VIVIR EN UN PUEBLO: LOS APODOS
(Publicado en la Revista TONOS DIGITAL de la Univ. de Murcia. Julio 2009)
Es un hecho cierto que nuestras sociedades se están volviendo cada vez más frías, que la convivencia cada vez tiene menos de humana y entrañable, que nos estamos convirtiendo casi en autómatas que circulamos por las calles sin mirar siquiera a aquellos con quienes nos cruzamos.
Pero, por suerte, esta situación, muy común en nuestras ciudades tan pobladas, aún no se vive en los pueblos. Vivir en un pueblo es relacionarse, contactar, comunicar, tratarnos diariamente unos a otros y, por qué no, conocernos por los apodos.
Porque el apodo nace en el fondo de una necesidad de comunicarnos, de contactar con el otro, de referirnos al otro y por ello nos acerca y estrecha más los lazos que en un pueblo pequeño, como una tela de araña, nos unen a unos con otros.
Evidentemente, este fenómeno de los apodos no es exclusivo de un pueblo en concreto, sino que forman parte del patrimonio etnográfico de todos, y sería muy revelador y entrañable llevar a cabo una recopilación y clasificaciòn amplia de ellos en el ámbito de una comarca o, incluso, de la región. Ello contribuiría y mucho a definir una idiosincrasia, una forma de ser.
En primer lugar, habría que diferenciar el apodo del apellido y del mote. La diferencia con el apellido esta clara, pues éste nos viene dado generación tras generación y tiene un carácter oficial y administrativo y una validez universal e intemporal.
El apodo y el mote, sin embargo, sólo tienen vigencia en nuestro pueblo y no tienen, por supuesto, ninguna validez a efectos administrativos o burocráticos. Aunque su diferencia con los apellidos es, pues, bien clara, no lo es tanto la distinción entre ambos conceptos.
Según mi opinión, el apodo nace con una intención puramente diferenciadora, se transmite durante varias generaciones, convirtièndose en referencia de clan.
El mote, sin embargo, nace con una finalidad peyorativa, originado por alguna condición negativa, defecto físico,….y en su origen está referido a una persona en concreto. Lo que ocurre es que, con el tiempo, se puede convertir en apodo, abarcando a un linaje más o menos extenso.
Lo cierto y verdad es que, tanto unos como otros, son de una variedad y riqueza tremendas y reflejan ingenio y, en ocasiones, lo que se puede llamar coloquialmente mala idea, especialmente los motes.
Por ser el ámbito en el que desenvuelvo mi vida, voy a centrar este tema en un pueblo concreto, el mío, Abarán, el de las norias y de la balconada de la Ermita, el del Parque junto al Segura y del Teatro Cervantes con paredes salpicadas de notas de zarzuela, el del beso al Niño cada seis de enero y el desfile de Gigantes y Cabezudos en las postrimerías de cada septiembre.
Aquí, como en todos los pueblos, el valor del apellido no es apenas diferenciador, pues los Gómez, Ruices, Carrascos, Torneros, Cobarros…. inundan el Registro Civil. Y Joaquín Gómez Gómez, por poner un ejemplo, puede haber decenas. Igual ocurre en Blanca con los apellidos Cano, Molina, Núñez… o en Ricote con los Torrano, Miñano, Candel….
De este problema nace la necesidad de añadir algo que distinga a un Gómez de otro, por ejemplo. Ya en el siglo XVI encontramos algún apelativo diferenciador, que hace referencia al lugar donde se vive, y así se habla de Ginés Gómez de la Plaza y Ginés Gómez de la Calle. Evidentemente, estamos ante un pueblo muy pequeño configurado solo por lo que hoy es su casco antiguo.
Transportándonos a la actualidad, basándonos en una recopilación alfabética que hizo mi amigo Indalecio Maquilón de Jerines, realizando una cata o selección entre los centenares de apodos/motes recogidos, podríamos intentar agruparlos en campos semánticos para establecer un cierto orden en una selva tan abundante. Aunque quedaría pendiente un trabajo aún más curioso e interesante que consistiría en la investigación del porqué de cada apodo, algo que en la mayoría de los casos se nos pierde en la noche de los tiempos, pues nacen muchos de ellos de una ocurrencia puntual o de una circunstancia muy concreta que es imposible seguir en el tiempo, pues no queda constancia alguna ni oral ni mucho menos, escrita.
Nos conformaremos, pues, con dar un entrañable paseo por este bosque de apelativos, intentando llevar a cabo una cierta clasificación desde el punto de vista semántico o, en ocasiones, fonético.
a) Nombres de animales: águilas, conejos, pollos, pollitos, lagartos, grillos, ratónes…
b) Nombres de oficios (algunos desparecidos) : alañaores, talabarteros, garbanceros, quincalleros, santeros, morcilleros…..
c) Defectos físicos/morales o virtudes: tuertos, cojos, mancos, tartajas, chepaos, tristes, chivatos…; guapos, rápidos….
d) Frutas o legumbres: abercoques, calabazas, alubias,…
e) Nombres que, por poco frecuentes, se convierten en apodos: anacletos, doroteos, baldomeros, toribios, cornelios, damianes, casimiros, ramones…..
f) Sustantivos diversos de alimentos, objetos, partes del cuerpo…: gaseosas, jarras, minas, colillas, chalecos, porrones, puñitos, pestañas, tocinos, …..
g) Gentilicios: gallegos, mulatos, catalanas…..
h) Nombres compuestos, formados por dos lexemas, la mayoría consiguiendo una combinación original que no forma parte del léxico castellano, y que obeceden a diversas estructuras:
a) verbo-sustantivo: pelagatos, matacristos, pinchapuertas, tragapuros, faratacarros, buscavidas, cagatintas, mascaquesos …
b) sustantivo-adjetivo: patascortas,perrosgordos,
c) sustantivo-sustantivo: peñalejas
i) Palabras nuevas conseguidas muchas veces por una combinación de sonidos llamativos, muy frecuente el de la letra “ch”, a veces reduplicado: pachos, peruchetes, chiqueles, chairos, chiquetos, chuanes, chispes, chismos, chuchetes, chuchos, cachuchas, cachuchines, chichas. …A veces esa reduplicación es de otros sonidos: tatines, capitotos, patetas, tutos, cucas, pololo…
j) Nombres de toreros famosos: arruzas, gaonas, curritos, manoletes…
Esto es solo una pequeña muestra de todo un caudal de apelativos de lo más variado y que son pinceladas en el cuadro en el que se dibuja la vida de un pueblo, de cualquier pueblo. Generalmente, para nadie es un problema el llevar el apodo (yo estoy muy orgulloso de ser Jarras y Peñaleja) aunque hay gente que no acepta de buen grado el apodo que arrastra y para algunos es un insulto el que se le llame con él; ello ha dado lugar a más de una discusión o incluso a la ruptura de relaciones en más de una ocasión. Aunque hay que comprender que no todo un pueblo puede estar avisado de la aceptación o no de cada uno del apodo que le ha caido en suerte o en desgracia, porque la verdad es que, aunque no se busque el insulto o la descalificación personal, hay apelativos que son como una losa que pende sobre toda una familia generación tras generación y que cuesta mucho librarse de ellos. Para ello hay una frase que se usa y que pone punto y final a cualquier situación de este tipo, instando al ofendido a que se aguante y cargue con el apodo que le toque:
- Quien te puso “bodega”, que te hubiera puesto “cámara última”
Como hemos apuntado antes, sería muy clarificador y sugerente el conocer el origen de cada apelativo. Por suerte, conocemos el de algunos que nacieron en una fábrica de maderas, comúnmente conocida como La Leva, que en los años 50-60 dio trabajo a cientos de jóvenes y adolescentes. En ella, cuando entraba algún trabajador nuevo, se le hacía pasar por el rito del bautizo y se le imponía lo que era un mote, aunque con el tiempo muchos se han convertido en apodos, pasando ya a las generaciones siguientes. Algunos de ellos denotan un gran ingenio por parte del “celebrante”:
- “donelías”: se le puso este sobrenombre a un joven que tenía una pequeña calva en la cabeza, como los curas de entonces, y como había un cura en el pueblo llamado Don Elías, se le bautizó así.
- “picolino”: Picoli era el nombre de un personaje de tebeo muy poco agraciado. Al decirle al joven que se le iba a bautizar con este nombre, este no quería y gritaba: “Picoli no, Picoli no”. Y el “celebrante” le dijo que ya se había bautizado él solo.
- “pulpo”: se le puso este apelativo a un joven que tenía las piernas muy largas y parecía que se enredaba en ellas.
- “bajoca”: a este joven se le puso primero un nombre que no le gustaba y como era de la familia de los Alubias, se le bautizó con ese nombre que ya lo aceptó.
- “novillo”, joven que era de la familia de los Chirros y por ser muy pequeño se le bautizó así.
- “el Papa”: en una ocasión, con motivo de una festividad religiosa, el párroco organizó un desfile y un joven iba en un sillón con sotana blanca y sobre una carroza representando al Pontífice y, desde entonces, se le conoce con ese sobrenombre.
Como vemos, el nacimiento de un apodo o mote es fruto del ingenio en la mayoría de ocasiones y es por ello por lo que son una buena muestra de la idiosincrasia de pueblo, de cualquier pueblo.
Mirando al futuro, es una realidad que ese tipo de vida y sociedad en la que nacieron estos apelativos ya es muy diferente a la actual y que la forma de relacionarse de nuestros jóvenes, de las generaciones que nos suceden, va por otros derroteros. A pesar de ello, aunque algunos de estos apelativos ya no son usados por ellos, también es cierto que van surgiendo otros que, como motes en principio, van sirviendo para que se bauticen unos a otros, aunque seguramente estos apelativos tendrán una vida mucho más corta que esos apodos que se han ido transmitiendo generación tras generación, configurando una parte de la identidad de una comunidad y contribuyendo a ese encanto tan particular, tan sugerente, y para algunos tan desconocido, como tiene vivir en un pueblo.
JOSE S. CARRASCO MOLINA
Cronista Oficial de Abarán
sábado, 12 de septiembre de 2009
EL VALOR DE LO ENTRAÑABLE
EL VALOR DE LO ENTRAÑABLE
Publicado en el Programa de Festejos de Abarán 2009
A pesar de que he escrito ya mucho en mi vida, no soy, ni creo que lo seré nunca, un escritor de fama y de prestigio, por lo que no creo que ningún crítico o estudioso se dedique en el futuro a examinar mi obra. Pero, si algún día alguien lo hace, observará que, entre el vocabulario más utilizado por el que suscribe, hay un adjetivo que casi nunca falta, que está presente en casi todos mis escritos, y es el adjetivo “entrañable”. Según el Diccionario de la Real Academia, entrañable significa “íntimo, muy afectuoso”. Definición corta, sí, pero muy acertada.
Lo entrañable es lo cercano, lo que nos llega dentro, lo que hace que nuestra emoción se ponga en juego, lo que provoca que nuestros sentimientos se despierten. Lo entrañable no es lo grandioso, lo espectacular, sino lo menudo, lo intrascendente. Hay momentos entrañables y personas entrañables. Son momentos y personas que no aparecerán nunca en ningún libro ni merecerán, seguramente, ningún monumento o calle, pero que llegan muy dentro y configuran la vida de un pueblo, la vida que se esconde tras las grandes noticias o las obras monumentales o las personas más relevantes.
Lo entrañable no tiene valor histórico, es verdad, y no es fácil tampoco exprimirlo literariamente, aunque, cuando esto se consigue, surgen piezas realmente deliciosas. Ahí está, como ejemplo, Azorín, el escritor de Monóvar, que supo convertir en maravillosa literatura lo anecdótico, lo intrascendente, lo cercano. Y, ahí están, para el que quiera disfrutar de su inigualable sabor, sus “Confesiones de un pequeño filósofo”, verdadera joya literaria confeccionada con pequeños rubíes engarzados con primor y esmero.
Aunque en la vida de una ciudad alguien pueda fotografiar seres o momentos entrañables, es en los pueblos, por la cercanía de sus gentes, por su vida más sosegada, por la mayor comunicación entre unos y otros, donde lo entrañable forma parte de la vida cotidiana. Tan sólo hace falta sensibilidad para poder captarlo y reflejarlo. Y, cuando se consigue, uno se enriquece y enriquece a aquellos con quienes lo comparte.
En nuestro pueblo, en cada pueblo, cada uno podría hacer, echando mano de su memoria y de su sensibilidad, una recopilación de los momentos entrañables vividos o de las personas entrañables tratadas. Y eso configuraría una enciclopedia de incalculable valor y sería también historia, seguramente poco científica, pero muy palpitante.
Es verdad que el ritmo de la vida, cada vez más impersonal y acelerado y dominado por las nuevas tecnologías, hace que vaya ganando terreno lo práctico y lo provechoso en detrimento de lo cercano y lo entrañable.
Pongo en marcha el motor de la memoria y empiezan a desfilar personas realmente entrañables, gentes de esas que no solo llenaban su casa, sino que eran las protagonistas de la vida de su calle dejando un hueco a su muerte muy difícil de llenar. En la mía, seguramente el Niño de la Rosa era uno de los personajes más emblemáticos y era entrañable la conversación con él en las tertulias de la esquina de la Alicia y era entrañable verlo venir al atardecer cargado con los productos de su huerta a la espalda que doblaban su espigada figura, y oir la expresión de su esposa al vislumbrarlo:
- Por ahí viene el Señor de la Caída
Volviendo a un tiempo más cercano, en el último año han desaparecido dos mujeres teñidas del color y el sabor de lo entrañable, que merecen una mención, dos mujeres que han dejado un tremendo hueco en sus calles, una en la Calle Larga y otra en la Plaza Vieja: Trini de la Patrocinia, mujer de carácter tranquilo y andar pausado, eje de su vecindario, y Maria de la Mulata, mujer enérgica, de fe profunda y convencida de la necesidad de hacer realidad los valores cristianos en la vida y las costumbres. Dos caracteres muy diferentes, pero dos personalidades para el recuerdo.
Y es que se nos van yendo hombres y mujeres que daban encanto a la vida del pueblo. Y también momentos tejidos con el hilo de lo cercano, por ejemplo, el momento de la mujer cantando mientras realizaba las tareas de limpieza de la casa. El pasar por una calle e ir oyendo las diferentes melodías que salían por las ventanas de cada casa era algo de verdad entrañable. Hoy ya esa escena es bastante difícil de contemplar. Yo tengo muy presente en la memoria aquellas canciones que oía en mi infancia o adolescencia. A un lado, mi tía Rosa, mujer que atesora innumerables dichos y canciones en su memoria. Recuerdo su voz en una canción que a nadie se la he vuelto a oir y que recrea el momento de la Anunciación:
¿Quién es ese ángel Gabriel
que de señora me trata,
no mereciéndome yo
tantísimas alabanzas?
En mi casa, mi madre lanzaba al aire una canción de tono melodramático que te podía hacer llorar acordándote de esa niña que estaba muriendo y se resistía a dejar esta vida:
Madre, cierra la puerta,
que ladra un perro,que ladra un perro.
Esas son las señales
que yo me muero, que yo me muero.
Al otro lado, mi tía Trini que se iba por lo histórico y revivía la trágica leyenda de los amores del rey Don Pedro I con Inés de Castro:
La condenaron a muerte,
la condena se cumplió,
y al rey Don Pedro dejaron
viviendo sin corazón.
Pero si entrañables eran aquellas canciones, más lo son las conversaciones que entablamos entre nosotros o incluso los saludos o expresiones que nos dirigimos, salpicados muchas veces de rasgos de ingenio. Además, como una de nuestras cualidades no es precisamente el hablar bajo, cualquiera puede fácilmente oír lo que hablamos, sin necesidad de pegar su oído. Y uno, simplemente pasando por la calle, o incluso estando en su cama, puede oír todo lo que se habla en el exterior. Y no se le puede tachar de sopero, en la peor acepción del término. Todo lo que sigue es fruto de esa escucha involuntaria y de una labor de recopilación de lo más curioso y entrañable.
Cuando ya el pueblo empieza su laborar diario (sobre las ocho de la mañana) y las calles empiezan a ser recorridas por nuestras gentes, ya comienzan a lanzarse las primeras preguntas. No cabe duda de que la más frecuente es la de “¿dónde vas?”, pero tambièn otras como “¿de dónde vienes?”, “qué vas a hacer de comer?” “¿cómo está tu marido?” “¿quién se ha muerto?”..… La respuesta del “mandao” nos vale, pero no para todas. Incluso, a veces, cuando la pregunta del “¿dónde vas?” nos pilla de mal genio, recurrimos a respuestas que, por su tono, ya nos delatan, dándose cuenta el interlocutor de que no debía haber preguntado. En una siesta calurosa del mes de agosto, por la calle San Damiàn subía una mujer cargada con dos bolsas llenas de ropa desde la parte baja del pueblo hasta la Era seguramente. En esa situación, sudando a más no poder, se cruza con otra que le hace la susodicha pregunta que le sienta como un tiro y se nota. Y he aquí la breve pero expresiva conversación:
-¿Dónde vas?
-¡A Torrevieja!
- No, si es que como te veo tan cargá…
A veces, aunque no estés de buen talante, aplicas, para responder, el ingenio o incluso el humor negro, como en este caso:
-¿Dónde vas?
- A buscar una soga pa ahorcarme
En otras ocasiones, la respuesta se hace tambièn de mala gana, pero con un tono festivo. También en pleno mes de agosto, con un calor ya respetable, a pesar de que eran las ocho de la mañana, se produce esta conversación:
- ¿Dónde vas tan temprano?
- A la feria
- ¿A qué feria?
- ¡A la de Ricote!
Mi primo Emiliano, que tiene chispa e ingenio para dar y tomar, ante la pregunta dichosa, responde siempre de manera taxativa:
-A Calasparra por arroz.
Junto a las preguntas, también, sobre todo desde que llegó el dichoso euro, son muy frecuentes las quejas por la subida de los precios (aunque ahora digan que baja el IPC). Y se oyen expresiones como estas:
–Ahora ya no puedes decir ”llevo 5000 pesetas y ya está”. ¡Esto es una vergüenza!
- ¡To el día con el monedero en la mano, to el día!
Pero, ante estas subidas, concretamente ante la de la leche, esta mujer de la anécdota encontró solución, y en el supermercado, un dia del pasado mayo, habla así con el cajero:
-Jesús, ¿es que ha subido otra vez la leche de cabra?
-Sí, ha subido diez céntimos
- Pues me va a traer cuenta comprarme una cabra y atarla a la ventana.
Es evidente que muchas de las cosas que nos decimos se basan en la confianza y amistad porque, fuera de este contexto, algunas causarían extrañeza. En la puerta de su negocio, una mujer está descargando algo de un coche. El del coche de atrás empieza a quejarse porque está tardando, y la mujer no le pide excusas, sino todo lo contrario, pues exclama expeditiva:
- Si resuellas, te ahogo.
Esa confianza hace que, en ocasiones, no tengamos apuro en señalar los defectos del otro, pues consideramos que hay una complicidad que nos lo permite. Es por eso por lo que el otro no se enfada y nos sigue la corriente e incluso agrava nuestra percepción negativa:
-¡Chacho, qué gordo te has puesto!
-Gordo, feo y con “trambosis”
Cuando se produce un encuentro después de mucho tiempo, lo más inmediato, cuando ya se tiene cierta edad, es dar el parte médico, porque siempre hay enfermedad u operación por el medio. Pero, aunque lo normal es que la conversación sea poco optimista, en ocasiones, sale a relucir el ingenio y el buen humor, como en este encuentro el pasado Sábado de Gloria en la puerta de un supermercado:
- Chacha, ¡cuánto tiempo hace que no te he visto!
- Es que me he operao de cataratas y ya ojalá que no me hubiera operao
- ¿Por qué? ¿es que no te has quedao bien?
- Porque antes no me veía las arrugas y ahora me las veo
Todas estas ocurrencias son parte de la vida de un pueblo, que tiene sus inconvenientes, pero tambièn sus ventajas. Y una de ellas es la disponibilidad de unos para con otros, claro, con excepciones. Pues uno de los ejemplos de mujer disponible y servicial y entrañable es María Luisa de Milanés (o “Tomatera” como la llama Arsenio por las mañanas con su peculiar voz). Ella es una de esas mujeres de pueblo que no se adaptarían a vivir en otra parte. Mujer de levantarse temprano, de barrer y rociar su puerta, de ir a misa primera, de tertulia nocturna en el verano. Lejos de ella el egoismo o la indiferencia ante cualquiera que la pueda necesitar. He aquí tres ofrecimientos suyos a tres mujeres distintas, hechos no sólo con la boca, sino tambièn desde el corazón:
– Si me necesitas algún día pa tu madre, me llamas
-Cuando te haga falta algo, aquí me tienes. Menos dinero, de to lo que quieras, tengo.
-Si necesitas algo de mí, aún sirvo aunque sea pa limpiar puertas.
Es verdad que con este artículo no he aportado nada a la historia de Abarán, que no he descubierto nada importante para su futuro, simplemente he intentado dar unas pinceladas en la acuarela de la vida de un pueblo, que, por suerte, aún sigue siendo pueblo y que entre todos hemos de procurar que sea así por mucho tiempo y, para conseguirlo, hemos de potenciar lo entrañable, lo cercano, la relación afectuosa entre todos y desterrar el enfrentamiento, la división, las estériles rencillas que de nada sirven, en nada nos benefician y a nada conducen.
JOSE S. CARRASCO MOLINA
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Publicado en el Programa de Festejos de Abarán 2009
A pesar de que he escrito ya mucho en mi vida, no soy, ni creo que lo seré nunca, un escritor de fama y de prestigio, por lo que no creo que ningún crítico o estudioso se dedique en el futuro a examinar mi obra. Pero, si algún día alguien lo hace, observará que, entre el vocabulario más utilizado por el que suscribe, hay un adjetivo que casi nunca falta, que está presente en casi todos mis escritos, y es el adjetivo “entrañable”. Según el Diccionario de la Real Academia, entrañable significa “íntimo, muy afectuoso”. Definición corta, sí, pero muy acertada.
Lo entrañable es lo cercano, lo que nos llega dentro, lo que hace que nuestra emoción se ponga en juego, lo que provoca que nuestros sentimientos se despierten. Lo entrañable no es lo grandioso, lo espectacular, sino lo menudo, lo intrascendente. Hay momentos entrañables y personas entrañables. Son momentos y personas que no aparecerán nunca en ningún libro ni merecerán, seguramente, ningún monumento o calle, pero que llegan muy dentro y configuran la vida de un pueblo, la vida que se esconde tras las grandes noticias o las obras monumentales o las personas más relevantes.
Lo entrañable no tiene valor histórico, es verdad, y no es fácil tampoco exprimirlo literariamente, aunque, cuando esto se consigue, surgen piezas realmente deliciosas. Ahí está, como ejemplo, Azorín, el escritor de Monóvar, que supo convertir en maravillosa literatura lo anecdótico, lo intrascendente, lo cercano. Y, ahí están, para el que quiera disfrutar de su inigualable sabor, sus “Confesiones de un pequeño filósofo”, verdadera joya literaria confeccionada con pequeños rubíes engarzados con primor y esmero.
Aunque en la vida de una ciudad alguien pueda fotografiar seres o momentos entrañables, es en los pueblos, por la cercanía de sus gentes, por su vida más sosegada, por la mayor comunicación entre unos y otros, donde lo entrañable forma parte de la vida cotidiana. Tan sólo hace falta sensibilidad para poder captarlo y reflejarlo. Y, cuando se consigue, uno se enriquece y enriquece a aquellos con quienes lo comparte.
En nuestro pueblo, en cada pueblo, cada uno podría hacer, echando mano de su memoria y de su sensibilidad, una recopilación de los momentos entrañables vividos o de las personas entrañables tratadas. Y eso configuraría una enciclopedia de incalculable valor y sería también historia, seguramente poco científica, pero muy palpitante.
Es verdad que el ritmo de la vida, cada vez más impersonal y acelerado y dominado por las nuevas tecnologías, hace que vaya ganando terreno lo práctico y lo provechoso en detrimento de lo cercano y lo entrañable.
Pongo en marcha el motor de la memoria y empiezan a desfilar personas realmente entrañables, gentes de esas que no solo llenaban su casa, sino que eran las protagonistas de la vida de su calle dejando un hueco a su muerte muy difícil de llenar. En la mía, seguramente el Niño de la Rosa era uno de los personajes más emblemáticos y era entrañable la conversación con él en las tertulias de la esquina de la Alicia y era entrañable verlo venir al atardecer cargado con los productos de su huerta a la espalda que doblaban su espigada figura, y oir la expresión de su esposa al vislumbrarlo:
- Por ahí viene el Señor de la Caída
Volviendo a un tiempo más cercano, en el último año han desaparecido dos mujeres teñidas del color y el sabor de lo entrañable, que merecen una mención, dos mujeres que han dejado un tremendo hueco en sus calles, una en la Calle Larga y otra en la Plaza Vieja: Trini de la Patrocinia, mujer de carácter tranquilo y andar pausado, eje de su vecindario, y Maria de la Mulata, mujer enérgica, de fe profunda y convencida de la necesidad de hacer realidad los valores cristianos en la vida y las costumbres. Dos caracteres muy diferentes, pero dos personalidades para el recuerdo.
Y es que se nos van yendo hombres y mujeres que daban encanto a la vida del pueblo. Y también momentos tejidos con el hilo de lo cercano, por ejemplo, el momento de la mujer cantando mientras realizaba las tareas de limpieza de la casa. El pasar por una calle e ir oyendo las diferentes melodías que salían por las ventanas de cada casa era algo de verdad entrañable. Hoy ya esa escena es bastante difícil de contemplar. Yo tengo muy presente en la memoria aquellas canciones que oía en mi infancia o adolescencia. A un lado, mi tía Rosa, mujer que atesora innumerables dichos y canciones en su memoria. Recuerdo su voz en una canción que a nadie se la he vuelto a oir y que recrea el momento de la Anunciación:
¿Quién es ese ángel Gabriel
que de señora me trata,
no mereciéndome yo
tantísimas alabanzas?
En mi casa, mi madre lanzaba al aire una canción de tono melodramático que te podía hacer llorar acordándote de esa niña que estaba muriendo y se resistía a dejar esta vida:
Madre, cierra la puerta,
que ladra un perro,que ladra un perro.
Esas son las señales
que yo me muero, que yo me muero.
Al otro lado, mi tía Trini que se iba por lo histórico y revivía la trágica leyenda de los amores del rey Don Pedro I con Inés de Castro:
La condenaron a muerte,
la condena se cumplió,
y al rey Don Pedro dejaron
viviendo sin corazón.
Pero si entrañables eran aquellas canciones, más lo son las conversaciones que entablamos entre nosotros o incluso los saludos o expresiones que nos dirigimos, salpicados muchas veces de rasgos de ingenio. Además, como una de nuestras cualidades no es precisamente el hablar bajo, cualquiera puede fácilmente oír lo que hablamos, sin necesidad de pegar su oído. Y uno, simplemente pasando por la calle, o incluso estando en su cama, puede oír todo lo que se habla en el exterior. Y no se le puede tachar de sopero, en la peor acepción del término. Todo lo que sigue es fruto de esa escucha involuntaria y de una labor de recopilación de lo más curioso y entrañable.
Cuando ya el pueblo empieza su laborar diario (sobre las ocho de la mañana) y las calles empiezan a ser recorridas por nuestras gentes, ya comienzan a lanzarse las primeras preguntas. No cabe duda de que la más frecuente es la de “¿dónde vas?”, pero tambièn otras como “¿de dónde vienes?”, “qué vas a hacer de comer?” “¿cómo está tu marido?” “¿quién se ha muerto?”..… La respuesta del “mandao” nos vale, pero no para todas. Incluso, a veces, cuando la pregunta del “¿dónde vas?” nos pilla de mal genio, recurrimos a respuestas que, por su tono, ya nos delatan, dándose cuenta el interlocutor de que no debía haber preguntado. En una siesta calurosa del mes de agosto, por la calle San Damiàn subía una mujer cargada con dos bolsas llenas de ropa desde la parte baja del pueblo hasta la Era seguramente. En esa situación, sudando a más no poder, se cruza con otra que le hace la susodicha pregunta que le sienta como un tiro y se nota. Y he aquí la breve pero expresiva conversación:
-¿Dónde vas?
-¡A Torrevieja!
- No, si es que como te veo tan cargá…
A veces, aunque no estés de buen talante, aplicas, para responder, el ingenio o incluso el humor negro, como en este caso:
-¿Dónde vas?
- A buscar una soga pa ahorcarme
En otras ocasiones, la respuesta se hace tambièn de mala gana, pero con un tono festivo. También en pleno mes de agosto, con un calor ya respetable, a pesar de que eran las ocho de la mañana, se produce esta conversación:
- ¿Dónde vas tan temprano?
- A la feria
- ¿A qué feria?
- ¡A la de Ricote!
Mi primo Emiliano, que tiene chispa e ingenio para dar y tomar, ante la pregunta dichosa, responde siempre de manera taxativa:
-A Calasparra por arroz.
Junto a las preguntas, también, sobre todo desde que llegó el dichoso euro, son muy frecuentes las quejas por la subida de los precios (aunque ahora digan que baja el IPC). Y se oyen expresiones como estas:
–Ahora ya no puedes decir ”llevo 5000 pesetas y ya está”. ¡Esto es una vergüenza!
- ¡To el día con el monedero en la mano, to el día!
Pero, ante estas subidas, concretamente ante la de la leche, esta mujer de la anécdota encontró solución, y en el supermercado, un dia del pasado mayo, habla así con el cajero:
-Jesús, ¿es que ha subido otra vez la leche de cabra?
-Sí, ha subido diez céntimos
- Pues me va a traer cuenta comprarme una cabra y atarla a la ventana.
Es evidente que muchas de las cosas que nos decimos se basan en la confianza y amistad porque, fuera de este contexto, algunas causarían extrañeza. En la puerta de su negocio, una mujer está descargando algo de un coche. El del coche de atrás empieza a quejarse porque está tardando, y la mujer no le pide excusas, sino todo lo contrario, pues exclama expeditiva:
- Si resuellas, te ahogo.
Esa confianza hace que, en ocasiones, no tengamos apuro en señalar los defectos del otro, pues consideramos que hay una complicidad que nos lo permite. Es por eso por lo que el otro no se enfada y nos sigue la corriente e incluso agrava nuestra percepción negativa:
-¡Chacho, qué gordo te has puesto!
-Gordo, feo y con “trambosis”
Cuando se produce un encuentro después de mucho tiempo, lo más inmediato, cuando ya se tiene cierta edad, es dar el parte médico, porque siempre hay enfermedad u operación por el medio. Pero, aunque lo normal es que la conversación sea poco optimista, en ocasiones, sale a relucir el ingenio y el buen humor, como en este encuentro el pasado Sábado de Gloria en la puerta de un supermercado:
- Chacha, ¡cuánto tiempo hace que no te he visto!
- Es que me he operao de cataratas y ya ojalá que no me hubiera operao
- ¿Por qué? ¿es que no te has quedao bien?
- Porque antes no me veía las arrugas y ahora me las veo
Todas estas ocurrencias son parte de la vida de un pueblo, que tiene sus inconvenientes, pero tambièn sus ventajas. Y una de ellas es la disponibilidad de unos para con otros, claro, con excepciones. Pues uno de los ejemplos de mujer disponible y servicial y entrañable es María Luisa de Milanés (o “Tomatera” como la llama Arsenio por las mañanas con su peculiar voz). Ella es una de esas mujeres de pueblo que no se adaptarían a vivir en otra parte. Mujer de levantarse temprano, de barrer y rociar su puerta, de ir a misa primera, de tertulia nocturna en el verano. Lejos de ella el egoismo o la indiferencia ante cualquiera que la pueda necesitar. He aquí tres ofrecimientos suyos a tres mujeres distintas, hechos no sólo con la boca, sino tambièn desde el corazón:
– Si me necesitas algún día pa tu madre, me llamas
-Cuando te haga falta algo, aquí me tienes. Menos dinero, de to lo que quieras, tengo.
-Si necesitas algo de mí, aún sirvo aunque sea pa limpiar puertas.
Es verdad que con este artículo no he aportado nada a la historia de Abarán, que no he descubierto nada importante para su futuro, simplemente he intentado dar unas pinceladas en la acuarela de la vida de un pueblo, que, por suerte, aún sigue siendo pueblo y que entre todos hemos de procurar que sea así por mucho tiempo y, para conseguirlo, hemos de potenciar lo entrañable, lo cercano, la relación afectuosa entre todos y desterrar el enfrentamiento, la división, las estériles rencillas que de nada sirven, en nada nos benefician y a nada conducen.
JOSE S. CARRASCO MOLINA
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LA ESCUELA ¿SIN LEY?
LA ESCUELA ¿SIN LEY?
Publicado en LA VERDAD el 10/9/09
Hace unos meses, mi paisana y amiga Amalia Gómez, exsecretaria general de Asuntos Sociales, presentó su último libro, La Escuela Sin Ley (La Esfera de los Libros, Madrid 2009), en el que, como se puede deducir del titulo, se ocupa del candente tema de la violencia escolar. Ella puede hablar del tema con conocimiento de causa, y no de oídas, porque ha sido una docente de las que ha tocado la tiza, renunciando incluso a una brillante carrera politica para volver a las aulas de un instituto sevillano, cosa poco frecuente en nuestra clase política.
Los que estamos en la primera línea en este mundo de la educación venimos observando cómo el clima de nuestros centros va deteriorándose curso a curso. Nos referimos, especialmente, a los institutos, que son los centros donde, por la edad del alumnado, se concentran en su inmensa mayoría los problemas de convivencia. Aunque, seguramente, la dinámica social nos hubiera llevado a esta situación de cualquier manera, no cabe duda de que aquella huelga de mediados de los 80, la del célebre Cojo Manteca, fue un detonante inequívoco que convulsionó las relaciones entre los distintos estamentos que componen la comunidad educativa. Creo que la autora del citado libro da en la diana cuando resume así lo que ha pasado en estos últimos años como “la aparición de un modelo de gestión de los centros en función de criterios de representatividad, prevaleciendo éstos sobre criterios de índole pedagógica o formativa”.
Junto a ello, y seguramente como consecuencia de ello, se desarmó al profesorado, creando un procedimiento largo, farragoso e ineficaz ante las conductas graves de algunos alumnos, que, en muchas ocasiones, no experimentaban apenas ninguna consecuencia negativa por su acción, por lo cual nada les impedía continuar con su conducta y a los demás, imitar esos comportamientos negativos. Y el profesor quedaba atónito, de brazos cruzados, tras haber sido en ocasiones no sólo interrumpido en su labor diaria de dar clase, sino menospreciado, insultado y vejado en el ejercicio de una profesión a la que accedió, en la mayoría de los casos, cargado de vocación e ilusión. “La indefensión ha sido, y de alguna manera sigue siendo, el punto más vulnerable de los profesores” afirma Amalia en el libro.
Es verdad que hoy se está intentando corregir esa situación y se está simplificando aquel procedimiento, dotando de mayores atribuciones al director del centro, dándole la posiblidad de tomar medidas correctoras al instante y aminorando una carga burocrática tan pesada como inútil. Pero, a pesar de ello, es algo perfectamente observable que los temas disciplinarios, más o menos graves, absorben gran parte de la jornada de los responsables del centro, ocupando en ello un tiempo maravilloso que podría ser empleado en temas más provechosos para mejorar y potenciar un centro.
La realidad es que, también en el ámbito educativo, nos da miedo usar un vocabulario políticamente incorrecto y las palabras “autoridad”, “respeto”, “disciplina”… las hemos eliminado de nuestro uso corriente. Porque el vocablo autoridad ya se ha convertido en sinónimo de tiranía; respeto, de sumisión; disciplina, de esclavitud.
Junto al temor a lo políticamente incorrecto, como otro factor que viene a no dar soluciones a la situación, está la labor de los “expertos”, “estudiosos” o “especialistas”, con pocos restos de tiza en las manos. Estos se llenan la boca encontrando mil causas y remedios para esta situación en la que se ven los profesores de a pie cada vez con más frecuencia. Y se empieza a justificar hablando de desestructuración familiar, influencia de los medios, reflejo de la violencia social,…. Y se empiezan a redactar memorias, informes, protocolos de actuación, y se crean comisiones, observatorios…. Pero, mientras, el profesor anónimo de a pie, cuando se queda solo, al cerrar la puerta de su aula e intentar explicar Lengua o Matemáticas o Ciencias Sociales, siente, en ocasiones, impotencia ante lo que tiene que observar, o mejor, aguantar, sin encontrar apenas recursos para poder dar su clase en condiciones, al menos, dignas. Y viene el desánimo, el desaliento, y hasta el llanto y la depresión en hombres y mujeres que escogieron la docencia como un camino vocacional e ilusionante para sus vidas. Y, aunque sean jóvenes, ya piensan en la jubilación como el esperado escape para sus tribulaciones diarias. Pero, mientras que llega, hay que sobrevivir, y esta situación, que es muy triste, es la que se aprecia cada vez con más frecuencia en nuestros institutos. “Sobrevivir es la manera de seguir ejerciendo la profesión desde la impotencia de no poder enseñar y educar, a pesar de continuar impartiendo clases en un ambiente en el que se confunde la autoridad con la represión y la exigencia académica con la prepotencia del adulto” dice en su libro Amalia.
Este sobrevivir es tener que soportar día a día conductas para las que nuestros conocimientos de la materia que intentamos enseñar no nos sirven de nada. Y un profesor tiene que soportar que algunos alumnos, por suerte no la mayoría, tengan estos comportamientos: “saltar la puerta del instituto”, “insultar y pelearse con un compañero”, “tirar una botella llena de agua sin tapón y mojar el libro a una compañera”, “no traer nunca el material de trabajo de la asignatura”, “lanzar a la profesora un trozo de pan por la espalda”, “salirse de clase sin permiso del profesor”, “usar el móvil en clase y negarse a dárselo al profesor”, “escupir por la ventana”, “no parar de comer pipas en clase y arrojarle la agenda a la profesora de mala manera”, “lanzar tiza en clase a sus compañeros”, “lanzar un bolígrafo desde un extremo de la clase pasando cerca de la cabeza del profesor”, “tener una actitud pasota sin hacer caso al profesor con el consiguiente alboroto de la clase”, “decir en clase a un compañero vete a tomar por c…”, “decirle al profesor acuéstate y marcharse de clase”, “mofarse o reirse de una compañera hasta el punto de hacerle llorar”, ….y así una sucesión de situaciones, que se podrían resumir con las siguientes palabras de una profesora en una amonestación a un alumno: “hace lo que quiere en clase, no sigue ninguna indicación, no para de hablar, y ya no sé qué hacer con él”.
La confesión de esta impotencia es hoy algo que está en boca de muchos profesionales de la enseñanza, y es una situación, cuando menos, triste. Porque no sólo están en juego los derechos del profesor, en ocasiones pisoteados, sino los del resto de alumnos que merecen una enseñanza en condiciones dignas. Porque, aunque estos comportamientos son aún aislados en la mayoría de los centros, son suficientes para alterar el desarrrollo de una clase.
Nosotros, los profesores, hemos de reconocer que, aunque no somos, ni mucho menos, responsables de estas actitudes, también es cierto que hemos caído, en ocasiones, en una forma de actuación que podríamos definir como “colegueo”, pensando que, poniéndonos al nivel de los alumnos, los ganaríamos para nuestra causa. Y eso, con el tiempo, se nos ha vuelto en contra porque el alumno no goza de la suficiente madurez para establecer límites.
Junto a ello, también hay que señalar, en nuestro “debe”, que no somos capaces en cada centro de ponernos de acuerdo en un código de conducta mínimo para observar dentro del aula, en el que todos coincidamos y que todos llevemos a la práctica, porque ocurre que el alumno cambia varias veces al día de escala de valores, según el profesor que le toca, y lo que para uno es una actitud censurable, para el siguiente es algo normal y comprensible por la edad del alumnado. Valores como la puntualidad, el trato respetuoso con el profesor y los compañeros, el mantener en buen estado el mobiliario, el no comer ni beber en clase ni usar los nuevos medios (móvil, mp3..)…. configurarían un código mínimo que, llevado por todos los profesores a rajatabla, haría que los alumnos supieran a qué atenerse en todo momento.
Este es el presente, sin caer en derrotismos o catastrofismos que a nada conducen. Se puede envolver y adornar hablando de mil circunstancias familiares, sociales, … para explicar esos comportamientos que ahora se llaman “disruptivos” y es verdad que ese contexto influye, pero, mientras que nos devanamos los sesos con mil causas atenuantes, Antonio, Belén, Vicente, Pilar, Joaquín, María Dolores…. , profesores/as de a pie, con nombres y apellidos, que acabaron sus carreras con la mochila llena de ilusión por enseñar, empiezan sus clases diarias soñando con el toque de la sirena que marque su fin, y comienzan cada curso contabilizando cúantos le quedan para su merecida y ansiada jubilación.
El mejor colofón de este artículo, y mirando al futuro, que es al fin y al cabo lo que más importa, sería esta cita del libro antes citado, donde la autora hace un diagnóstico bastante acertado de cómo debe reconducirse esta situación, afirmando que “no se erradicará la violencia mientras no se establezca un modelo educativo más serio en su concepción, más ambicioso en sus objetivos, más generoso en sus medios y, sobre todo, más comprometido con la calidad de la enseñanza. Esto exige con carácter de necesidad una mayor exigencia en los niveles de contenido, y unas normas de convivencia que explícitamente supongan un respaldo a la integridad de docentes y alumnado. También hay que abandonar la teoría de que la igualdad de oportunidades pasa por que todos los menores estén escolarizados y vayan aprobando con retales, subastas y hasta con hipotecas.”.
Sólo nos quedaría preguntarnos si la dirección en la que va nuestro sistema educativo es esta o la contraria, porque están en juego, además de la formación de nuestros alumnos, la ilusión, la dignidad, e incluso, en ocasiones, la salud del profesorado.
JOSE SIMEÓN CARRASCO MOLINA
Catedrático de Instituto.
Publicado en LA VERDAD el 10/9/09
Hace unos meses, mi paisana y amiga Amalia Gómez, exsecretaria general de Asuntos Sociales, presentó su último libro, La Escuela Sin Ley (La Esfera de los Libros, Madrid 2009), en el que, como se puede deducir del titulo, se ocupa del candente tema de la violencia escolar. Ella puede hablar del tema con conocimiento de causa, y no de oídas, porque ha sido una docente de las que ha tocado la tiza, renunciando incluso a una brillante carrera politica para volver a las aulas de un instituto sevillano, cosa poco frecuente en nuestra clase política.
Los que estamos en la primera línea en este mundo de la educación venimos observando cómo el clima de nuestros centros va deteriorándose curso a curso. Nos referimos, especialmente, a los institutos, que son los centros donde, por la edad del alumnado, se concentran en su inmensa mayoría los problemas de convivencia. Aunque, seguramente, la dinámica social nos hubiera llevado a esta situación de cualquier manera, no cabe duda de que aquella huelga de mediados de los 80, la del célebre Cojo Manteca, fue un detonante inequívoco que convulsionó las relaciones entre los distintos estamentos que componen la comunidad educativa. Creo que la autora del citado libro da en la diana cuando resume así lo que ha pasado en estos últimos años como “la aparición de un modelo de gestión de los centros en función de criterios de representatividad, prevaleciendo éstos sobre criterios de índole pedagógica o formativa”.
Junto a ello, y seguramente como consecuencia de ello, se desarmó al profesorado, creando un procedimiento largo, farragoso e ineficaz ante las conductas graves de algunos alumnos, que, en muchas ocasiones, no experimentaban apenas ninguna consecuencia negativa por su acción, por lo cual nada les impedía continuar con su conducta y a los demás, imitar esos comportamientos negativos. Y el profesor quedaba atónito, de brazos cruzados, tras haber sido en ocasiones no sólo interrumpido en su labor diaria de dar clase, sino menospreciado, insultado y vejado en el ejercicio de una profesión a la que accedió, en la mayoría de los casos, cargado de vocación e ilusión. “La indefensión ha sido, y de alguna manera sigue siendo, el punto más vulnerable de los profesores” afirma Amalia en el libro.
Es verdad que hoy se está intentando corregir esa situación y se está simplificando aquel procedimiento, dotando de mayores atribuciones al director del centro, dándole la posiblidad de tomar medidas correctoras al instante y aminorando una carga burocrática tan pesada como inútil. Pero, a pesar de ello, es algo perfectamente observable que los temas disciplinarios, más o menos graves, absorben gran parte de la jornada de los responsables del centro, ocupando en ello un tiempo maravilloso que podría ser empleado en temas más provechosos para mejorar y potenciar un centro.
La realidad es que, también en el ámbito educativo, nos da miedo usar un vocabulario políticamente incorrecto y las palabras “autoridad”, “respeto”, “disciplina”… las hemos eliminado de nuestro uso corriente. Porque el vocablo autoridad ya se ha convertido en sinónimo de tiranía; respeto, de sumisión; disciplina, de esclavitud.
Junto al temor a lo políticamente incorrecto, como otro factor que viene a no dar soluciones a la situación, está la labor de los “expertos”, “estudiosos” o “especialistas”, con pocos restos de tiza en las manos. Estos se llenan la boca encontrando mil causas y remedios para esta situación en la que se ven los profesores de a pie cada vez con más frecuencia. Y se empieza a justificar hablando de desestructuración familiar, influencia de los medios, reflejo de la violencia social,…. Y se empiezan a redactar memorias, informes, protocolos de actuación, y se crean comisiones, observatorios…. Pero, mientras, el profesor anónimo de a pie, cuando se queda solo, al cerrar la puerta de su aula e intentar explicar Lengua o Matemáticas o Ciencias Sociales, siente, en ocasiones, impotencia ante lo que tiene que observar, o mejor, aguantar, sin encontrar apenas recursos para poder dar su clase en condiciones, al menos, dignas. Y viene el desánimo, el desaliento, y hasta el llanto y la depresión en hombres y mujeres que escogieron la docencia como un camino vocacional e ilusionante para sus vidas. Y, aunque sean jóvenes, ya piensan en la jubilación como el esperado escape para sus tribulaciones diarias. Pero, mientras que llega, hay que sobrevivir, y esta situación, que es muy triste, es la que se aprecia cada vez con más frecuencia en nuestros institutos. “Sobrevivir es la manera de seguir ejerciendo la profesión desde la impotencia de no poder enseñar y educar, a pesar de continuar impartiendo clases en un ambiente en el que se confunde la autoridad con la represión y la exigencia académica con la prepotencia del adulto” dice en su libro Amalia.
Este sobrevivir es tener que soportar día a día conductas para las que nuestros conocimientos de la materia que intentamos enseñar no nos sirven de nada. Y un profesor tiene que soportar que algunos alumnos, por suerte no la mayoría, tengan estos comportamientos: “saltar la puerta del instituto”, “insultar y pelearse con un compañero”, “tirar una botella llena de agua sin tapón y mojar el libro a una compañera”, “no traer nunca el material de trabajo de la asignatura”, “lanzar a la profesora un trozo de pan por la espalda”, “salirse de clase sin permiso del profesor”, “usar el móvil en clase y negarse a dárselo al profesor”, “escupir por la ventana”, “no parar de comer pipas en clase y arrojarle la agenda a la profesora de mala manera”, “lanzar tiza en clase a sus compañeros”, “lanzar un bolígrafo desde un extremo de la clase pasando cerca de la cabeza del profesor”, “tener una actitud pasota sin hacer caso al profesor con el consiguiente alboroto de la clase”, “decir en clase a un compañero vete a tomar por c…”, “decirle al profesor acuéstate y marcharse de clase”, “mofarse o reirse de una compañera hasta el punto de hacerle llorar”, ….y así una sucesión de situaciones, que se podrían resumir con las siguientes palabras de una profesora en una amonestación a un alumno: “hace lo que quiere en clase, no sigue ninguna indicación, no para de hablar, y ya no sé qué hacer con él”.
La confesión de esta impotencia es hoy algo que está en boca de muchos profesionales de la enseñanza, y es una situación, cuando menos, triste. Porque no sólo están en juego los derechos del profesor, en ocasiones pisoteados, sino los del resto de alumnos que merecen una enseñanza en condiciones dignas. Porque, aunque estos comportamientos son aún aislados en la mayoría de los centros, son suficientes para alterar el desarrrollo de una clase.
Nosotros, los profesores, hemos de reconocer que, aunque no somos, ni mucho menos, responsables de estas actitudes, también es cierto que hemos caído, en ocasiones, en una forma de actuación que podríamos definir como “colegueo”, pensando que, poniéndonos al nivel de los alumnos, los ganaríamos para nuestra causa. Y eso, con el tiempo, se nos ha vuelto en contra porque el alumno no goza de la suficiente madurez para establecer límites.
Junto a ello, también hay que señalar, en nuestro “debe”, que no somos capaces en cada centro de ponernos de acuerdo en un código de conducta mínimo para observar dentro del aula, en el que todos coincidamos y que todos llevemos a la práctica, porque ocurre que el alumno cambia varias veces al día de escala de valores, según el profesor que le toca, y lo que para uno es una actitud censurable, para el siguiente es algo normal y comprensible por la edad del alumnado. Valores como la puntualidad, el trato respetuoso con el profesor y los compañeros, el mantener en buen estado el mobiliario, el no comer ni beber en clase ni usar los nuevos medios (móvil, mp3..)…. configurarían un código mínimo que, llevado por todos los profesores a rajatabla, haría que los alumnos supieran a qué atenerse en todo momento.
Este es el presente, sin caer en derrotismos o catastrofismos que a nada conducen. Se puede envolver y adornar hablando de mil circunstancias familiares, sociales, … para explicar esos comportamientos que ahora se llaman “disruptivos” y es verdad que ese contexto influye, pero, mientras que nos devanamos los sesos con mil causas atenuantes, Antonio, Belén, Vicente, Pilar, Joaquín, María Dolores…. , profesores/as de a pie, con nombres y apellidos, que acabaron sus carreras con la mochila llena de ilusión por enseñar, empiezan sus clases diarias soñando con el toque de la sirena que marque su fin, y comienzan cada curso contabilizando cúantos le quedan para su merecida y ansiada jubilación.
El mejor colofón de este artículo, y mirando al futuro, que es al fin y al cabo lo que más importa, sería esta cita del libro antes citado, donde la autora hace un diagnóstico bastante acertado de cómo debe reconducirse esta situación, afirmando que “no se erradicará la violencia mientras no se establezca un modelo educativo más serio en su concepción, más ambicioso en sus objetivos, más generoso en sus medios y, sobre todo, más comprometido con la calidad de la enseñanza. Esto exige con carácter de necesidad una mayor exigencia en los niveles de contenido, y unas normas de convivencia que explícitamente supongan un respaldo a la integridad de docentes y alumnado. También hay que abandonar la teoría de que la igualdad de oportunidades pasa por que todos los menores estén escolarizados y vayan aprobando con retales, subastas y hasta con hipotecas.”.
Sólo nos quedaría preguntarnos si la dirección en la que va nuestro sistema educativo es esta o la contraria, porque están en juego, además de la formación de nuestros alumnos, la ilusión, la dignidad, e incluso, en ocasiones, la salud del profesorado.
JOSE SIMEÓN CARRASCO MOLINA
Catedrático de Instituto.
miércoles, 12 de agosto de 2009
PRESENTACION CARTEL SEMANA SANTA 2009
PRESENTACIÓN CARTEL DE SEMANA SANTA 2009
Teatro Cervantes -
Hay encargos a los que uno no puede decir que no, hay peticiones a los que uno no tiene fuerzas para negarse. Y esta de presentar el cartel de Semana Santa de este año es una de ellas. Porque, aunque a mí me cuesta trabajo siempre decir que no, mucho más cuando la petición viene de una persona tan entrañable y apreciada por mí, y creo que por todos los que lo conocieron, como el Maestro Peñaleja, recientemente fallecido.
Obligado es, cuando se trata de presentar el cartel con la Hermandad del Descendimiento como protagonista, tener un recuerdo para él, que tanto hizo por su nacimiento y mantenimiento y que la convirtió en una de las pasiones de su vida. Él sintió, como algo propio, las alegrías y los sinsabores de esta Hermandad, las satisfacciones y las muchas preocupaciones y problemas que ha encontrado en el devenir del tiempo. Seguramente, si no hubiera sido por ese ímpetu que él ponía en las cosas, especialmente cuando se trataba de algo relacionado con la Iglesia, en una de esas crisis por las que la Hermandad ha atravesado, hubiera desaparecido de nuestros desfiles.
Y es que Antoñín de Peñaleja vivía estas cosas con más intensidad y fuerza que su propio trabajo; es que, cuando se trataba de alguna tarea de iglesia, lo abandonaba todo para realizarla; es que, cuando Don Juan Sáez o cualquiera de los párrocos que lo sucedieron, lo necesitaban, él no dudaba en acudir sin importarle dejarlo todo. Y, aunque la construcción de la Ermita de los Santos Médicos fue su obra más notable, él está detrás de todas las reformas realizadas en la Parroquia de San Pablo en los últimos cincuenta años. Fue ejemplo no sólo de disponibilidad, sino de generosidad, pues, pudiendo seguramente haber hecho una cierta fortuna, vivió y murió con lo justo. Sirva esta breve semblanza de reconocimiento a un hombre que, en su vida, tanto contribuyó a construir este pueblo, en el sentido más estricto del término y que ahora, en palabras de Pedro Morente, se ha convertido ya en “albañil del cielo”.
Él fue uno de los puntales de esta Hermandad cuya imagen se presenta hoy anunciando nuestra Semana Santa. Pero si él representó la dimensión social que tiene toda hermandad, ligada en este caso al gremio de los albañiles, hay otros cimientos igualmente básicos y que fueron encarnados por hombres de una gran talla: el primero de ellos, el que representó la dimensión económica, el que generosamente hizo posible su nacimiento, el entonces alcalde Don José Ruiz Gómez, cuya figura y alcance en la historia de este pueblo, habrá que estudiar un día con objetividad y desapasionamento. Junto a él, la dimensión espiritual, que es o debe ser el fundamento de toda hermandad, la representó nada menos que Don Juan Sáez de cuya importante labor en Abarán no hace falta hablar, pues está en la mente y en el corazón de todos los que lo conocimos. Y falta la dimensión artística, y está encarnada en un escultor muy ligado y encariñado con este pueblo, el valenciano Efraín Gómez Montón, que puso en esta obra no sólo su arte, sino una gran ilusión por conseguir un conjunto de gran valor artístico y que en ese año 1963 causó, por su envergadura y belleza, una gran sensación en este pueblo. Cuando una obra, una hermandad, se fundamenta en cuatro pilares de esa valía, es difícil que sea abatida a pesar de los problemas o incertidumbres que le haya deparado su devenir.
Y en ese devenir ha llegado el dia de hoy, en el que se presenta el cartel que anunciará nuestra Semana Santa con el motivo del Descendimiento. Un cartel que va a difundir y a hacer que suene el nombre de Abarán, y eso siempre es importante. Un cartel que encierra algo más que una intención propagandística, que va más allá de una finalidad turística, porque expresa algo mucho más profundo, expresa dolor, sufrimiento, pero también ternura y compasión.
Su pintor, nuestro casi paisano, Luis Molina, del que todas nuestras iglesias guardan bellos testimonios de su labor, ha puesto en él algo más que técnica y arte, ha puesto corazón e ilusión. Y el resultado no podìa ser otro que un cartel que destila espiritualidad y que acerca al que lo contempla al Monte Calvario y lo transporta al pie de la cruz y lo invita a colaborar en bajar el cuerpo muerto de un Cristo llevado al extremo de la humillación.
El protagonismo del cuadro está compartido por un Cristo muerto que está siendo bajado del suplicio, y una Madre dolorida que ha contemplado la escena de un sacrificio tan cruento como injusto. El pintor se ha permitido la libertad de no ser totalmente fiel a la escultura original y dar un giro a la Virgen para que los que estamos frente a él contemplemos un dolor que no puede disimular. Su mirada que aparentemente se pierde en el vacío va dirigida a cada uno de nosotros, los que la observamos. Imagen de piedad y sentimiento, que, revestida con tonos suaves, consigue ya en el que contempla el cuadro un primer sentimiento de compasión. El protagonista central, Cristo, cuyo cuerpo, ya exánime, es descendido piadosamente por tres hombres, de los que el pintor ha querido dar protagonismo a dos de ellos, José de Arimatea, arriba, con los ojos entornados de dolor, cuya expresión de bondad viene a confirmar la definición que de él hace el evangelista San Lucas, “hombre bueno y justo, que esperaba el reino de Dios”. Sus ojos miran al Mesías y su fuerza es determinante para bajar el cuerpo de Cristo. Más protagonismo alcanza en el cartel la figura de San Juan, cuya juventud contrasta con la ancianidad del de Arimatea. La mirada del evangelista se dirige fijamente al rostro muerto del Maestro como esperando que este abra los ojos milagrosamente y se opere el prodigio de la resurrección antes de los tres días profetizados. Los colores de su ropa son los que más destacan del conjunto y son símbolo de su juventud. El es quien más directamente sostiene y roza el cuerpo del Maestro, el más próximo; por algo se le llamaba “el discípulo amado”. Y hay un cuarto personaje, del que en el cuadro solo aparece una mano, que es la que aporta la fuerza para llevar a cabo la delicada operación. Se trata de Nicodemo, un personaje que queda casi en la oscuridad pero cuya aportación a la piadosa empresa es imprescindible. Toda la escena es enmarcada por el pintor en un fondo que evoca tinieblas, oscuridad y tristeza.
Luis Molina ha sabido recrear la obra de Efraín Gómez con ese estilo personal que observamos en todas las obras suyas que adornan nuestros templos y en las que tanto cariño y arte ha puesto.
Hay que tener en cuenta, además, que este momento de la Pasión de Cristo, el Desenclavamiento, ha sido siempre muy revivido en este pueblo y, aunque hoy sólo se recrea en el Santuario de la Virgen del Oro, antaño se escenificaba con sus personajes evangélicos, cada Viernes Santo por la tarde en una iglesia de San Pablo repleta de fieles. Hoy también nos queda la tonadilla cuyo eco resuena en la Procesión de los Penitentes en la madrugada triste del Viernes Santo, con la luna llena como fiel testigo, en la penúltima estación del Vía Crucis:
Aquí a Cristo desclavaron
y en los brazos de su Madre,
la viva hechura del Padre,
a la Virgen entregaron
Esta es mi visión del cartel que este año anunciará nuestra Semana Santa. Con él se rinde homenaje a tanta gente entrañable que ha pasado por esta Hermandad desde sus inicios; con él se anima a todos los que hoy siguen llevando sobre sus hombros la responsabilidad de que su historia no se interrumpa; con él, sobre todo, se hace arte el dolor y la muerte de un hombre y dios al mismo tiempo, que es el origen y raíz de unas celebraciones que nos hacen meditar y vibrar cada año en este escondido rincón de un sugerente y mágico Valle.
Teatro Cervantes -
Hay encargos a los que uno no puede decir que no, hay peticiones a los que uno no tiene fuerzas para negarse. Y esta de presentar el cartel de Semana Santa de este año es una de ellas. Porque, aunque a mí me cuesta trabajo siempre decir que no, mucho más cuando la petición viene de una persona tan entrañable y apreciada por mí, y creo que por todos los que lo conocieron, como el Maestro Peñaleja, recientemente fallecido.
Obligado es, cuando se trata de presentar el cartel con la Hermandad del Descendimiento como protagonista, tener un recuerdo para él, que tanto hizo por su nacimiento y mantenimiento y que la convirtió en una de las pasiones de su vida. Él sintió, como algo propio, las alegrías y los sinsabores de esta Hermandad, las satisfacciones y las muchas preocupaciones y problemas que ha encontrado en el devenir del tiempo. Seguramente, si no hubiera sido por ese ímpetu que él ponía en las cosas, especialmente cuando se trataba de algo relacionado con la Iglesia, en una de esas crisis por las que la Hermandad ha atravesado, hubiera desaparecido de nuestros desfiles.
Y es que Antoñín de Peñaleja vivía estas cosas con más intensidad y fuerza que su propio trabajo; es que, cuando se trataba de alguna tarea de iglesia, lo abandonaba todo para realizarla; es que, cuando Don Juan Sáez o cualquiera de los párrocos que lo sucedieron, lo necesitaban, él no dudaba en acudir sin importarle dejarlo todo. Y, aunque la construcción de la Ermita de los Santos Médicos fue su obra más notable, él está detrás de todas las reformas realizadas en la Parroquia de San Pablo en los últimos cincuenta años. Fue ejemplo no sólo de disponibilidad, sino de generosidad, pues, pudiendo seguramente haber hecho una cierta fortuna, vivió y murió con lo justo. Sirva esta breve semblanza de reconocimiento a un hombre que, en su vida, tanto contribuyó a construir este pueblo, en el sentido más estricto del término y que ahora, en palabras de Pedro Morente, se ha convertido ya en “albañil del cielo”.
Él fue uno de los puntales de esta Hermandad cuya imagen se presenta hoy anunciando nuestra Semana Santa. Pero si él representó la dimensión social que tiene toda hermandad, ligada en este caso al gremio de los albañiles, hay otros cimientos igualmente básicos y que fueron encarnados por hombres de una gran talla: el primero de ellos, el que representó la dimensión económica, el que generosamente hizo posible su nacimiento, el entonces alcalde Don José Ruiz Gómez, cuya figura y alcance en la historia de este pueblo, habrá que estudiar un día con objetividad y desapasionamento. Junto a él, la dimensión espiritual, que es o debe ser el fundamento de toda hermandad, la representó nada menos que Don Juan Sáez de cuya importante labor en Abarán no hace falta hablar, pues está en la mente y en el corazón de todos los que lo conocimos. Y falta la dimensión artística, y está encarnada en un escultor muy ligado y encariñado con este pueblo, el valenciano Efraín Gómez Montón, que puso en esta obra no sólo su arte, sino una gran ilusión por conseguir un conjunto de gran valor artístico y que en ese año 1963 causó, por su envergadura y belleza, una gran sensación en este pueblo. Cuando una obra, una hermandad, se fundamenta en cuatro pilares de esa valía, es difícil que sea abatida a pesar de los problemas o incertidumbres que le haya deparado su devenir.
Y en ese devenir ha llegado el dia de hoy, en el que se presenta el cartel que anunciará nuestra Semana Santa con el motivo del Descendimiento. Un cartel que va a difundir y a hacer que suene el nombre de Abarán, y eso siempre es importante. Un cartel que encierra algo más que una intención propagandística, que va más allá de una finalidad turística, porque expresa algo mucho más profundo, expresa dolor, sufrimiento, pero también ternura y compasión.
Su pintor, nuestro casi paisano, Luis Molina, del que todas nuestras iglesias guardan bellos testimonios de su labor, ha puesto en él algo más que técnica y arte, ha puesto corazón e ilusión. Y el resultado no podìa ser otro que un cartel que destila espiritualidad y que acerca al que lo contempla al Monte Calvario y lo transporta al pie de la cruz y lo invita a colaborar en bajar el cuerpo muerto de un Cristo llevado al extremo de la humillación.
El protagonismo del cuadro está compartido por un Cristo muerto que está siendo bajado del suplicio, y una Madre dolorida que ha contemplado la escena de un sacrificio tan cruento como injusto. El pintor se ha permitido la libertad de no ser totalmente fiel a la escultura original y dar un giro a la Virgen para que los que estamos frente a él contemplemos un dolor que no puede disimular. Su mirada que aparentemente se pierde en el vacío va dirigida a cada uno de nosotros, los que la observamos. Imagen de piedad y sentimiento, que, revestida con tonos suaves, consigue ya en el que contempla el cuadro un primer sentimiento de compasión. El protagonista central, Cristo, cuyo cuerpo, ya exánime, es descendido piadosamente por tres hombres, de los que el pintor ha querido dar protagonismo a dos de ellos, José de Arimatea, arriba, con los ojos entornados de dolor, cuya expresión de bondad viene a confirmar la definición que de él hace el evangelista San Lucas, “hombre bueno y justo, que esperaba el reino de Dios”. Sus ojos miran al Mesías y su fuerza es determinante para bajar el cuerpo de Cristo. Más protagonismo alcanza en el cartel la figura de San Juan, cuya juventud contrasta con la ancianidad del de Arimatea. La mirada del evangelista se dirige fijamente al rostro muerto del Maestro como esperando que este abra los ojos milagrosamente y se opere el prodigio de la resurrección antes de los tres días profetizados. Los colores de su ropa son los que más destacan del conjunto y son símbolo de su juventud. El es quien más directamente sostiene y roza el cuerpo del Maestro, el más próximo; por algo se le llamaba “el discípulo amado”. Y hay un cuarto personaje, del que en el cuadro solo aparece una mano, que es la que aporta la fuerza para llevar a cabo la delicada operación. Se trata de Nicodemo, un personaje que queda casi en la oscuridad pero cuya aportación a la piadosa empresa es imprescindible. Toda la escena es enmarcada por el pintor en un fondo que evoca tinieblas, oscuridad y tristeza.
Luis Molina ha sabido recrear la obra de Efraín Gómez con ese estilo personal que observamos en todas las obras suyas que adornan nuestros templos y en las que tanto cariño y arte ha puesto.
Hay que tener en cuenta, además, que este momento de la Pasión de Cristo, el Desenclavamiento, ha sido siempre muy revivido en este pueblo y, aunque hoy sólo se recrea en el Santuario de la Virgen del Oro, antaño se escenificaba con sus personajes evangélicos, cada Viernes Santo por la tarde en una iglesia de San Pablo repleta de fieles. Hoy también nos queda la tonadilla cuyo eco resuena en la Procesión de los Penitentes en la madrugada triste del Viernes Santo, con la luna llena como fiel testigo, en la penúltima estación del Vía Crucis:
Aquí a Cristo desclavaron
y en los brazos de su Madre,
la viva hechura del Padre,
a la Virgen entregaron
Esta es mi visión del cartel que este año anunciará nuestra Semana Santa. Con él se rinde homenaje a tanta gente entrañable que ha pasado por esta Hermandad desde sus inicios; con él se anima a todos los que hoy siguen llevando sobre sus hombros la responsabilidad de que su historia no se interrumpa; con él, sobre todo, se hace arte el dolor y la muerte de un hombre y dios al mismo tiempo, que es el origen y raíz de unas celebraciones que nos hacen meditar y vibrar cada año en este escondido rincón de un sugerente y mágico Valle.
LAS NOCHES MAS LARGAS
LAS NOCHES MAS LARGAS
Artículo publicado en el Programa de Semana Santa 2009
Hay en la vida de los pueblos, como en la de las personas, dias y noches especialmente intensos que se viven con una fuerza especial, que se disfrutan con fruición, que se sorben gota a gota.
En nuestro pueblo hay dos noches que se estiran hasta el amanecer y que hacen que las vivamos saboreándolas como un dulce sabroso que no queremos que se nos acabe. Y son la noche del 6 al 7 de enero y la noche del Jueves al Viernes Santo.
Son noches largas, muy largas, cuyas horas parece que tienen mucho más de sesenta minutos y los minutos más de sesenta segundos. Son noches en las que Abarán se reafirma en su identidad, en las que nuestras raices resurgen con fuerza y nos atan a las generaciones que nos han precedido.
Pero es evidente que son muy diferentes en casi todo. Sólo tienen algo en común y es la vivencia intensa por parte del pueblo y la llegada de un amanecer que no se puede evitar.
Salvo eso, todo es diferente. Hay un espíritu muy diferente entre ambas, espíritu que viene ya determinado por la razón de ser de cada una de esas noches. La imagen de un Niño recién nacido frente a la de un hombre crucificado es lo que marca el tono tan diferente y la vivencia tan distinta. Alegría frente a dolor; sonido jovial de villancicos frente al ruido sordo de un tambor; luces de colores iluminando las calles frente a la luz temblorosa de las velas, el tintineo alegre de las campanillas de los animeros frente al eco apagado de las pisadas de los fieles acompañando al crucificado o a la melodía sentida de unas estaciones cantadas en la madrugada que recrean la Pasion y muerte de Cristo.
Ambiente, espíritu, sonidos, luz, color…se oponen aunque de una a otra noche han pasado solo unas semanas. Pero son las dos caras de la vida, las dos vertientes de la existencia del hombre en la tierra.
En estas fechas cabe hablar, sin duda, de la noche que tiene a la luna llena por testigo, de la noche en que se pone a prueba la fe de un pueblo, de la noche en que un sentimiento de dolor llena las calles.
En esta noche hay algunos momentos especialmente intensos y algunos detalles muy reveladores.
Son las doce en punto de la noche. Se han apagado las luces y el atrio se encuentra ya repleto de mujeres de negro que han ido llegando poco a poco, y presidido por un trono en el que se destaca un Cristo que impone e impresiona. El silencio se extiende bajo la cómplice luz de la luna llena. Queda mucha noche, la procesión del Silencio empieza su andadura por las calles estrechas y oscuras de un pueblo que en esta noche más que en ninguna otra grita en silencio su espiritualidad y proclama su sentido cristiano en medio de una silente oscuridad.
Se oyen solo los toques de un tambor y, como dice el título de una bella canción de Simon & Garfunkel, “los sonidos del silencio”. Un silencio más expresivo quizás que muchas palabras. Un silencio que llama a la meditación, a adentrarse en uno mismo, a examinarse por dentro y a sentir la cercanía de la trascendencia, todo ello movido por la contemplación de un Cristo dolorido en la cruz, en una bella imagen de José Planes.
Sigue la noche, los minutos se alargan, las horas se estiran. La luna sigue expectante. Y acaba la procesión. Los últimos instantes están también cargados de emoción, las mujeres se van alineando a ambos lados del atrio. Son aproximadamente las dos y media de la larga madrugada. Por fin, con gran esfuerzo por parte de los anderos, el trono va subiendo la cuesta del atrio y el ruido de las maderas del trono es lo único que se oye mezclado con el eco ronco del tambor. La gente se va dispersando, el cansancio se puede apreciar en tantos rostros que han acompañando a este Cristo que nos grita en medio del silencio.
El reloj de la iglesia da las cuatro. Puntual sale de la sacristía un estandarte rodeado de dos faroles. Y comienza otra procesion, la más antigua, la que nos une con las generaciones de hace cuatro siglos, la Procesión de los Penitentes. Ahora el silencio sólo es interrumpido por el rezo constante de unas gentes que año tras año se reunen para dar continuidad a esta antigua tradición, para hacer penitencia y para recordar a los que ya nos dejaron y están enterrados en los antiguos cementerios. Pasos y rezos, rezos y pasos, y de vez en cuando, el sonido rasgado y entrañable de las estaciones del Via Crucis, esas catorce estrofas que son el mejor resumen de todo lo vivido en la Semana Santa.
Un poco antes de las cinco y media, ya todo ha terminado. La gente se va dispersando. Dentro, en la iglesia, frente al monumento siempre quedan personas que acompañan, que velan, que sienten, que rezan.
Y amanece enseguida. La noche más larga llega a su fin. Y amanece otro Viernes Santo siempre nuevo y siempre repetido despues de casi dos mil años. Y empiezan a sonar tambores y cornetas. Y el silencio se rompe hasta el próximo año.
Ya todas las noches serán iguales hasta el próximo seis de enero en que otra vez las horas y los minutos se alargarán y todo un pueblo vivirá con intensidad la alegría de un Niño y después la pasión y muerte de un crucificado. Alegría y pena, jolgorio y oración, disfrute y sacrificio. Vida, al fin y al cabo.
JOSE S. CARRASCO MOLINA
Artículo publicado en el Programa de Semana Santa 2009
Hay en la vida de los pueblos, como en la de las personas, dias y noches especialmente intensos que se viven con una fuerza especial, que se disfrutan con fruición, que se sorben gota a gota.
En nuestro pueblo hay dos noches que se estiran hasta el amanecer y que hacen que las vivamos saboreándolas como un dulce sabroso que no queremos que se nos acabe. Y son la noche del 6 al 7 de enero y la noche del Jueves al Viernes Santo.
Son noches largas, muy largas, cuyas horas parece que tienen mucho más de sesenta minutos y los minutos más de sesenta segundos. Son noches en las que Abarán se reafirma en su identidad, en las que nuestras raices resurgen con fuerza y nos atan a las generaciones que nos han precedido.
Pero es evidente que son muy diferentes en casi todo. Sólo tienen algo en común y es la vivencia intensa por parte del pueblo y la llegada de un amanecer que no se puede evitar.
Salvo eso, todo es diferente. Hay un espíritu muy diferente entre ambas, espíritu que viene ya determinado por la razón de ser de cada una de esas noches. La imagen de un Niño recién nacido frente a la de un hombre crucificado es lo que marca el tono tan diferente y la vivencia tan distinta. Alegría frente a dolor; sonido jovial de villancicos frente al ruido sordo de un tambor; luces de colores iluminando las calles frente a la luz temblorosa de las velas, el tintineo alegre de las campanillas de los animeros frente al eco apagado de las pisadas de los fieles acompañando al crucificado o a la melodía sentida de unas estaciones cantadas en la madrugada que recrean la Pasion y muerte de Cristo.
Ambiente, espíritu, sonidos, luz, color…se oponen aunque de una a otra noche han pasado solo unas semanas. Pero son las dos caras de la vida, las dos vertientes de la existencia del hombre en la tierra.
En estas fechas cabe hablar, sin duda, de la noche que tiene a la luna llena por testigo, de la noche en que se pone a prueba la fe de un pueblo, de la noche en que un sentimiento de dolor llena las calles.
En esta noche hay algunos momentos especialmente intensos y algunos detalles muy reveladores.
Son las doce en punto de la noche. Se han apagado las luces y el atrio se encuentra ya repleto de mujeres de negro que han ido llegando poco a poco, y presidido por un trono en el que se destaca un Cristo que impone e impresiona. El silencio se extiende bajo la cómplice luz de la luna llena. Queda mucha noche, la procesión del Silencio empieza su andadura por las calles estrechas y oscuras de un pueblo que en esta noche más que en ninguna otra grita en silencio su espiritualidad y proclama su sentido cristiano en medio de una silente oscuridad.
Se oyen solo los toques de un tambor y, como dice el título de una bella canción de Simon & Garfunkel, “los sonidos del silencio”. Un silencio más expresivo quizás que muchas palabras. Un silencio que llama a la meditación, a adentrarse en uno mismo, a examinarse por dentro y a sentir la cercanía de la trascendencia, todo ello movido por la contemplación de un Cristo dolorido en la cruz, en una bella imagen de José Planes.
Sigue la noche, los minutos se alargan, las horas se estiran. La luna sigue expectante. Y acaba la procesión. Los últimos instantes están también cargados de emoción, las mujeres se van alineando a ambos lados del atrio. Son aproximadamente las dos y media de la larga madrugada. Por fin, con gran esfuerzo por parte de los anderos, el trono va subiendo la cuesta del atrio y el ruido de las maderas del trono es lo único que se oye mezclado con el eco ronco del tambor. La gente se va dispersando, el cansancio se puede apreciar en tantos rostros que han acompañando a este Cristo que nos grita en medio del silencio.
El reloj de la iglesia da las cuatro. Puntual sale de la sacristía un estandarte rodeado de dos faroles. Y comienza otra procesion, la más antigua, la que nos une con las generaciones de hace cuatro siglos, la Procesión de los Penitentes. Ahora el silencio sólo es interrumpido por el rezo constante de unas gentes que año tras año se reunen para dar continuidad a esta antigua tradición, para hacer penitencia y para recordar a los que ya nos dejaron y están enterrados en los antiguos cementerios. Pasos y rezos, rezos y pasos, y de vez en cuando, el sonido rasgado y entrañable de las estaciones del Via Crucis, esas catorce estrofas que son el mejor resumen de todo lo vivido en la Semana Santa.
Un poco antes de las cinco y media, ya todo ha terminado. La gente se va dispersando. Dentro, en la iglesia, frente al monumento siempre quedan personas que acompañan, que velan, que sienten, que rezan.
Y amanece enseguida. La noche más larga llega a su fin. Y amanece otro Viernes Santo siempre nuevo y siempre repetido despues de casi dos mil años. Y empiezan a sonar tambores y cornetas. Y el silencio se rompe hasta el próximo año.
Ya todas las noches serán iguales hasta el próximo seis de enero en que otra vez las horas y los minutos se alargarán y todo un pueblo vivirá con intensidad la alegría de un Niño y después la pasión y muerte de un crucificado. Alegría y pena, jolgorio y oración, disfrute y sacrificio. Vida, al fin y al cabo.
JOSE S. CARRASCO MOLINA
viernes, 1 de mayo de 2009
PRESENTACION DEL LIBRO DEL AUTO DEL PRENDIMIENTO
PRESENTACION PUBLICACION “AUTO DEL PRENDIMIENTO Y LA BOCINA”
Domingo de Ramos 2009
Domingo de Ramos 2009
“Lo escrito, escrito está” respondió Pilatos a los príncipes de los sacerdotes de los judíos cuando fueron a protestarle por la inscripción que se había colocado en la cruz: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”, según nos narra San Juan en el capítulo 19 de su evangelio.
Pues esa misma máxima es la que ha guiado a nuestro amigo Pepe Gil para llevar a cabo esta publicación que hoy presentamos. Porque lo escrito es lo que tiene el sello de la permanencia, de la perennidada través del tiempo. Y este pequeño libro que hoy presentamos se une a una cada vez mayor relación de títulos que se ha ido publicando en Abarán y sobre Abarán que nos están ayudando a nosotros y, especialmente ayudarán a las generaciones que nos sucedan a conocer mejor la realidad de este pueblo y, como consecuencia, a valorarlo y a amarlo más.
Y esta presentaciòn la hacemos en un Domingo de Ramos, uno de los días más vibrantes de Abarán a lo largo del año. Esa primera procesión de “la burrica”, generalmente decorada con un cielo azul intenso, abre el horizonte de una semana que consigue mover a gran parte del pueblo y embarcarlo en la empresa de llevar a cabo unos desfiles procesionales y otras actividades teñidas siempre de la grandeza de lo religioso, en las que un pueblo manifiesta al exterior algo tan íntimo y personal como la fe.
Después de asistir o contemplar por la mañana la solemne procesión con las palmas, ahora, en este marco con sabor a fe y a historia, asistimos a un acto de los que contribuyen a engrandecer nuestra Semana Santa que, desde hace ya bastantes años, es algo más que los desfiles procesionales, aunque sigan siendo estos lo más vistoso y espectacular.
Pues, entre esas actividades paralelas a nuestras procesiones, desde el año 2004, tiene lugar la representación del Auto del Prendimiento. En él, tiene un protagonismo fundamental nuestro paisano Pepe Gil que cargó sobre sus hombros la ardua empresa de dar forma literaria y teatral a una escena de la Pasión que no por conocida es menos apasionante. Y no es tarea fácil, pues en ella hay que poner en juego la imaginación y la palabra, hay que ser capaz de plasmar en un juego dramático acontecimientos no por sabidos menos atractivos y profundos.
Hasta la composición de este Auto, el autor nos había demostrado su capacidad para convertir en literario lo anecdótico, pues había sabido retratar, en artículos y conferencias, nuestra forma de ser como pueblo con pequeñas pinceladas llenas del color de lo entrañable y lo cotidiano. Y nos ha hecho vivir momentos deliciosos e inolvidables que recordamos y que nos gustaría que se repitieran en el futuro.
Pues, con este Auto del Prendimiento, representado cada Lunes Santo en nuestro pueblo, José Gil consigue hacer literario algo muy profundo, tan profundo que ha conseguido convertirse en materia de fe para millones de seres desde hace veinte siglos.
No es el momento de hacer una crítica literaria del texto, analizando diálogos, acotaciones, recursos expresivos…. aunque sí habría que apuntar la fuerza dramática conseguida con intervenciones cortas y muy apropiadas que retratan el interior de cada uno de los principales personajes: Jesús, Caifás, Pedro… que, llevados a la escena por gentes de nuestro pueblo, consiguen hacerse para nosotros cercanos y comprensibles.
Pero, aun siendo importante y básico el texto literario que se representa y que hoy tenemos aquí publicado, tanto o más lo es la experiencia de la representación pues es todo un ejemplo de ilusión de unas gentes que están todo un año esperando su salida a escena en la noche del Lunes Santo, y, sobre todo, de unión, algo tan dificil de conseguir ya en nuestra sociedad, pues personas de toda condición social, ideas, formación… se hacen una piña para sacar adelante esta tarea, demostrando que, cuando olvidamos lo que nos separa y potenciamos lo que nos une, los abaraneros somos capaces de sacar adelante cualquier empresa por difícil que esta sea.
Pues que esta publicación sea reflejo para la posteridad de los valores y del mensaje que se desprenden de los textos evangélicos recreados, que no sólo nos animan, sino que nos obligan, si de verdad pretendemos celebrar una Semana que pueda llamarse Santa a convertir la intolerancia en comprensión, el egoísmo en generosidad y el enfrentamiento estéril en fructífera unión.
PROLOGO AL "AUTO DEL PRENDIMIENTO"
PROLOGO A LA PUBLICACION DEL
“AUTO DEL PRENDIMIENTO Y LA BOCINA” DE DON JOSÉ GIL GARCIA
El nacimiento del teatro en España está ligado a la Iglesia, pues la primera obra teatral castellana es el Auto de los Reyes Magos, que data de mediados del siglo XIII y que, como su nombre indica, tiene una temática navideña. Habrá que esperar dos siglos para el primer Auto de la Pasión, escrito entre 1486 y 1499 por Alonso del Campo, aunque no cabe duda de que la obra más importante de este género es el Auto de la Pasión de Lucas Fernández, ya del siglo XVI.
Todas estas obras, al igual que los desfiles procesionales, son un intento de hacer llegar a un pueblo, entonces analfabeto en una gran mayoría, las verdades de la fe cristiana. Esas representaciones iban consiguiendo que la gente se empapara de la vida y el mensaje de Cristo, pues, al no dominar el latín, lengua oficial de la Iglesia, y no saber leer, no tenían mucha posibilidad de hacerlo por otras vías.
Transportándonos en el tiempo, llegando hasta la actualidad, aunque la situación de nuestra sociedad tiene poco que ver con la de aquellos siglos, hoy las representaciones de la Pasión son bastante frecuentes en muchos puntos de España, especialmente en Cataluña donde alcanzan una gran vistosidad.
En Abarán no contábamos con ninguna representación autóctona de este tipo, excepción hecha de esa pequeña muestra del Desenclavamiento que aún se realiza en el Santuario, pero he aquí que, a partir de la Semana Santa de 2004, ya podemos decir que tenemos una. Y ello gracias a la pluma de nuestro paisano Pepe Gil, pluma recargada con la tinta de su imaginación, sus dotes literarias, su sensibilidad y su sentido cristiano de la existencia.
No era fácil la tarea encomendada al autor porque el darle sentido y forma teatral a un texto narrativo es algo bastante dificultoso y, si además se trata de un texto sagrado en el que tanta gente tiene depositada su fe, aún más porque siempre puede haber alguien que sienta herida su sensibilidad.
La decisión del autor hizo posible esta obra que hoy se ha convertido ya en uno de los elementos definidores de la vivencia de la Semana Santa en este rincón del Valle de Ricote. José Gil, siempre bastante temeroso de que sus palabras puedan levantar ampollas en alguien, esta vez se armó de valor para hacer realidad este reto. Y, después de varios años, podemos decir que el resultado fue tremendamente satisfactorio. Y no sólo para él, sino para todos los que lo ponen en escena cada año y para los cientos de espectadores que llenan el templo año tras año para contemplar y revivir y, por qué no, meditar estos misterios que son la base de nuestra fe.
Hasta la composición de este Auto, el autor nos había demostrado su capacidad para convertir en literario lo anecdótico, pues había sabido retratar, en artículos y conferencias, nuestra forma de ser como pueblo con pequeñas pinceladas llenas del color de lo entrañable y lo cotidiano. Y nos ha hecho vivir momentos deliciosos e inolvidables que recordamos y que nos gustaría que se repitieran en el futuro.
Pues, con este Auto del Prendimiento, representado cada Lunes Santo en nuestro pueblo, José Gil consigue hacer literario algo muy profundo, tan profundo que ha conseguido convertirse en materia de fe para millones de seres desde hace veinte siglos.
Conociendo al autor, estoy seguro de que, para su composición, ha realizado una labor previa de documentación, estudiando y desmenuzando el relato de la Pasión de Cristo en los cuatro evangelios. Y Mateo, Marcos, Lucas y Juan han sido las primeras fuentes en las que ha bebido. Junto a ellos, sin duda ha leído e interiorizado otros Autos que se suceden en la historia de nuestra literatura. A todos esos conocimientos librescos les ha sumado sus propias vivencias, sus personales recuerdos de tantas Semanas Santas vividas desde una niñez ya lejana. Y, seguramente desde su subconsciente, a la hora de la creación, han surgido las imágenes de aquel niño desfilando con los armaos, esa Hermandad tan unida a su familia paterna, o los sentimientos surgidos acompañando a la Virgen en la Procesión del Santo Entierro o la meditación que va surgiendo conforme se van recorriendo las distintas estaciones en la antigua y entrañable Procesión de Penitentes a cuya cita el autor acude devoto y puntual cada año.
No es el momento de hacer una crítica literaria del texto, analizando diálogos, acotaciones, recursos expresivos…. aunque sí habría que apuntar la fuerza dramática conseguida con intervenciones cortas y muy apropiadas que retratan el interior de cada uno de los principales personajes: Jesús, Caifás, Pedro… que, llevados a la escena por gentes de nuestro pueblo, consiguen hacerse para nosotros cercanos y comprensibles.
Sólo resta desear que esta representación, que aún tiene una corta vida, siga concitando el entusiasmo de actores y espectadores y se convierta en una de las señas de identidad de una Semana Santa que, junto a su valor turístico, no debe perder nunca su valor cristiano, su principal cimiento, y a ello contribuye, sin duda, este Auto que es ya algo tan nuestro como las norias, el Parque o la impresionante balconada de nuestra Ermita.
JOSE. S. CARRASCO MOLINA
Catedrático de Instituto de Lengua y Literatura
“AUTO DEL PRENDIMIENTO Y LA BOCINA” DE DON JOSÉ GIL GARCIA
El nacimiento del teatro en España está ligado a la Iglesia, pues la primera obra teatral castellana es el Auto de los Reyes Magos, que data de mediados del siglo XIII y que, como su nombre indica, tiene una temática navideña. Habrá que esperar dos siglos para el primer Auto de la Pasión, escrito entre 1486 y 1499 por Alonso del Campo, aunque no cabe duda de que la obra más importante de este género es el Auto de la Pasión de Lucas Fernández, ya del siglo XVI.
Todas estas obras, al igual que los desfiles procesionales, son un intento de hacer llegar a un pueblo, entonces analfabeto en una gran mayoría, las verdades de la fe cristiana. Esas representaciones iban consiguiendo que la gente se empapara de la vida y el mensaje de Cristo, pues, al no dominar el latín, lengua oficial de la Iglesia, y no saber leer, no tenían mucha posibilidad de hacerlo por otras vías.
Transportándonos en el tiempo, llegando hasta la actualidad, aunque la situación de nuestra sociedad tiene poco que ver con la de aquellos siglos, hoy las representaciones de la Pasión son bastante frecuentes en muchos puntos de España, especialmente en Cataluña donde alcanzan una gran vistosidad.
En Abarán no contábamos con ninguna representación autóctona de este tipo, excepción hecha de esa pequeña muestra del Desenclavamiento que aún se realiza en el Santuario, pero he aquí que, a partir de la Semana Santa de 2004, ya podemos decir que tenemos una. Y ello gracias a la pluma de nuestro paisano Pepe Gil, pluma recargada con la tinta de su imaginación, sus dotes literarias, su sensibilidad y su sentido cristiano de la existencia.
No era fácil la tarea encomendada al autor porque el darle sentido y forma teatral a un texto narrativo es algo bastante dificultoso y, si además se trata de un texto sagrado en el que tanta gente tiene depositada su fe, aún más porque siempre puede haber alguien que sienta herida su sensibilidad.
La decisión del autor hizo posible esta obra que hoy se ha convertido ya en uno de los elementos definidores de la vivencia de la Semana Santa en este rincón del Valle de Ricote. José Gil, siempre bastante temeroso de que sus palabras puedan levantar ampollas en alguien, esta vez se armó de valor para hacer realidad este reto. Y, después de varios años, podemos decir que el resultado fue tremendamente satisfactorio. Y no sólo para él, sino para todos los que lo ponen en escena cada año y para los cientos de espectadores que llenan el templo año tras año para contemplar y revivir y, por qué no, meditar estos misterios que son la base de nuestra fe.
Hasta la composición de este Auto, el autor nos había demostrado su capacidad para convertir en literario lo anecdótico, pues había sabido retratar, en artículos y conferencias, nuestra forma de ser como pueblo con pequeñas pinceladas llenas del color de lo entrañable y lo cotidiano. Y nos ha hecho vivir momentos deliciosos e inolvidables que recordamos y que nos gustaría que se repitieran en el futuro.
Pues, con este Auto del Prendimiento, representado cada Lunes Santo en nuestro pueblo, José Gil consigue hacer literario algo muy profundo, tan profundo que ha conseguido convertirse en materia de fe para millones de seres desde hace veinte siglos.
Conociendo al autor, estoy seguro de que, para su composición, ha realizado una labor previa de documentación, estudiando y desmenuzando el relato de la Pasión de Cristo en los cuatro evangelios. Y Mateo, Marcos, Lucas y Juan han sido las primeras fuentes en las que ha bebido. Junto a ellos, sin duda ha leído e interiorizado otros Autos que se suceden en la historia de nuestra literatura. A todos esos conocimientos librescos les ha sumado sus propias vivencias, sus personales recuerdos de tantas Semanas Santas vividas desde una niñez ya lejana. Y, seguramente desde su subconsciente, a la hora de la creación, han surgido las imágenes de aquel niño desfilando con los armaos, esa Hermandad tan unida a su familia paterna, o los sentimientos surgidos acompañando a la Virgen en la Procesión del Santo Entierro o la meditación que va surgiendo conforme se van recorriendo las distintas estaciones en la antigua y entrañable Procesión de Penitentes a cuya cita el autor acude devoto y puntual cada año.
No es el momento de hacer una crítica literaria del texto, analizando diálogos, acotaciones, recursos expresivos…. aunque sí habría que apuntar la fuerza dramática conseguida con intervenciones cortas y muy apropiadas que retratan el interior de cada uno de los principales personajes: Jesús, Caifás, Pedro… que, llevados a la escena por gentes de nuestro pueblo, consiguen hacerse para nosotros cercanos y comprensibles.
Sólo resta desear que esta representación, que aún tiene una corta vida, siga concitando el entusiasmo de actores y espectadores y se convierta en una de las señas de identidad de una Semana Santa que, junto a su valor turístico, no debe perder nunca su valor cristiano, su principal cimiento, y a ello contribuye, sin duda, este Auto que es ya algo tan nuestro como las norias, el Parque o la impresionante balconada de nuestra Ermita.
JOSE. S. CARRASCO MOLINA
Catedrático de Instituto de Lengua y Literatura
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