de la mala reputación de la palabra, porque a su lado se encontraba siempre un sitio cómodo y un lugar civilmente amable.
Miguel Munárriz (EL MUNDO, 13/1/08)
Hace muchos años que muchas cosas que no sabíamos cómo decir ya las había dicho Ángel González. Y, por suerte, también las había escrito. Y crecimos con su poesía construida con aspereza y otras luces. Era luminoso, tenía el éxito de todos los fracasos, resistía, luchaba contra el viento y contra sí mismo. Ganó la batalla de ser el más esencial, llamándose nada más, nada menos, que Ángel González.
Javier Rioyo (EL MUNDO, 13/1/08)
Para que uno de mis poetas favoritos se llamase Ángel González “fue necesario un ancho espacio / y un largo tiempo”. Para que yo lo conociera, bastó con que una amiga me regalase, en 1968, su Tratado de Urbanismo. A partir de entonces me enamoré, fugazmente y para siempre (como se enamoran todos los seres humanos) de la poesía de Ángel, que me ha acompañado en los últimos cuarenta años con una fidelidad y una constancia dignas de ser escritas con mayúsculas en un libro de emblemas barroco.
Luis Alberto de Cuenca (ABC, 13/1/08)
Nunca he conocido a un poeta que se pareciera tanto a sus poemas como Ángel González. Hay poetas que son más locuaces o más melancólicos o más ingeniosos en la vida que en la poesía, o al contrario, que reservan para la poesía algunos atributos fundamentales del metal de su conciencia. Pero Ángel González, no. Había en él la misma proporción de dignidad y sencillez, de humor y de pudor, de inteligencia y despojamiento que en sus poemas, un equilibrio difícil, como todos los equilibrios, que él llevaba con naturalidad y con una especie de vitalismo escéptico.
Luis Muñoz (ABC, 13/1/08)
Puedo leer las cartas más hermosas en esta mañana, cuando el poeta de cabecera se nos ha ido para siempre, el escombro tenaz que se resistió a la ruina, que luchó contra el viento, que avanzó por caminos que no llegan a ningún sitio: “el éxito de todos los fracasos, la enloquecida fuerza del desaliento”. Se me han caído los palos del sombrajo con este hachazo inesperado en el tronco de mi propio árbol, y el ramaje está inmóvil pese al vendaval.
Faustino F. Álvarez (LA RAZON, 13/1/08)
Me enseñó a incorporar la ironía a mi poesía. Me hizo darme justa cuenta de lo necesario que era restarle solemnidad a nuestro trabajo. Nunca lo he olvidado. Como tampoco soy capaz de dejar de pensar que voy quedándome más solo, que uno por uno van desapareciendo a mi alrededor, sin que pueda evitarlo, aquellos amigos a los que más quiero. Me hacen sentirme ya como un superviviente y lo más curioso es que ni siquiera me alarmo.
José Manuel Caballero Bonald (EL PAIS, 13/1/08)
Ángel era un pesimista con ganas de seguirlo siendo mucho tiempo. Ahora que, por primera y última vez, nuestro amigo se ha ido para siempre, los que caeremos en una desesperanza sin regreso somos todos los demás: ¿qué vamos a hacer ahora sin la persona más limpia que hemos conocido?
Benjamín Prado (EL PAIS, 13/1/08)
Ha sido un poeta al que yo leía con mucha frecuencia porque en muchos casos sentía que me quitaba las telarañas de los ojos. Era la suya una poesía que no parecía innovar y, sin embargo, lo estaba innovando todo. Ahora que no está debo decir que para mí siempre fue buena y refrescante la lectura de Ángel González. Lo guardo y lo guardaré entre mis poetas preferidos de cualquier tiempo.
José Saramago (EL PAIS, 13/1/08)