LAS NOCHES MAS LARGAS
Artículo publicado en el Programa de Semana Santa 2009
Hay en la vida de los pueblos, como en la de las personas, dias y noches especialmente intensos que se viven con una fuerza especial, que se disfrutan con fruición, que se sorben gota a gota.
En nuestro pueblo hay dos noches que se estiran hasta el amanecer y que hacen que las vivamos saboreándolas como un dulce sabroso que no queremos que se nos acabe. Y son la noche del 6 al 7 de enero y la noche del Jueves al Viernes Santo.
Son noches largas, muy largas, cuyas horas parece que tienen mucho más de sesenta minutos y los minutos más de sesenta segundos. Son noches en las que Abarán se reafirma en su identidad, en las que nuestras raices resurgen con fuerza y nos atan a las generaciones que nos han precedido.
Pero es evidente que son muy diferentes en casi todo. Sólo tienen algo en común y es la vivencia intensa por parte del pueblo y la llegada de un amanecer que no se puede evitar.
Salvo eso, todo es diferente. Hay un espíritu muy diferente entre ambas, espíritu que viene ya determinado por la razón de ser de cada una de esas noches. La imagen de un Niño recién nacido frente a la de un hombre crucificado es lo que marca el tono tan diferente y la vivencia tan distinta. Alegría frente a dolor; sonido jovial de villancicos frente al ruido sordo de un tambor; luces de colores iluminando las calles frente a la luz temblorosa de las velas, el tintineo alegre de las campanillas de los animeros frente al eco apagado de las pisadas de los fieles acompañando al crucificado o a la melodía sentida de unas estaciones cantadas en la madrugada que recrean la Pasion y muerte de Cristo.
Ambiente, espíritu, sonidos, luz, color…se oponen aunque de una a otra noche han pasado solo unas semanas. Pero son las dos caras de la vida, las dos vertientes de la existencia del hombre en la tierra.
En estas fechas cabe hablar, sin duda, de la noche que tiene a la luna llena por testigo, de la noche en que se pone a prueba la fe de un pueblo, de la noche en que un sentimiento de dolor llena las calles.
En esta noche hay algunos momentos especialmente intensos y algunos detalles muy reveladores.
Son las doce en punto de la noche. Se han apagado las luces y el atrio se encuentra ya repleto de mujeres de negro que han ido llegando poco a poco, y presidido por un trono en el que se destaca un Cristo que impone e impresiona. El silencio se extiende bajo la cómplice luz de la luna llena. Queda mucha noche, la procesión del Silencio empieza su andadura por las calles estrechas y oscuras de un pueblo que en esta noche más que en ninguna otra grita en silencio su espiritualidad y proclama su sentido cristiano en medio de una silente oscuridad.
Se oyen solo los toques de un tambor y, como dice el título de una bella canción de Simon & Garfunkel, “los sonidos del silencio”. Un silencio más expresivo quizás que muchas palabras. Un silencio que llama a la meditación, a adentrarse en uno mismo, a examinarse por dentro y a sentir la cercanía de la trascendencia, todo ello movido por la contemplación de un Cristo dolorido en la cruz, en una bella imagen de José Planes.
Sigue la noche, los minutos se alargan, las horas se estiran. La luna sigue expectante. Y acaba la procesión. Los últimos instantes están también cargados de emoción, las mujeres se van alineando a ambos lados del atrio. Son aproximadamente las dos y media de la larga madrugada. Por fin, con gran esfuerzo por parte de los anderos, el trono va subiendo la cuesta del atrio y el ruido de las maderas del trono es lo único que se oye mezclado con el eco ronco del tambor. La gente se va dispersando, el cansancio se puede apreciar en tantos rostros que han acompañando a este Cristo que nos grita en medio del silencio.
El reloj de la iglesia da las cuatro. Puntual sale de la sacristía un estandarte rodeado de dos faroles. Y comienza otra procesion, la más antigua, la que nos une con las generaciones de hace cuatro siglos, la Procesión de los Penitentes. Ahora el silencio sólo es interrumpido por el rezo constante de unas gentes que año tras año se reunen para dar continuidad a esta antigua tradición, para hacer penitencia y para recordar a los que ya nos dejaron y están enterrados en los antiguos cementerios. Pasos y rezos, rezos y pasos, y de vez en cuando, el sonido rasgado y entrañable de las estaciones del Via Crucis, esas catorce estrofas que son el mejor resumen de todo lo vivido en la Semana Santa.
Un poco antes de las cinco y media, ya todo ha terminado. La gente se va dispersando. Dentro, en la iglesia, frente al monumento siempre quedan personas que acompañan, que velan, que sienten, que rezan.
Y amanece enseguida. La noche más larga llega a su fin. Y amanece otro Viernes Santo siempre nuevo y siempre repetido despues de casi dos mil años. Y empiezan a sonar tambores y cornetas. Y el silencio se rompe hasta el próximo año.
Ya todas las noches serán iguales hasta el próximo seis de enero en que otra vez las horas y los minutos se alargarán y todo un pueblo vivirá con intensidad la alegría de un Niño y después la pasión y muerte de un crucificado. Alegría y pena, jolgorio y oración, disfrute y sacrificio. Vida, al fin y al cabo.
JOSE S. CARRASCO MOLINA
miércoles, 12 de agosto de 2009
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